La OTAN se encuentra ante una disyuntiva de talla en Afganistán entre su preocupación por evitar meteduras de pata con civiles limitando las bajas propias y enfrentarse con unos talibanes cada vez más omnipresentes, mientras el tiempo se le empieza a echar encima.
«El nuevo comandante de la ISAF (la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de la OTAN), el general Stanley McChrystal, el meollo del objetivo no es tanto matar insurgentes como ganarse la confianza de la población, y asegurarse al mismo tiempo un mínimo de seguridad de las tropas», subraya un responsable militar de la Alianza.
De ahí su directiva de junio, que estipula que, en las operaciones, el recurso al apoyo aéreo sólo se autoriza ahora en caso de «extrema necesidad» y con un objetivo militar claro. La prioridad va a la protección de los civiles.
Pero, prosigue este oficial que requirió anonimato, «en cuanto entras en esta lógica, la relación cambia entre dos parámetros: la seguridad de las tropas por un lado y su inmersión en la población por otro».
«Corremos más riesgos y eso exige arbitrajes cada vez, y es difícil encontrar el equilibrio en el terreno» entre la necesidad de salvaguardar a los civiles y proteger a los soldados, reconoce.
Para Franí§ois Heisbourg, asesor de la Fundación para la Investigación Estratégica (FRS), con sede en París, existe una «correlación relativamente directa» entre la manera de conducir las operaciones «y el balance entre los civiles».
Esto no ha sido bien entendido por todos los militares de la ISAF, incluidos los de países que denunciaban con el máximo énfasis la persistencia de víctimas civiles en los bombardeos aéreos.
Como por ejemplo el ataque del 4 de septiembre cerca de Kunduz (norte) donde decenas de civiles podrían haber perecido.
Oficiales alemanes pidieron ayuda a la aviación estadounidense, en lugar de mandar a sus soldados a destruir dos camiones-cisterna robados por los talibanes, «con el brillante resultado conocido», estima Heisbourg.
Aunque el informe oficial sobre el incidente de Kunduz exculpa al coronel alemán Georg Klein, la OTAN seguirá enfrentada a este grave dilema.
«No es posible pasar a Kabul todas las peticiones de apoyo aéreo. El cuartel general de la ISAF estaría asfixiado y esas decisiones se deben tomar en cuestión de minutos», explica el responsable militar.
«Es un juego difícil de practicar ante las opiniones públicas», admite, porque tanto la muerte de civiles por error como la muerte de soldados enviados al combate sin protección adecuada hacen impopular la presencia internacional en Afganistán.
Ante un riesgo de cansancio general por el sangriento embrollo afgano, el nuevo secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, ha abogado por una «afganización» del conflicto más rápida y masiva de lo previsto.
El objetivo actual es aumentar de aquí a finales de 2010 hasta 134 mil soldados los efectivos del Ejército afgano y hasta 82 mil los efectivos policiales. Rasmussen estima que la buena cifra sería la de «unos 400 mil» para las dos fuerzas, prácticamente el doble. Una cifra que retomó el viernes el influyente senador demócrata estadounidense Carl Levin.
Hablando del asunto de Kunduz y recordando la próxima celebración de una nueva conferencia internacional sobre Afganistán, la canciller alemana, Angela Merkel, evocó el martes pasado un plazo de cinco años «para permitir que las tropas internacionales se retiren poco a poco».
El factor tiempo se ha vuelto crucial. A pesar de los incesantes refuerzos, la situación militar «no ha parado de deteriorarse desde 2004», subraya Heisbourg, y al general McChrystal no le quedan seguramente más de 12 a 18 meses para revertir la tendencia.
Afganistán se enfrenta a un futuro incierto y sombrío tras una elección presidencial carente de credibilidad que, según expertos, abre paso a una grave crisis política mientras la violencia golpea cada vez más al país.
Los últimos resultados parciales de los comicios, tras el escrutinio del 95% de los colegios electorales, sitúan al presidente saliente, Hamid Karzai, al frente con el 54,3% de los votos, por delante del antiguo ministro de Relaciones Exteriores, Abdulá Abdulá (28,1%), quien lo acusa de fraude masivo.
Los resultados del 100% de los votos se esperan en los próximos días, pero antes de ser validados se examinarán las miles de demandas por fraude, por lo que se teme que los resultados definitivos no se den a conocer antes de varias semanas.
Una eventual segunda vuelta, imposible de convocar en el duro invierno afgano, podría aplazarse hasta la primavera, abriendo la vía a «varios meses de crisis», según apuntó Harun Mir, del Centro afgano de investigación y de estudios políticos.
Mientras que «el mandato presidencial de Karzai, que finalizó en mayo, fue prolongado» con dificultados hasta las elecciones, la población, que «ya no confía en sus dirigentes y en la OTAN debido a esta crisis», podría asistir a un nuevo enredo constitucional, añadió.
Los simpatizantes de los candidatos derrotados podrían también recurrir a la violencia si juzgan que los resultados de los comicios fueron fraudulentos, pero «de momento, los candidatos siempre han llamado a la calma», aseguró un diplomático occidental.
El próximo jefe de Estado se enfrentará en todos los casos a una situación poco envidiable, con una corrupción endémica y un Estado incapaz de contener las violencias que alcanzan niveles récord.
«La forma en la que el nuevo presidente resistirá» a los jefes de guerra y los líderes religiosos o tribales que vienen a reclamar los puestos honoríficos prometidos durante la campaña «es crucial, porque Afganistán necesita desesperadamente verdaderas competencias», estimó otro diplomático.
Pero «es completamente ilusorio pensar que Afganistán tendrá un gobierno estable de aquí a 12 o 18 meses», juzgó la investigadora Mariam Abu Zahab, del Centro francés de Estudios e Investigaciones Internacionales (CERI).
Por su parte, los dirigentes occidentales, que se enfrentan a opiniones públicas cada vez más hostiles a su implicación militar, tratan de obtener resultados rápidamente.
Unos 100 mil soldados extranjeros, los dos tercios estadounidenses, están desplegados en Afganistán y sus bajas alcanzan niveles récord.
La fuerza militar de la OTAN anunció una nueva estrategia destinada a ganarse la simpatía de los civiles, primeras víctimas del conflicto.
Pero «es demasiado tarde» para lograrlo, advirtió Mariam Abu Zahab.
Algunos dirigentes extranjeros piden una retirada en los próximos años, cuando las fuerzas de seguridad afganas tengan suficientes efectivos para poder mantener la seguridad en el país.