Recién salió una segunda edición de la obra de Alfredo Balsells, miembro de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, cuyo informe final no fue acogido con la importancia que merecía. Estuve en la presentación del informe y fue evidente, con su ya rudo característico estilo, que el Presidente entonces ílvaro Arzú, al terminar la presentación se levantó obviamente molesto, y se retiró del recinto por la puerta de atrás.
La verdad no satisface a todos, y la Comisión actuó con ella y con entereza. Recuerdo cuando el Doctor Tomuchat -a quien había conocido en Berlín en su modesto cubículo como los profesores alemanes viven y actúan- me preguntó mi opinión sobre Alfredo que se barajaba entre los miembros que podían integrar la Comisión. Le contesté con mi opinión de siempre: era uno de los hombres mas honestos y mas valientes que existían en el país. Alfredo indica que su propósito al escribir este libro es recalcar sobre la importancia del trabajo de la Comisión y sobre todo de sus recomendaciones, que fueron compromiso de los Acuerdos de Paz que «se hicieron públicas y se mantienen en un interesado olvido». Esto le permitió a Alfredo hacer saudades y recordar muchos acontecimientos que nuestra generación vivió en extrema tensión y entrega. Seguramente en los Archivos de la Policía que hoy se están rescatando, están nuestros expedientes. Recuerdo el día en que realizando una exhibición personal en el Primer Cuerpo, buscando a otra persona nos encontró a un grupo de amigos y me dejó el libro que llevaba en la mano, el de Mariñas Otero sobre la historia constitucional de Guatemala, que leí ahí dos veces y que me sirvió para fortalecer mi vocación por el estudio de la historia política y constitucional a la que he dedicado la mayor parte de mi trabajo académico posterior.
Por eso no me extraña, que mi nombre aparezca varias veces en el libro. Desde que nos conocimos en la vieja Facultad de Derecho en el centro, hasta que murió mantuvimos una amistad cercana, fecunda, grande. Cuando viajó a Buenos Aires, al terminar el trabajo de la Comisión, logramos contactar a mi querido amigo , desaparecido también, German Bidart Campos, el gran profesor argentino entonces Presidente de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional, donde Alfredo presentó el trabajo del informe para conocimiento de nuestros colegas. Oscar Clemente Marroquín que prologa el libro, apunta, certeramente, que vivimos en una sociedad que «no solo se ha negado a aceptar las conclusiones de la Memoria sino que además se niega a reconocer que el conflicto tuvo causas estructurales muy profundas».
Alfredo hace un fugaz recorrido por los años de 1954 a 1957 «la época del terror contrarrevolucionario»; de 1957 a 1963 «el episodio de un régimen ideológicamente vacilante pero de corrupción definida»; de 1963 en adelante cuando «el ejército se quita la careta y como tal se hace del Gobierno en el primero de los golpes de Estado institucionales en América Latina». Sin embargo, dice Alfredo, y creo que esto debe subrayarse «el ejército no actuó solo, atrás, o a la par, siempre estuvieron las fuerzas del poder económico y nunca faltaron los leguleyos para adaptar en textos legales los designios del autoritarismo. Alguien dijo que atrás de un coronel hubo siempre un abogado y la profusión de Cartas Fundamentales, Estatutos políticos, y Constituciones amañadas engrosaron nuestro Digesto como Prueba de ello». En 1985 principió la nueva transición que vivimos, casi permanente, y afirma «se ha mermado el poder militar pero no la concepción militarista que se inculcó a nuestro pueblo». Hace una descripción salpicada por sus comentarios de excelente humor que lo caracterizaba, y recuerda muchos acontecimientos que vivimos juntos o cerca en esos azarosos años del país. Especialmente le impacta, y a mí me impacta mucho ese recuerdo porque ahí perdí mi inocencia en la política, muy jóvenes como éramos. Cuando el 3 de julio de 1954, consumada la intervención extranjera, llegó al país el coronel Castillo Armas, fue recibido dice Alfredo, por una «…jubilosa muchedumbre, que los vitoreó y colmó de elogios. Pareció que una mano mágica hubiera convertido en ese breve tiempo, el fervor revolucionario en fiebre anticomunista. Era, sin embargo, la voz del pueblo». Era casi la misma muchedumbre que, semanas antes, el primero de mayo había desfilado por las mismas calles con nosotros.
Con Alfredo tuvimos una interlocución permanente y fructífera. En mis largos años de exilio o de ausencias, cuando venía a Guatemala, nos reuníamos con Oscar Clemente a conversar sobre libros y política, como siempre. Por eso no me extrañó que Oscar Clemente me llamara a Costa Rica, para informarme la muerte de Alfredo y pedirme algún mensaje para la edición que preparaba el día de su muerte. Con los ojos humedecidos le envié un breve texto escrito de prisa y sin correcciones. Fue éste: «?.Recibimos sus entrañables amigos que estamos en Costa Rica consternados, la noticia de la muerte de Alfredo. Su ausencia irremediable se hará sentir cada vez más. Porque sus cualidades no eran, en estos años tan controvertidos, poseídas por muchas personas. Su integridad personal, su independencia intelectual, su competencia profesional, su sentido inimitable del humor, su fraternal solidaridad ilimitada, su profundo amor por Alicia y los muchachos, su posición de izquierda democrática firmemente sostenida siempre en tiempos borrascosos, serán para siempre un ejemplo para todos. Fue parte de la conciencia, desgraciadamente cada vez más pequeña de Guatemala, en este período tempestuoso. Frente a la intervención extranjera, el extravío de la escala de valores, el largo proceso de autoritarismo y la violencia, el difícil proceso de transición democrática, y el fragor de las interminables querellas, siempre estuvo en la línea honorable y buena. Con equilibrio y afecto. El vacío que deja será difícil llenarlo. Para nosotros, que siempre caminamos juntos desde nuestra adolescencia será aún más» Alfredo como Porfirio Barba Jacob escribió en uno de sus versos «Era una llama al viento, y el viento lo apagó».