Cambalache


Harold Soberanis

Mi gusto por el tango me viene de las ya lejanas tardes de sábado cuando, junto a mi padre, mis hermanos y yo nos veí­amos obligados a escuchar los innumerables discos de acetato que, en un ritual interminable, él poní­a para escuchar a Gardel, ese fabuloso tanguero que cada dí­a canta mejor.


A fuerza de oí­r esa música, fui tomándole el gusto, de tal manera que hoy dí­a, cuando ya mi padre no está, sigo buscando esos viejos discos y, repitiendo ese ritual de cada sábado, los coloco y escucho con sumo placer. Claro, ahora son mis hijos quienes «sufren» esta afición mí­a.

De entre los muchos tangos que me sé de memoria, hay uno que me causa un particular sentimiento. Ese tango es «Cambalache», escrito en 1935 por Enrique Santos Discépolo, más conocido como «el Filósofo». Este prolí­fico autor, dejó grandes composiciones que aún se escuchan y que son como requisito obligado del repertorio para todo aquel cantante de tango que se respete.

La versión que yo escuchó, sin embargo, es la que cantó Joan Manuel Serrat en un concierto de hace mucho tiempo, concierto que fue titulado «En directo».

Este tango «Cambalache» describe, con agudeza e ironí­a, lo que su autor estaba viviendo y observando acerca de los cambios vertiginosos que se desarrollaban en la primera mitad del siglo pasado. Lo que más llama la atención es que, según Discépolo, se estaba perdiendo, ya en esa época, el respeto por los valores que hasta entonces habí­an sido puntos de referencia en el actuar de la gente, y todo se mezclaba en una amalgama cí­nica, al estilo de los cambalaches, esas tiendas donde se vendí­an muchas cosas de segunda mano, y que eran exhibidas en una abigarrada mescolanza.

Según Discépolo, lo mismo ocurrí­a en la sociedad de su momento, pues daba igual vivir honradamente que no, ya que todo era válido. Me parece que este tango, aún con las limitaciones propias de su momento histórico, anunciaba, muy a su manera, lo que muchos años después señalarí­a el posmodernismo: que no hay puntos de referencia y que por lo mismo, todo se vale.

Es increí­ble que a pesar del tiempo transcurrido, cuando uno escucha este tango, pareciera que está oyendo la descripción de situaciones cotidianas, situaciones y hechos que se dan a nuestro alrededor. Y no puede uno dejar de comparar a aquélla Argentina de la primera mitad del siglo XX con la Guatemala actual, pues resulta que hoy ser corrupto y sinvergí¼enza es tan valioso como lo contrario y que, aún más, en algunos casos se exalta más que la honradez. Cuántas veces no hemos escuchado que se alaba la astucia de nuestros polí­ticos de turno al decir que fulano o zutano fue muy listo pues supo robar y hacerse rico sin que los demás nos diéramos cuenta. Incluso se llega a aceptar que estos politiqueros roben «un poquito» con tal de hacer un poco de obra social.

Estos mismos individuos, son los que después salen en la televisión dando consejos a todo mundo e intentan moralizar a una sociedad que ellos mismos han corrompido y prostituido.

Por eso, este tango «Cambalache» me sigue pareciendo el mejor en describir los tiempos que vivimos. Como siempre, Guatemala es el ejemplo perfecto de la descomposición social en la que estamos hoy dí­a, esa descomposición que destruye a toda la humanidad. Esto es muy bien aprovechado por las grandes empresas capitalistas que, en su insaciable voracidad, bombardean a todo mundo, pero especialmente a nuestra juventud, con una serie de mensajes que incitan al consumismo irracional, bajo el argumento que más vale tener que ser. De esa cuenta, se privilegia la posesión de objetos y se desprecia la vida virtuosa que es la que, al fin de cuentas, nos da valor y nos hace mejores cada dí­a.

Si a este consumismo contraponemos la pobreza en la que se encuentran sumergidos millones de seres humanos en todo el mundo, comprendemos entonces esa contradicción, esa angustia que se esconde en el corazón de muchos hombres y mujeres y que se expresa en la decadencia moral y delincuencia que nos agobia. Pues resulta que como es mejor tener que ser, y dado que no cuento con los medios económicos para atesorar cosas, no me queda otra que robar, pues de lo que se trata es que los demás me vean y me valoren por lo que tengo, aunque los medios para conseguirlo no sean lí­citos.

Y ahí­ está también el mal ejemplo de nuestros politiqueros que con desfachatez y cinismo hacen alarde de la buena posición social que tienen, aunque todo mundo sepa que para lograrlo tuvieron que robar. Después el sistema los premia nombrándolos ministros o diputados, y la cosa queda como si nada hubiera pasado.

Como no soy ningún puritano no es mi intención lanzar moralinas a la gente. Mi intención es apelar al buen juicio, a la reflexión, al análisis que nos proporciona la filosofí­a, confiando en que nos demos cuenta de nuestras acciones y dejemos de premiar a quien no se lo merece. Como dijo Camus, «el éxito es fácil obtenerlo; lo difí­cil es merecerlo». Y para merecerlo el único camino que tenemos es el de la virtud que es el justo medio y el hábito de las buenas acciones, tal como afirmó Aristóteles.

Por eso serí­a bueno que todos los dí­as escucháramos el tango «Cambalache», pues nos harí­a pensar sobre lo que estamos haciendo para saber si nuestra conducta es la correcta.

CAMBALACHE (LETRA)


Que el mundo fue y será una porquerí­a

ya lo sé…

(¡En el quinientos seis

y en el dos mil también!).

Que siempre ha habido chorros,

maquiavelos y estafaos,

contentos y amargaos,

valores y dublé…

Pero que el siglo veinte

es un despliegue

de maldá insolente,

ya no hay quien lo niegue.

Vivimos revolcaos

en un merengue

y en un mismo lodo

todos manoseaos…

¡Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor!…

¡Ignorante, sabio o chorro,

generoso o estafador!

¡Todo es igual!

¡Nada es mejor!

¡Lo mismo un burro

que un gran profesor!

No hay aplazaos

ni escalafón,

los inmorales

nos han igualao.

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

¡da lo mismo que sea cura,

colchonero, rey de bastos,

caradura o polizón!…

¡Qué falta de respeto, qué atropello

a la razón!

¡Cualquiera es un señor!

¡Cualquiera es un ladrón!

Mezclao con Stavisky va Don Bosco

y «La Mignón»,

Don Chicho y Napoleón,

Carnera y San Martí­n…

Igual que en la vidriera irrespetuosa

de los cambalaches

se ha mezclao la vida,

y herida por un sable sin remaches

ves llorar la Biblia

contra un calefón…

¡Siglo veinte, cambalache

problemático y febril!…

El que no llora no mama

y el que no afana es un gil!

¡Dale nomás!

¡Dale que va!

¡Que allá en el horno

nos vamo a encontrar!

¡No pienses más,

sentate a un lao,

que a nadie importa

si naciste honrao!

Es lo mismo el que labura

noche y dí­a como un buey,

que el que vive de los otros,

que el que mata, que el que cura

o está fuera de la ley…

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