De la Pedagogí­a del Oprimido a la Pedagogí­a de la Esperanza


Raúl Hernández Chacón

Al expresar las propias palabras de Paulo Freire: «Escribí­ la Pedagogí­a del Oprimido entre 1967 y 1968»; sitúo esta reflexión desde la misma práctica de mi vocación educadora y educativa, a partir de esa concepción pedagógica de que nadie se educa solo. Es a través de la relación educando-educador, de la relación sujeto-objeto, de la relación social del hogar, de la familia y de la comunidad, que se van hilvanando las ideas, los pensamientos, la transformación de un mundo menos humano, a un mundo más humano, de una sociedad violenta, a una sociedad más justa y más fraterna.


Por ello, entre 1967 y 1968 me encuentro entre mis estudios profesionales para obtener el tí­tulo de Profesor de educación primaria urbana en el Instituto Normal Mixto Nocturno, y mi condición de obrero, como trabajador de una empresa importadora de vehí­culos. Llegan a mi memoria los docentes de aquella época: Macrino Blanco, Buezo, Amí­lcar Echeverrí­a, Carlos Sandoval Cardona, Juan Rafael Sanchez Morales, José Luis Garcí­a Ortiz, Leonel Letona Estrada, Miguel íngel Cambronero. Y tantos más. 1967 y 1968, perí­odo histórico muy particular para Guatemala, en el marco del conflicto armado interno. í‰poca de intensas emociones de una adolescencia que se resistí­a a dar paso a la madurez del joven y que sobreviví­a entre dos mundos: el de la idealidad y el romanticismo y el de la realidad y la tristeza. Un mundo de contradicciones e ilusiones, un mundo de búsqueda y de ausencias y de soledades. Guatemala, vive su propia historia. La juventud busca respuestas desde un contexto conservador y de mucha represión en el macro contexto latinoamericano y mundial con secuelas de la guerra frí­a y el enfrentamiento ideológico imperante. Así­ se vive en Guatemala el nacimiento de una propuesta pedagógica latinoamericana que estarí­a llamada a ser la portadora de una visión educativa, desde esta parte del mundo, a la educación del siglo XX.

LA PEDAGOGIA DEL OPRIMIDO

Aprender a decir su palabra. Esta frase resume en gran medida esta propuesta pedagógica que explota en 1968. Explota porque plantea al profesor, al educador una nueva perspectiva educadora: dejar que la persona exprese su palabra. Su pensamiento, su emoción, su sentimiento, su lectura del entorno. Su yo interno. Su ver lo que ve con sus propias palabras, aún, como el caso del analfabeto, sin leer ni escribir. No dijo «sin saber». Como dice el texto que comentamos: El sentido más exacto de la alfabetización es aprender a escribir su vida, como autor y como testigo de su historia-biografiarse, existenciarse, historicizarse. Por eso la pedagogí­a de Paulo Freire, siendo un método de alfabetización, tiene como idea animadora toda una dimensión humana de la «educación como práctica de la libertad.» Así­ lo expresa el preámbulo de la educación de siglo XXI, noviembre 1970. Pero veamos que contenido desarrolla el autor en esta maravillosa obra, obligada lectura de todo educador que sienta que está llamado a Ser cada vez más educador: Primero encontramos la Justificación de la Pedagogí­a del Oprimido, con las contradicciones de opresores y oprimidos, su situación concreta, para luego terminar con la idea núcleo de que nadie libera a nadie, nadie se libera solo, son los hombres y mujeres que se liberan en comunión. Esto último, con la idea que se perfila en la esperanza. Segundo: La concepción «bancaria» de la educación, como instrumento de opresión, que plantea la concepción problematizadora de la educación. No se trata sólo de transmisión de conocimientos aislados del contexto de la persona humana. Se trata de rescatar la idea núcleo de que el hombre y la mujer, como ser inconcluso y consciente de su inconclusión y su permanente movimiento tras la búsqueda de Ser más. Tercero: La propuesta pedagógica del diálogo como herramienta indispensable en el proceso educativo para llevar a la esencia de la educación como práctica de la libertad. En Guatemala, se tiene la certeza, de que el diálogo fue la lección pedagógica de los Acuerdos de Paz firmados en 1996. De su cumplimiento es otra tarea que aquí­ no vamos a desarrollar. Y cuarto: La a teorí­a de la acción anti dialógica y la dialógica y sus caracterí­sticas. Estos cuatro capí­tulos resumen la propuesta pedagógica freiriana que revolucionó a la educación, la actualizó desde el contexto latinoamericano y desarrolló una propuesta metodológica que responde a la realidad existencial del mundo de hace cuarenta años y continúa vigente hoy.

LA PEDAGOGIA DE LA ESPERANZA

«El tiempo de escribir, además, va siempre precedido por el de hablar de las ideas que después se fijarán en el papel», dice Freire en el año 1992, casi treinta años después. Esta afirmación expresa la profundidad del pensamiento del autor con la coherencia de su práctica existencial. Ello significa que antes de escribir, la vivencia marca el pensamiento y la acción en clara sintoní­a con todo el pensamiento de la educación como liberación, como concientización como pensamiento-acción para la transformación del mundo. Pero Freire va más aún cuando apunta que «escribí­ la Pedagogí­a del oprimido, texto que retomo ahora, en su «mayorí­a de edad», para volverlo a ver, a pensar, a decir. Para decir también, puesto que lo retomo en otro texto, que también tiene su discurso que, del mismo modo, habla por sí­ mismo, hablando de la esperanza.» Pero, ¿qué es la pedagogí­a de la esperanza? Responde nuestro autor: «posibilitar en las clases populares el desarrollo de su lenguaje, nunca por el parloteo autoritario y sectario de los «educadores», de su lenguaje que, emergiendo de su realidad y volviéndose hacia ella, perfile las conjeturas, los diseños, las anticipaciones del mundo nuevo. Esta es una de las cuestiones centrales de la educación popular: la del lenguaje como camino de invención de la ciudadaní­a.» La pedagogí­a de la esperanza, reafirma entonces que decir su palabra, pronunciar su idea, expresar su mundo, su lectura, soñar con un mundo mejor, es precisamente la esperanza en el futuro, la esperanza en una sociedad más justa, la esperanza en la justicia, en la solidaridad, la esperanza en el respeto absoluto a la dignidad de la persona humana, la pedagogí­a de la esperanza, es no abandonar la lucha por la construcción de un mundo mejor, más humano, desde la educación como practica de la libertad. Es el compromiso inclaudicable de construir para el presente y para el futuro una Guatemala diferente, pluricultural, multiétnica. Es la pedagogí­a de la esperanza que busca en la toma de conciencia, la formación ciudadana para el futuro inmediato, para el cambio de paradigmas educativos. Para hacer de la clase, un ejercicio permanente de crecimiento personal y comunitario. Termino con la cita textual de la Pedagogí­a de la esperanza: «Los discursos neoliberales, llenos de modernidad no tienen fuerza suficiente para acabar con las clases sociales y decretar la inexistencia de intereses diferentes entre ellas, como no tienen fuerza para acabar con los conflictos y la lucha entre ellas. Lo que ocurre es que la lucha es una categorí­a histórica y social. Tiene, por lo tanto, historicidad. Cambia de tiempo-espacio a tiempo-espacio. La lucha no niega la posibilidad de acuerdos, de arreglos entre las partes antagónicas. En otras palabras, los arreglos y los acuerdos son parte de la lucha, como categorí­a histórica y no metafí­sica. Hay momentos históricos en que la supervivencia del todo social, que interesa a las clases sociales, les plantea la necesidad de entenderse, lo que no significa que estemos viviendo un tiempo nuevo, vací­o, de clases sociales y de conflictos.

CONCLUSIí“N

La Educación requiere un cambio permanente que es incuestionable e irreversible. Cambio de actitudes frente a la vida, frente al mundo de injusticia y de soberbia que se vive hoy. Requiere un cambio que favorezca las condiciones del más débil, del más necesitado, del marginado, del oprimido. Ese cambio educativo es la Pedagogí­a de la Esperanza. Ese cambio pedagógico, no es posible, sólo en el centro educativo, pero lo incluye. Ese cambio esperanzador debe experimentarse en la familia, en el centro educativo, en la sociedad, en los diversos espacios y escenarios polí­ticos, económicos y culturales. La Pedagogí­a de la Esperanza se resume en una nueva y permanente educación formal y no formal que tiene como fundamento esencial, el respeto irrestricto a la persona humana en la búsqueda de su práctica de la libertad.