Afectados duramente por la crisis económica, que ha minado sus emporios, los oligarcas rusos se sienten desmoralizados y hasta se consideran «indeseables» en un Estado que preferirían menos intervencionista.
«El empresario no debe ser un paria», afirmó el lunes en una entrevista al diario económico Vedomosti, Vladimir Potanin, una de las veinte personas más acaudaladas de Rusia según la revista Forbes.
El propietario del holding Interros –que entre otras cosas posee el 25% del gigante del metal ruso Norilsk Nickel– hizo en la entrevista una dura crítica de la actitud del país respecto a los grandes empresarios.
Si todo sigue así, «los empresarios seguirán siendo unos indeseables en la sociedad», advirtió.
«Cualquier persona normal debe sentirse a gusto en su propio país, percibir que le resulta útil, que se la respeta (…) A veces eso es más importante que los créditos, las notaciones, el cotizar en Bolsa, etcétera», añadió.
Potanin, cuya fortuna pasó de 22.400 millones de dólares en 2008 a 2.100 millones este año según Forbes, insiste en que «un empresario honesto merece respeto, porque crea nuevos productos, servicios y empleos, y paga sus impuestos».
El oligarca, que lamenta además la aparición de «una enorme cantidad de reguladores» y «un nivel elevado de corrupción», considera a propósito de los despidos que son necesarios para modernizar la economía rusa.
Mismo malestar en el caso del multimillonario Oleg Deripaska, propietario del holding Basic Element. En junio quedó en evidencia cuando, delante de las cámaras de televisión, el primer ministro Vladimir Putin le regañó por no pagar puntualmente a sus trabajadores, y lo obligó a firmar un contrato de reanudación de la producción en una de sus fábricas.
Un mal trago que sigue sin digerir. «Alguien quiso utilizar la situación para sus propios fines. Quién, no lo sé», lamentó en otra entrevista con el Vedomosti.
La crisis económica ha reactivado la polémica sobre los oligarcas, una casta heteróclita de empresarios que se enriquecieron de manera controvertida en los años caóticos que siguieron al hundimiento de la Unión Soviética en 1991, y que suscitaron el resentimiento de la población rusa.
En la última década, aprovechando la expansión económica, la mayoría de ellos labró inmensos emporios, a golpe de adquisiciones. Pero su esplendor se ha visto seriamente en aprietos en los últimos meses con la falta de liquidez en los mercados y la caída de los precios de las materias primas.
Y con el regreso de la falta de pago de salarios, un fenómeno olvidado desde el final de los años 1990, la cólera ha vuelto a aparecer.
En un informe publicado el 1 de septiembre, el director del Instituto Nacional de Estrategia, Nikita Krichevski, fustigó el comportamiento de los oligarcas, acusándolos de obligar al Estado, con su incompetencia, a tener que concederles miles de millones de rublos para evitar cierres y problemas sociales.