Durante los casi 72 años que he vivido, he tenido la oportunidad de estudiar, conocer y también por razones  de trabajo temporalmente vivir y frecuentemente visitar varios países.
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Chile y Estados Unidos son pueblos, sociedades con los que he convivido por muchos años; España, Italia, México y El Salvador son naciones que conozco bastante. Compararlos con la sociedad guatemalteca me hace percatarme de sustanciales diferencias.
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Los chilenos son amistosos, cordiales, con marcadas diferencias sociales. Chile es el país con mayor clase media de los que conozco y he vivido, es un pueblo propenso al respeto de sus autoridades, al reconocimiento de los méritos de sus ciudadanos, es un país donde la ecuanimidad y la objetividad están presentes.
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La sociedad de Estados Unidos, en su enorme diversidad y complejidad, es igual que el arcoíris, respetuosa de su gobierno, de los ciudadanos que elige, de quienes la representan en el Senado, Congreso, Ejecutivo, de sus autoridades municipales y demás. El ciudadano conoce sus derechos, los exige pero también otorga el respeto que le corresponde a los demás, su sistema de justicia presume inocencia y exige el debido proceso.
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Los pueblos mexicano y salvadoreño son amistosos. Los mexicanos más belicosos que el resto de los latinoamericanos, pero sin duda alguna cuando brindan su amistad son excelentes anfitriones y muy buenos amigos, critican a sus autoridades pero no las ofenden, por ello su sistema político y quienes lo integran tienen estabilidad.
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En El Salvador siempre se está de ambiente, no son alambicados y por  ello es que todos los chapines que pueden los visitan. El sector público le merece a la ciudadanía salvadoreña confianza y respeto, gracias a ello hay paz.
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No comprendo, no me explico, mucho menos justifico, ¿por qué en Guatemala se tiene más tiempo para cuestionar, para criticar, para censurar al sector público que en cualquier otro país que conozco? Será la inducción que produce la cúpula empresarial, los asesores y satélites organizados que a través de los años han logrado gestar en los medios o será nuestra propia idiosincrasia. Por supuesto que mi duda no implica el vedar o limitar el derecho de expresarse, de pensar, reflexionar o cuestionar. Sin embargo, también estimo que el construir una nación, que lograr un desarrollo político, social y hasta económico, conlleva el reconocimiento también de lo bueno, de lo acertado que pueda producirse.
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El proceso que presidió el Rector magnífico de la Universidad de San Carlos en la comisión que tuvo que analizar y proponer al Congreso de la República quiénes son los integrantes de la lista en la que los diputados deberán seleccionar a los titulares y suplentes para los próximos cinco años de la Corte Suprema de Justicia, debe de ser reconocido como algo muy meritorio, el proceso que presidió el Rector de la Universidad Mesoamericana para que en la comisión integrante analizara y escogiera el listado de candidatos a magistrados de salas de la Corte de Apelaciones también debe ser reconocido como muy meritorio en comparación a lo que históricamente había acontecido.
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Cuántos se expresarán al respecto. Personalmente no conozco a ninguno de los rectores que presidieron y conozco a muy pocos de los que fueron miembros de las comisiones que elaboraron y elevaron al Congreso las nóminas pero, sin duda alguna, con las limitaciones e incluso con las circunstancias que indudablemente estuvieron presentes, no se debe de escatimar el reconocimiento y la felicitación por el esfuerzo realizado.