Creo que fue correcta la evaluación que en poco tiempo hizo el relator de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación al criticar seriamente a los dirigentes nacionales, especialmente a quienes tienen el poder político, por la falta de voluntad para implementar acciones que permitan enfrentar con propiedad la crisis alimentaria que ha derivado en hambruna, término que evidentemente provoca malestar al Presidente, pero que refleja la realidad que se vive en muchos de los lugares del interior del país donde los niños, literalmente hablando, se mueren de hambre.
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Y es una responsabilidad histórica que no se aplica únicamente a nuestros actuales diputados y gobernantes, sino que es correcta cuando hablamos de todos aquellos que han tenido responsabilidades políticas y sociales en Guatemala. Porque ha habido una especie de ocultamiento de nuestra realidad y en ello no sólo el sector público tiene una gravísima responsabilidad, sino también la sociedad, incluyendo a los sectores dominantes y los medios de comunicación que no hemos asumido el papel que nos corresponde para destacar que el país tiene graves deficiencias estructurales que demandan inmediata atención.
Pero obviamente los responsables de las decisiones políticas, especialmente el gobierno central y el poder legislativo, son en el fondo los que tienen la mayor responsabilidad porque en sus manos está actuar con determinación para proteger la vida y el desarrollo integral de esos niños que viven en condiciones de abandono y que ni siquiera tienen acceso a la comida, lo cual es inaudito en una nación que tiene su riqueza y que bien administrada debiera dar para que todos los habitantes pudieran al menos tener alimento.
La postura del relator de alguna manera está reflejando el profundo malestar que le causó comprobar que el problema del hambre en el país tiene tanto que ver con la indiferencia de las autoridades que no han sabido actuar para corregir deficiencias que generan esa tremenda inequidad. Y es una crítica a la sociedad en su conjunto porque nuestra indiferencia, que apenas dejamos de lado temporalmente cuando se agudiza el hambre y se mueren niños guatemaltecos en algunos poblados, ha sido parte de nuestra vida y es en buena medida parte de nuestra idiosincrasia.
Lo peor de todo es que resulta obvio que no nos inmutamos con lo que está ocurriendo y que en buena medida estamos ya acostumbrados a vivir en esas condiciones de desigualdad extremas que producen condiciones de miseria que son ofensivas desde todo punto de vista. Vemos la pobreza como parte de nuestro paisaje, de nuestra triste realidad sin reparar en el efecto que tiene sobre los niños, sobre las futuras generaciones que crecerán con déficit muy grande tanto en el aspecto físico como en el intelectual, constituyendo así un freno a su capacidad de lograr su plena realización como seres humanos.
Si vemos con detenimiento lo dicho por el relator, tenemos que sentir vergí¼enza porque nos está demostrando que somos una sociedad descuidada, que pasó por alto responsabilidades colectivas que debiéramos asumir para asistir a la gente que más necesita. No puede ser que sigamos siendo un país que muestra tanto descuido por la pobreza y que se resiste a contribuir fiscalmente a financiar el desarrollo que ofrezca a tanta gente las oportunidades más elementales, entre las cuales está el derecho a la alimentación.