Porque son improvisados. Son producto del hartazgo de la sociedad por la negligencia, del abuso de poder, de la corrupción y de las violaciones a la Ley de los que nos gobiernan.
Los odio porque aunque literalmente prohíben que los golpes sucedan nuevamente, no crean los mecanismos para que esto no suceda, pues se deja la puerta abierta para que lleguen al poder en lugar de estadistas, ladrones disfrazados de populistas.
Los golpes por no ser planificados dejan leyes que permiten a los gobernantes crear su red de abuso de poder y de corrupción, hasta permitiéndoles que tengan bancos a su disposición para lavar dinero.
El sistema que han dejado los golpes de Estado permite que mediante juegos sucios y abogados especialistas en retorcer la Ley, los presidentes remueven o amenazan con remover a funcionarios que su función sería la de mantener un Estado bien administrado evitando los abusos y el latrocinio, y obligar a los funcionarios a enmarcar todos sus actos dentro de la ley.
Los presidentes pueden remover al Contralor de Cuentas o lo amenazan con removerlo si audita las cuentas o los contratos donde lo que se roban es más de lo que se compra, ejemplo la medicina, como sucedió en Guatemala y en la Argentina.
Cambian fiscales generales a su antojo para dar rienda suelta a la impunidad. Colocan a las personas apropiadas en los bancos y en la Superintendencia para lavar todo el dinero que les esquilman a los pueblos.
Odio los golpes de Estado, porque por culpa de estos se está creando una estructura internacional de protección contra presidentes ladrones y violadores de la Ley, con el pretexto de que se odian los golpes de estado.
Por eso pido que se legisle, no para prohibir los golpes de Estado, sino para que los presidentes puedan ser removidos por ladrones y violadores de la ley, sin necesidad del golpe de Estado.
Después de Honduras, el latrocinio y la violación a la Ley parecen contar con la venia universal.
La semana entrante ya cuento con mi DPI.