Mario Gilberto González R.
Los días previos al 15 de septiembre, era un corre, corre. En el Instituto antigí¼eño -a la vez que se preparaba el acto cívico-cultural -como se decía entonces- se hacían los últimos ensayos del magno desfile donde la Compañía de Caballeros Alumnos, luciría su gallardía.
En los hogares no era para menos, porque había que preparar el impecable uniforme. Pantalón blanco con dos franjas azules a los lados. Camisa blanca y corbata negra. Saco color azul con botones dorados, correaje y guantes blancos, kepi blanco y azul, zapatos negros limpios y lustrosos. Los oficiales lucían sus galones. Era un lujo y una distinción vestir ese uniforme.
El acto cívico-cultural se realizaba en el Salón de Actos del propio Instituto. Asistían el Jefe Político y el Intendente Municipal -como principales Autoridades de la ciudad- El estudiantado debidamente uniformado tenía destacada actuación.
Después del discurso de orden, no podían faltar el orador que exaltaba la efeméride patria y el declamador que elevaba el espíritu cívico, con un poema donde los clarines poco faltaba para escucharlos de verdad. Y es que ser orador o declamador en ese entonces, era una virtud que se cultivaba con esmero. El Instituto antigí¼eño fue pionero en los Concursos de Oratoria estudiantil, que llegó a tener dimensión centroamericana. Y la declamación se cultivó con orientación de poetas, profesores de gramática y literatura y por los propios profesores declamadores como es el caso del profesor Carlos A. García que emocionaba cuando declamaba La Nacencia.
Sebastián Castellanos y Guillermo Morán, fueron dos alumnos declamadores maravillosos con potente voz, clara dicción y dominio escénico. Don José Lafuente -músico excelso y compositor- en su piano, desgranaba las notas del Himno Nacional y las voces estudiantiles llenaban el espacio, con esa evocación tan bella y sublime de: ¡Guatemala tu nombre inmortal! A la distancia permanece imborrable la elegante figura del catedrático de catedráticos, don J. Adrián Coronado Polanco en su brillante papel de orador. Hacía gala de sus recursos históricos, culturales y literarios. De voz potente y modulada, construía páginas magistrales engalanadas de metáforas con escenas casi vivientes. Era un hombre culto. Insustituible en la vida institutera.
El catorce de septiembre por la tarde, desfilaba la Compañía de Caballeros Alumnos rumbo al Parque Central donde se desarrollaban los actos de izada de la Bandera. Se esperaba con especial interés la llegada de «las Normas» vestidas de azul y blanco, con un monograma en el bazo derecho ENSA (Escuela Normal para Señoritas Antigua) hoy INSOL, Instituto Normal de Señoritas «Olimpia Leal». De pronto al costado de la Catedral aparecían elegantes, bellas, perfumadas, serias y en armónica marcha militar. Eran las estudiantes de la Escuela Normal para Señoritas «Olimpia Leal». Llegaban alumnos de otros planteles: La Enseñanza, El Liceo Antigí¼eño y el Colegio María.
Izada la bandera nacional, se daban vueltas en torno al parque central. Era el momento para acercarse a una «norma»- Ella, guapísima, con un peinado discreto y un perfume exquisito, se lucia con su uniforme azul y blanco con un monograma en el brazo y el institutero con su elegante uniforme impecable y el kepi bajo el brazo. ¡Cuidado si lo observaba un inspector porque ese atrevimiento era sancionado con castigo! Uniformado no se le podía acercar a una chica y menos si ella iba también uniformada. Así que el intercambio de sendos papelitos delicadamente doblados y el de ella perfumado, se hacía con rapidez y con sigilo. Mientras tanto en la explanada del Palacio Arzobispal se realizan juegos populares que agrupaban al público. Los costalazos, el comal tiznado de rojo o negro, el cilindro sin faltar el palo encebado que ya entrada la noche era vencido por un insistente con la ayuda de una escalera humana y con gran alegría bajaba con la banderita del premio. A la mañana siguiente era el magno desfile donde toda Antigua Guatemala, participaba.
Abría el desfile, la banda departamental bajo la dirección del músico-maestro-compositor don Alberto Velásquez Collado. Para entonces, los músicos vestían su elegante uniforme impecable y don Alberto con sobrada maestría movía su gran batuta adornada con dos cintas color azul y blanco. A las ocho horas en punto de la mañana, arrancaba el desfile a un costado de la iglesia Catedral.
La noche del catorce de septiembre se desató un torrencial aguacero. Llovió toda la noche y así amaneció el día 15. La lluvia no era impedimento para asistir al desfile. Así que cada quien vistió su elegante e impecable uniforme blanco y azul. Doblados los ruedos del pantalón y desafiando correntadas, charcos, lodazales y goteras, cada estudiante enfiló hacia el Instituto. Había que salvar las correntadas que se forman al medio de la calle, los charcos donde no había empedrado y se hacían peligrosos lodazales y había que cubrirse -.hasta donde fuera posible- bajo los aleros que goteaban sin cesar. De todos los rumbos aparecían los elegantes uniformados mojados del kepi a los lustrosos zapatos. Era un alivio alcanzar -por fin- los corredores instituteros.
A las siete de la mañana, sonó el clarín que ordenó organizar la Compañía. Todos de nuevo al patio del Instituto y de ahí a la calle para formar las escuadras y enfilar bajo la copiosa lluvia hacia el Parque Central. A la voz marcial de «Compañía de Caballeros Alumnos, marchen», la gallarda Compañía desafiando la lluvia, enfiló hacia su destino. Cinco cuadras distan del Instituto al Parque Central. Al llegar a la cuarta calle, el redoblante sonoro al inicio, ya no tenía tono marcial y se fue apagando en la medida que se llegaba al parque. Sin importar los charcos que se forman al centro de la calle, el ritmo del paso y la marcialidad, en nada se perdía y para que los giros fueran exactos, el guía con una bandera en la punta de su fusil, señalaba el sitio donde debía de girar la Compañía. Ese año lo fue el (Dr.) Carlos Estrada Sandoval -alias Ojo de íguila- llamado así por tener un lunar sobre el párpado izquierdo. *
Al llegar al Parque Central todos iban empapados. Sólo la Compañía de Caballeros Alumnos del Glorioso Instituto, se hizo presente a las siete y treinta de la mañana. ¡Qué orgullo! Se mandó alto y frente al Palacio Municipal, sin prisa pero con elegancia, subió las gradas don José E. Abril -entonces Inspector General y Comandante de la Compañía, Con un gesto de satisfacción, deslizó su vista de oriente a poniente sobre la Compañía y con voz firme dijo: «Caballeros Alumnos. El Instituto ha cumplido. Rompan filas.»
* El Dr. Carlos Estrada Sandoval -hermano del profesor y poeta Enrique Estrada Sandoval- fue muy sencillo en su vida personal y profesional. Rechazó -por su misma sencillez- ocupar el cargo de Ministro de Salud Pública. En dos partes, publicó en El Imparcial «Experiencia de la otra vida.». Este trabajo, mereció un elocuente comentario de Roberto Granados Ortiz que está publicado en La Hora del sábado 30 de agosto de 1980, pág. 4.