Impertinencia polí­tica



La reacción de Hugo Chávez, Presidente de Venezuela, al llamar pendejo al Secretario General de la Organización de Estados Americanos por una declaración que éste emitió sobre la no renovación de la concesión de frecuencia a un canal de televisión de ese paí­s sudamericano, constituye una impertinencia en el tono de las relaciones multilaterales que merece rechazo de toda la comunidad internacional. Cierto es que el gobierno de Chávez es soberano y como tal tiene el derecho de aplicar las leyes de su paí­s como mejor le parezca, pero de eso a recurrir al insulto como parte del trato con funcionarios de organismos internacionales o con otros jefes de Estado, hay una enorme diferencia.

Cada gobernante tiene su propio estilo y forma de hablar y de comunicarse con su pueblo, pero es inaceptable que la chabacanerí­a se convierta en el nuevo lenguaje diplomático. Nunca nos ha agradado la forma alambicada y poco concisa y clara en que se maneja la diplomacia porque muchas veces da la sensación de que la intención es no decir nada, pero obviamente la franqueza y la verdad no tienen que apelar al insulto para ser contundentes.

Ya habí­a dado una muestra de esa inclinación cuando al llegar a Naciones Unidas dijo que el pódium apestaba a azufre porque habí­a estado allí­ el diablo, en alusión al Presidente de los Estados Unidos, George Bush. Cierto es que Chávez ha sido ví­ctima de agresiones verbales muy fuertes de funcionarios norteamericanos y que su condición de Presidente de un paí­s soberano no ha merecido respeto de la Casa Blanca ni del Departamento de Estado, pero caer en el insulto cuando pudo haberle dicho tantas cosas a Bush con altura y elegancia, restó importancia al contenido de su discurso. La prensa mundial reparó nada más en la expresión de insulto y no en los planteamientos que hizo sobre la dignidad de los pueblos pequeños.

Ahora el tema no se enfoca desde el punto de vista del derecho de cada paí­s soberano a decidir sobre el uso de sus frecuencias de conformidad con la ley, sino en el insulto lanzado contra José Miguel Insulza.

Los gobernantes tienen que entender que una cosa es el discurso de barriada y otra muy distinta lo expresado en el acto de juramentación de su nuevo gabinete. Si hubiera sido impropio llamar pendejo a Insulza en el programa que tiene para comunicarse por radio directamente con su pueblo, cuánto más en un acto formal de la Presidencia de la República. El triunfo de Chávez en las elecciones pasadas le ha dado un enorme poder interno, pero debe medir sus reacciones en las relaciones exteriores para no echar de bruces su proyecto, como ya les pasó a otros gobernantes a lo largo de la historia. La bravuconada no es signo de poder en un estadista y puede llevarle a cometer errores que se vuelven irreparables.