Un viejo trabalenguas refería la extraña frase que el Rey de Constantinopla se quiere desconstantinopolizar. La frase, analizada con cierta acuciosidad, no parecería tener sentido, sobre todo porque es sumamente difícil dejar de ser algo que somos. Por ello, el monarca de un lugar, siendo casi un símbolo, sería ilógico que quiera quitarse la esencia de lo que es. Sin embargo, sano es reflexionar sobre las actuaciones personales para discernir sobre lo que se está haciendo bien y mal, para intentar corregirse y mejorar, si es que se tiene buena voluntad.
Ahora, bien, cayendo en lo que nos atañe, habría que hacer una reflexión sobre nuestra, cada vez mayor, tendencia a politizar todo. Y basta y sobra ver el nivel de politización que ha adquirido el tema de la desnutrición y la inseguridad alimentaria que actualmente azota al país.
Casi es instantánea la crítica que se hace en contra del Gobierno, por estos bochornosos casos, haciéndonos creer que es culpa de nuestras actuales autoridades, olvidando que éstos son problemas añejos y antañones. Claro está, que quienes han tenido en sus manos el poder evitar o al menos paliar esta crisis, no supieron actuar a tiempo.
No es extraño ver hoy día, sobre todo en países como el nuestro, que, una vez llegado a los puestos de poder público, el entorno familiar y de amigos se vea favorecido, al obtener plazas o contratos. Sin embargo, ello acarrea el peligro de que entre los círculos cercanos al funcionario, no encuentre al idóneo para ejercer cierto puesto, por lo que a veces se hace caso omiso de la idoneidad, y se termina poniendo a cualquier gato.
El punto es que nuestras crisis tienden a aumentarse por ese grado de politización existente ya en nuestro ejercicio público; tanto desde los puestos de poder, porque se pretende evadir las exigencias técnicas que deben tener las plazas, y en su lugar se intentan cumplir los amiguismos, compadrazgos y clientelismos.
De la misma manera, desde los puestos públicos de oposición, se aprovechan también las crisis para politizar las posturas, quizá desde un punto de vista partidario electorero, y se salta a la escena pública, auspiciada por los medios de comunicación, para intentar sumar adeptos. Sin embargo, de la misma forma estas son posiciones políticas, que rara vez van acompañadas de una solución concreta y técnica, a fin de colaborar con atacar el problema.
En nuestra reciente Crisis Rosenberg, el clima político se sobrecalentó por acusaciones a manos abiertas, cuando, en realidad, el conflicto debía ser resuelto sólo a través de la investigación criminalística y forense, y no desde las curules u otros puestos públicos.
La Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), junto al Ministerio Público y demás fuerzas investigativas del país, lograron calmar las olas y la tempestad, luego de ofrecer una investigación técnica y no política.
Las denuncias sólo corresponden dentro del sistema de investigación-justicia; por supuesto, que los políticos también tienen derecho a declaraciones políticas -incluso a la acusación y denuncia pública-, pero ello no ayuda, sobre todo en un país que necesita retomar la senda de los buenos procedimientos.
Otro caso de extrema politización ocurre hoy día dentro de las Comisiones de Postulación para miembros de la cúpula del Organismo Judicial. Pese a que se estableció, desde 1985, que sean los expertos en materia -es decir, los abogados- quienes eligieran a los máximos encargados de la justicia del país, este proceso se encuentra politizado, y no sólo eso, sino con intereses de toda clase, incluyendo comerciales.
Se ha llegado a tal punto, que esta politización ha ensuciado un proceso y ni siquiera una Ley de Comisiones de Postulación aceptable ha logrado detener las negociaciones bajo la mesa. Es tal la falta de transparencia, que hasta se ha amenazado con decir, con nombres y apellidos, a las personas que podrían representar un daño a la Justicia del país, como la protesta de la fotografía que acompaña a esta nota, de un grupo social que sintió la imperativa necesidad de levantarse ante las supuestas mañas que se están dando.
¿Es este el país que queremos? ¿Que nuestros técnicos tengan que consultar al caudillo del partido político?
En esta semana que recién pasó, una propuesta sana provino de la Unión Nacional de Mujeres de Guatemala (Unamg), a través de su miembro Walda Barrios, quien analizó que las actuales reformas constitucionales que se estudian para el país, no son del todo convenientes, sobre todo en un clima tan convulso como el que ahora estamos atravesando.
Según este análisis de Unamg, se estima que cuando hay conflictividad política y social, la población tiende a confundirse y consideran que cambios en la institucionalidad podrían mejorar la situación. Sin embargo, las propuestas políticas podrían ser ilusorias, ya que a veces son como jugar a los dados.
Mientras tanto, la propuesta correspondía a la invitación de que se solucionara la conflictividad del país a través de acciones técnicas, como sería imperativo en la actual situación de inseguridad alimentaria; una vez apagados todos nuestros fuegos, hay un clima adecuado para discutir cambios en nuestra Carta Magna y nuestra estructura política.
Es difícil reflexionar e intentar cambiar desde dentro de una sociedad que se haya politizada hasta las raíces, pero como en nuestros trabalenguas, un rey podía desconstantinopolizarse, nosotros también deberíamos procurar despolitizarnos.
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