Plegaria stereo


Por Javier Payeras

Open your eyes

Look up to the skiesand see…

Bohemian Rhapsody /Queen

La cabeza dentro del cielo, se abre un coro de ángeles, un niño escucha su plegaria en estereo…


Ese era yo: un par de cí­rculos morados alrededor de los ojos, un par de piernas flacas, una expresión pálida. Esa era mi madre: una mujer demasiado alta, demasiado magra, rectilí­nea. Esos éramos los dos, nosotros dos…

Tres y cincuenta de la tarde. El bus del colegio se estaciona en la puerta; bajo sin despedirme de nadie, no tengo de quién despedirme. Martina me está esperando, recibe mi mochila. Al entrar se siente olor a albahaca, sé que cocinó espagueti, es el menú del lunes. Es lunes y será lunes mientras no caiga la noche, mientras mi madre no vuelva del trabajo a las seis y media, mientras no escuche el motor de su Volvo estacionándose y ponga sus enormes tacones en el piso del garage, y le diga a la sirvienta,

«Martina, quiero que limpie la entrada, mire cómo está de sucia»,

luego va encontrarme sentado, como siempre, sentado, rodeado de hojas y cuadernos, con cola blanca en las manos, con tijeras y mapas mundi, llenando de tareas mi vida, llenando de tareas las tarde; se pondrá sus lentes (que lleva colgando de una cadenita de oro) las revisará de arriba hacia abajo, de derecha a izquierda, pasará al siguiente cuaderno y asentará o negará; luego con una mirada de hielo se dirigirá a mí­, sentiré miedo, una mierda de miedo, «que no vaya al colegio, que no hable con la maestra»

-hay que mejorar esa letra, no quiero ver esos garabatos que usted hace, ¡mire qué cuaderno tan sucio!, ¡qué horror!, luego no hablan de usted, hablan de mí­, ¿quiere que hablen de mí­? …. responda

* No

* ¿Qué?, no le escucho

negaré un poco más fuerte, luego voy a quedarme en silencio y tendré ganas de llorar. Un sentimiento de culpa me llenará de motivos para pedirle perdón, pero con ella eso no sirve; sólo debo hacer mis tareas, debo cumplir o no podré seguir siendo el mejor de la clase, el abanderado del colegio. Entonces viene su castigo, su mirada, y no soporto su mirada, es frí­a y está por todos lados, siento que no puedo esconderme, que no existe el lugar donde no me alcance. Retomo los cuadernos mientras ella se levanta y saca un maletí­n negro del carro, se sienta en el otro extremo de la mesa, coloca varios fólder y se dispone a revisarlos, seria, cruza la pierna, zafa ligeramente uno de sus zapatos y lo mece. Me levanto, traigo un sacapuntas, trato de no hacer demasiado ruido, ella odia el escándalo en la casa, en la casa nadie prende el radio. A las siete ya habré terminado, entonces podré levantarme, subiré a mi habitación y me pondré la bata de baño. Es bueno ducharse dos veces al dí­a, restregarse duro el cuerpo, ponerse la pijama, tomar avena con pan dulce, nada más. Mi madre seguirá sentada revisando los expedientes del juzgado, me acercaré a ella y le daré un beso en la mejilla, que será el único que me permita darle, y seguirá revisando con sus lentecitos de cadena.

Estoy en mi cuarto viendo la oscuridad. La luz de la sala se cuela bajo la puerta. Mis ojos comienzan a cerrarse. Todo queda en perfecto silencio, entonces llega la primera voz, una voz que se rebota por las paredes, es un murmullo que parece una plegaria, es mi voz la que repite

«Gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias…»

y el eco se va acumulando y mi cuerpo se hace tan liviano que desaparece, se borra en un lugar entre el colchón y la oscuridad. Mañana será martes, será miércoles, será jueves, será viernes, será sábado y domingo, hasta que sea lunes, un lunes futuro, otro lunes.