«Tengo un mañana que es mío, y un mañana que es de todos. El mío acaba mañana, pero sobrevive el otro», Mario Benedetti, periodista y poeta uruguayo
Sus palabras fueron tiernas y contundentes: «Siempre hay una historia detrás de toda historia», me escribió en sus últimos mensajes. Y creo en ello.
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Generalmente, los medios de información cuentan una parte de un suceso (historia) y omiten, por diferentes causas, otra (s), amparados quizá, en que la parte de la historia que está detrás de las historias, nada tiene que ver con lo «informativo».
La próxima semana, esos medios publicarán (si la coyuntura lo permite) la sentencia del juicio contra Dámaris Salguero Culajay y Ricardo José Chávez Santa María, quienes son juzgados por los delitos de parricidio y asesinato, respectivamente; por la muerte de un niño de catorce meses.
Los detalles de la acusación del Ministerio Público contra el y la acusada son por demás conocidos y repetirlos aquí podría parecer aburrido. «Qué», «cómo», «cuándo» y «dónde». El «por qué», queda, generalmente, perdido entre tanta literalidad del ejercicio del derecho.
Pero la historia detrás de la historia es muy distinta, incluso podría parecer inverosímil para muchos: aunque todas las noticias, referentes a ese caso, coincidan en que los acusados eran convivientes; es un hecho que ninguno se atreverá a mencionar que estos alguna vez se enamoraron, que sentían mariposas en el estómago al verse. Sí, ellos estuvieron inmersos en ese proceso humano.
Ricardo, quien poco pudo soportar el alcoholismo de su padre y las consecuencias que eso originó en su madre, tuvo que abandonar su país natal (Nicaragua) para buscar «mejores oportunidades» en Guatemala, lo que lo llevó a encontrar trabajo como conserje en un centro comercial de la zona 11.
Frente al intimidante edificio (para el que laboraba por más de ocho horas al día) conoció a Dámaris, quien se sostenía económicamente vendiendo calcomanías a quienes caminaban por allí. Un día, Ricardo la invitó a un café y Dámaris aceptó; y así, poco a poco fueron creando una burbuja para los dos, un espacio donde no importaban tanto los «problemas» mientras se tuvieran el uno al otro llenando los vacíos del alma.
Durante el juicio no interactuaban. Aunque a Ricardo parecía no importarle la presencia de Dámaris, era evidente que para ella el hecho de permanecer algunas horas cerca de aquel hombre que había querido y que tanto daño le había hecho (según sus propias palabras) era un suplicio; así que reconoció entre llanto frente a los jueces: «Yo a él (Ricardo) lo quise bastante y ahora lo perdí todo por culpa de un hombre que no valió la pena». ¿Cuánto habrán entendido los jueces sus palabras?
Lo sabemos, cada persona es responsable de sus decisiones y de las consecuencias que estas generen, pero no deja de ser importante la influencia que la ausencia del Estado tiene en la estructura de una sociedad, y ésta, en quienes la integran.
Es curioso: el Estado, aunque en un porcentaje mínimo, puede garantizar su función represiva (perseguir y sancionar los delitos), no obstante, durante años, no ha sido capaz de garantizar el trabajo, la salud, la educación y desarrollo para las y los ciudadanos. Eso, definitivamente, cambiaría las historias.