Los católicos de Polonia quedaron profundamente divididos tras el escándalo del efímero arzobispo de Varsovia, monseñor Stanislaw Wielgus, obligado por el Vaticano a renunciar por su pasado de colaborador de la policía política polaca durante el régimen comunista.
Para la mayoría de expertos, no hay duda: la Iglesia Católica polaca atraviesa una de sus crisis más graves desde el fin del comunismo, porque el escándalo ha despertado los recuerdos dolorosos que trata de borrar desde hace años.
Tras la caída del régimen comunista en 1989, la Iglesia estaba dotada de un inmenso prestigio, que ganó con los años de dictadura, cuando hizo frente al totalitarismo.
Asimismo, la Iglesia Católica de Polonia se benefició del aura carismática de Juan Pablo II, el polaco Karol Wojtyla, que fue Papa entre 1978 y 2005.
Ninguna institución religiosa en Europa tiene una influencia similar a la Iglesia polaca. El 95% de los polacos se declara católico, y la mitad de ellos acude regularmente a misa.
Pero, para la mayoría de analistas, la jerarquía católica polaca se equivocó al tratar de imponer a Wielgus en uno de sus dos puestos más eminentes, el arzobispado de Varsovia.
El prelado, de 67 años, asumió sus funciones el viernes, sucediendo al cardenal Glemp, quien se jubiló con 77 años, aunque conserva su título de primado de Polonia.
Una comisión especial del episcopado polaco estableció que Wielgus colaboró efectivamente con la antigua policía comunista, como habían revelado poco antes medios de comunicación polacos.
Igual que cientos de miles de personas que vivían en la Europa comunista de antes de 1990, Wielgus aceptó cuando era un simple estudiante trabajar con la policía secreta, encargada de vigilar hasta los menores gestos de cualquier ciudadano sospechoso de oponerse, aunque fuera mínimamente, al régimen.
«La Iglesia polaca no logró resolver el caso de monseñor Wielgus. En lugar de condenar la traición, algunos obispos, sacerdotes y periodistas católicos lanzaron insultos contra los que tuvieron el valor de revelar esta verdad incómoda», se lamentaba el lunes el diario conservador Rzeczpospolita.
«Este asunto reveló el lado oscuro de la jerarquía», estimó Pawel Boryszewski, un sociólogo de la religión.
«En Polonia un obispo se considera y se hace considerar como un teniente de Dios en la Tierra. Hemos visto cómo los obispos se cierran a la voz de los fieles. Por primera vez, la prensa logró forzar a los obispos a revelar la verdad», agregó.
En un sondeo publicado el viernes, antes de la dimisión de Wielgus, el 67% de los polacos estimó que un ex agente de la policía secreta comunista no debería ocupar una alta función en la jerarquía de la Iglesia.
Sin embargo, los principales responsables de la Iglesia polaca defendieron hasta el final al prelado.
«Fue juzgado y condenado sin abogados, sin testigos. No fue un buen juicio», reiteró el domingo el cardenal Glemp.
Para el sociólogo Pawel Boryszewski, la actitud de la jerarquía polaca podría acelerar una democratización de la Iglesia. «El proceso fue lanzado y no será posible detenerlo», aseguró.