La situación en Honduras apunta a un severo conflicto entre los sectores que respaldan al depuesto presidente Manuel Zelaya y los que apoyan al presidente Roberto Micheletti, surgido del golpe de Estado. Mientras el primero utiliza la protección diplomática de Brasil para hacer llamados a sus seguidores para que intensifiquen la presión para restablecerlo en el poder, los segundos no andan con chiquitas y establecieron un plazo al país sudamericano de diez días para que entreguen a Zelaya o se lo lleven bajo la figura del asilo político.
La Organización de Estados Americanos, que según el presidente Lula da Silva de Brasil es la instancia para que se discuta el papel de su embajada en Tegucigalpa, está prácticamente marginada porque el gobierno hondureño no acepta a delegados del Secretario General y por lo tanto la vía de comunicación permanece cerrada.
El espacio del diálogo parece cerrado y en cambio los llamados de las partes al endurecimiento de posturas indica que estamos en ruta de colisión y que el choque se viene. El Ejército de Honduras parece mantenerse leal a Micheletti y eso es lo que le da gran solidez al régimen de facto, porque en el plano popular no parece que alguno de los dos tenga en realidad una ventaja significativa y mientras los grupos de respaldo al presidente Constitucional tratan de movilizarse en medio de la suspensión de garantías y la ya oficial censura a la prensa, especialmente a los pocos medios que apoyaban al gobernante depuesto, la clase media y especialmente la poderosa oligarquía hondureña no dan muestras de ceder.
El problema es que Zelaya permitió que se complicara la situación por el tiempo que pasó en el extranjero, facilitando así la consolidación interna del gobierno de facto, bajo la tesis de que bastaba el repudio de la comunidad internacional para retornar al poder. Los hechos demostraron que fue un error de Zelaya porque Micheletti se ha ido envalentonando frente a la comunidad internacional y cada vez parece menos dispuesto a ceder ante sus presiones, sobre todo porque su línea dura lo coloca muy bien a ojos de los sectores de poder económico de su país.
Es difícil atisbar una salida negociada a la crisis cuando las dos partes han endurecido sus posiciones y nuevamente la gran interrogante sigue siendo si el Ejército se mantendrá unido en respaldo de Micheletti. De ser así, es previsible que pueda darse una situación violenta muy delicada en el hermano país y que, por supuesto, es causa de gran preocupación para los centroamericanos ya no sólo por sus implicaciones políticas, sino especialmente por el riesgo para la vida de las personas.