Celebrar la independencia


Está bien celebrar la independencia.  Hay que hacer fiesta.  Mañana no puede ser un «dí­a normal».  Pero «las fiestas patrias» no deben asumirse como hasta ahora se ha hecho: como el recuerdo de un acontecimiento pasado y la celebración de una meta ya alcanzada (en 1821).  La idea de la memoria, me parece, debe servir más bien para reevocarnos la gran utopí­a de la humanidad, el deseo de ser libres y lograr la autonomí­a. 

Eduardo Blandón

La vocación a la libertad se manifiesta en los seres humanos desde la más tierna edad y alcanza caracterí­sticas ya inocultables en la adolescencia.  Esa aspiración a la autonomí­a se transforma en un deseo profundo, un anhelo, que hace que la vida jamás vuelva a ser la misma.  El rasgo definitorio de la existencia deviene en acto de emancipación.

 

Deseamos ser libres y huimos de los yugos.  En el fondo hay algo que nos vuelve inadaptados frente a los preceptos de los demás.  Odiamos la heteronomí­a si de dictados ajenos se trata.  Queremos ser artí­fices de nuestras reglas, por esto rechazamos el control.  Sólo a fuerza de represión se nos transgrede lo más sagrado y propio de los hombres: la libertad.

 

En busca de la utopí­a el hombre ha inventado la ciencia.  No quiere recibir un mundo dado, sino que lo transforma.  Lo hace suyo.  Lo domina.  Lo hace a su medida.  Inventa un mundo (su mundo) porque desea ir más allá de ese heredado por un mí­tico Padre creador.  La ciencia es la manifestación del deseo de libertad de los hombres.  No se hace ciencia por sí­ misma, sino para encontrar nuevos modos de vida, no se acepta la represión de la naturaleza.

 

Las guerras tienen su origen también en la vocación sempiterna de los hombres por construir una sociedad a su medida.  No se acepta las invenciones o reinvenciones de los filósofos y polí­ticos que diseñan una estructura social egoí­sta y asfixiante (inhumanas), por considerarse injustas.  Entonces se buscan salidas: revoluciones que realicen otras posibilidades.  Las transformaciones sociales provienen del anhelo de los seres humanos por trascender los lí­mites impuestos.

Celebrar la independencia, en consecuencia, es rememorar esa aspiración í­ntima y ponerse manos a la obra.  Recordar que hay mucho por hacer y mucho en qué pensar.  Hay que idear estrategias de independencia.  Hay que huir del mundo al que eventualmente nos hemos acostumbrado: renunciar a la comodidad del hogar e irse al desierto en busca de la tierra prometida. 

 

Como lo hicimos un dí­a en nuestra juventud (quizá al menos algunos), es urgente dejar atrás a los padres y hacer nuestro propio hogar.  Abandonar el bienestar de la casa, renunciar a la ideologí­a enseñada en la escuela y edificar nuestra propia covacha.  Nunca ha sido tan importante ser libres como hoy.  Nunca antes la imposición ha sido tan refinada, inteligente y sutil.  Es hoy mismo que tenemos que abandonar incluso nuestro propio paí­s.

 

Es tiempo de ponernos en marcha y arreglar las maletas.  La independencia no es una «Recordación Florida».  Si eso es lo que esperamos celebrar mañana, estamos fritos.  Es eso lo que quieren muchos que hagamos, pero usted es demasiado inteligente para seguir haciendo lo mismo.  Lo invito a cambiar de perspectiva, le va a hacer bien (nos va a hacer bien).