POLíTICA, ARTE Y POSIBILIDAD


Suele decirse, como si fuera una verdad tan profunda que provoca un meritorio vértigo mental, que la polí­tica es el arte de lo posible. Es evidente que si la polí­tica es un arte, tiene que ser arte de lo posible, porque no hay arte de lo imposible. Un arte, sólo porque es arte (por ejemplo, la música, la pintura, la arquitectura, o la escultura) es arte de lo posible. Empero, la cuestión más importante es que la polí­tica no es un arte; y si no lo es, tampoco es arte de lo posible, y menos aún de lo imposible.

Luis Enrique Pérez

La polí­tica no es un arte, ni en sentido teórico, ni en sentido práctico. En sentido teórico, la polí­tica es la ciencia del Estado. Quien posee una ciencia no es artista. En sentido práctico, la polí­tica es el ejercicio del poder del Estado, o la actividad cuyo propósito es ejercerlo. Quien ejerce ese poder, o intenta ejercerlo, tampoco es artista.

Adicionalmente, quien posee la ciencia del Estado no necesariamente es polí­tico, de la misma manera que quien posee la ciencia de los insectos, o entomologí­a, no necesariamente es insecto. Y quien ejerce el poder polí­tico no necesariamente posee la ciencia polí­tica, de la misma manera que quien digiere alimentos no necesariamente es gastroenterólogo.

Quien afirma que la polí­tica es el arte de lo posible quizá intenta significar que el suceder polí­tico es impredecible; pero hay que distinguir entre posibilidad e impredecibilidad. Efectivamente, el suceder polí­tico puede ser impredecible. Ello significa que, a partir de los sucesos polí­ticos presentes, no necesariamente pueden ser predichos los sucesos polí­ticos futuros. Digamos, pues, que el suceso polí­tico, precisamente porque acontece, tiene que haber sido posible, aunque fuera impredecible.

Una primera causa de impredecibilidad del suceder polí­tico es que los fines del ser humano pueden cambiar. Y pueden cambiar por las causas más heterogéneas e insospechadas; por ejemplo, a causa de un cambio del comprender, o del sentir, o del querer. Entonces aquello que parecí­a absurdo, ahora no lo es; o aquello que era amado, ahora es odiado; o aquello que era cí­nicamente despreciado, ahora es obstinadamente ambicionado.

Una segunda causa de impredecibilidad es que los medios para lograr los fines, también pueden cambiar. Y pueden cambiar también por las causas más heterogéneas e insospechadas; por ejemplo, a causa de un incremento del valor de los fines, que a su vez provoca un incremento del valor de los medios. Entonces aquel medio que parecí­a lí­cito, adquiere novedosa licitud; o aquél que no parecí­a idóneo, adquiere repentina ideoneidad; o aquél que habí­a sido excluido, es objeto de repentina inclusión.

El cambio de fines y de medios contribuye a incrementar la impredecibilidad del suceder polí­tico. Acontece, entonces, por ejemplo, que los enemigos que habí­an jurado matarse, se perdonan y se unen. Los amigos que habí­an prometido aliarse eternamente, riñen y se separan. Es vencido el héroe que se creí­a invencible. Es derrocado el tirano que se jactaba de ser inderrocable. La lealtad entre naciones es sorpresivamente sustituida por la traición. La nación más poderosa sufre una humillante agresión. Y un imperio glorioso que se jactaba de eternidad, sufre un ridí­culo colapso. Acontece, entonces, en general, aquello que, aunque era posible, era impredecible.

Post scriptum. El polí­tico que cree que los fines justifican los medios es aterradoramente impredecible, porque entonces puede elegir los medios moralmente más abominables.