El día de hoy les entregamos la parte final sobre la música de Franz Schubert, no sin antes decir que este mundo sonoro es fiel reflejo del aura de Casiopea, sublime esposa de miel quien es sonrisa élfica y llama de sol que desnuda mi alma de fuegos pletóricos de lirios, dorada ternura temblando en mis manos cotidianamente.
Sinfonías
Schubert compuso nueve Sinfonías: la Octava, escrita en Gastein (1825) (de ahí su nombre), se ha perdido.
Las tres primeras son todavía música de cámara pura; nacieron para las necesidades de la pequeña orquesta del internado y para el conjunto de aficionados que tocaba, primero en la casa paterna de Schubert, más tarde en casa de cada uno de los miembros de este conjunto (1813, 1814 y 1815).
La Cuarta Sinfonía, que Schubert mismo llamó Trágica, sigue los pasos del Coriolano y Egmont de Beethoven (1816). La Quinta Sinfonía en si bemol mayor (sin trompetas y sin timbales) es, a causa de su lirismo encantador, la más conseguida y la más personal de las seis primeras (1816). En la Sexta Sinfonía Schubert tiende la mano a Weber, Mozart y Beethoven (1817). La Séptima es la célebre Sinfonía Inconclusa en si menor (1822). Comprende un Allegro y un Andante: del Scherzo no elaboró Schubert más que una pequeña parte. Es probable que trabajando en este Scherzo y al comprender que los dos primeros tiempos formaban un todo completo, el compositor no se haya creído obligado a la división tradicional en cuatro tiempos. La Séptima Sinfonía puede ser llamada Trágica con más razón que la Cuarta. El primer tiempo difunde un ambiente de fatalidad más o menos señalado con el unísono inicial de los cellos y contrabajos, con el primer tema del oboe y del clarinete, expuesto sobre el inquieto fondo de los violines en semicorcheas, y con los sforzati del desarrollo.
También el segundo tema, un Lí¤ndler en los violoncelos, se une al ambiente general del conjunto gracias al acompañamiento sincopado. El andante con moto, de una inefable belleza, nos pone ante la perspectiva heroica, momento supremo e indispensable de los trágicos. Esta obra fue ejecutada por primera vez en 1865. La Novena Sinfonía en do mayor «La Grande» (1828), encontraba en 1838 por Schumann entre los papeles de Ferdinand, hermano del compositor, y celebrada por Robert Schumann a causa de su celestial duración, es considerada por algunos como la más importante de las sinfonías de Schubert. Posee sin duda un caudal de inspiración matizado por una olímpica alegría, pero le faltan los contrastes que semejante extensión requiere; hace echar de menos la madurez de la Inconclusa.
Por otra parte, para compenetrarse de la música de Franz Serafhin Schubert hay que meditar que su existencia tan dramáticamente breve, se inscribe en el ambiente de bohemia vienesa. Desde la edad de veinte años sufrió ya las consecuencias de la enfermedad y de la angustia ante el presentimiento de la muerte. Su producción prosigue enfebrecida sin cesar, alcanzando incluso a salvar lo que podía parecer imposible, la presencia de la personalidad ingente de Beethoven. Es plenamente consciente de ésta pero ve claramente trazado su camino en los ámbitos del piano, el cuarteto y la sinfonía hacia unos derroteros distintos que no cabe tampoco confundir con los del lied.
Finalmente, diremos que Franz Sheraphin Schubert vivió una existencia trágicamente fugaz de sólo treinta y un años, precisamente durante aquellos que constituyen el instante de explosión del romanticismo europeo. No obstante, buena parte de su producción inicial deberá permanecer influida todavía por los dos compositores indiscutibles, académicos por excelencia de comienzos del siglo XIX, es decir Haydn y Mozart. Sus obras serán tenidas como modélicas y ejemplares, sobre todo cuando lo que priva es el cultivo de la forma de la sonata por encima del contrapunto barroco que en cierto sentido no ha sido aún redescubierto -Beethoven es el mejor ejemplo de ello-, Schubert se inicia por tanto en la composición de música de cámara y pianística de resonancias realmente muy clásicas hasta alcanzar extremos, como ocurre con la Sinfonía No. 5, de fácil confusión para el profano y el melómano, con una obra madura de Mozart. No obstante, llegará el momento preciso de la insoslayable influencia beethoveniana lo que resultará una de las pruebas más difíciles para un compositor tan intuitivo y plausiblemente de técnica inferior a la de aquel coloso. Y a pesar de todo, contra todo cuanto cabría esperar, la figura de Franz Schubert sabe hallar su vía propia en todos los aspectos, hasta alcanzar a manejar un lenguaje inédito. Este secreto será el mismo que justifica en cierto modo el hallazgo de la forma lied que a Franz Schubert ha de atribuirse rotundamente.