El grafiti sigue vivo


El artista Robert pinta un caballito de mar con la ayuda de plantillas y spray, revitalizando el arte de pintar en paredes, denominado grafiti en su ciudad natal, Nueva York. FOTO LA HORA: AFP STAN HONDA

Aunque los vagones del metro de Nueva York ya no ostenten sus célebres grafitis, la pintura mural con aerosoles sobrevive y se reinventa sin cesar en la ciudad donde nació.


La lucha que lleva a cabo el alcalde Michael Bloomberg contra esas manifestaciones artí­sticas, principalmente realizadas por las noches, se endurece cada año más.

En 2008, unos 30 camiones que circulaban diariamente equipados con potentes bombas que lanzan una mezcla de agua con un producto quí­mico, borraron 8.496 grafitis, contra 5.990 en 2007. Los servicios municipales estiman que hacia fines de 2009 se habrán limpiado 8.500 pintadas.

Las normas dan cada vez menos tiempo a los propietarios de viviendas para denunciar el grafiti y aclarar si quieren conservarlo o no. «Somos cada vez más combativos», detalló un funcionario que quiso preservar el anonimato.

En las décadas de 1970 y 1980 los vagones del metro de Nueva York estaban totalmente cubiertos por grafitis. Hoy ya no es el caso, pero se puede observar este tipo de pintadas por toda la ciudad, en los puentes, fachadas de edificios, cortinas metálicas de las tiendas o andenes de las estaciones de tren.

Eric Felisbret, de 46 años, es un artista de larga data e historiador del fenómeno. «El grafiti es tan viejo como la Humanidad», recuerda.

Autor del libro «graffiti NEW YORK», editado este año, Felisbret subraya que al «limpiar los metros, (las autoridades) no eliminaron a los autores de grafitis, simplemente los dispersaron».

Nueva York atrae incluso a artistas ambiciosos que llegan desde Berlí­n o Sao Paulo para dejar su huella, por efí­mera que sea.

«Muchos vienen como forma de peregrinación», señala Feslibret. «Y en un currí­culum vitae es bueno especificar que uno pintó grafitis en Nueva York», añade.

Para las autoridades, simplemente se trata de vandalismo que deteriora los edificios y hace bajar sus precios.

Sin embargo, es una subcategorí­a de la pintura es muy rica, con leyes, géneros, héroes, personajes misteriosos como Iz the Whiz en Nueva York, JA el indomable, nunca capturado, o el trotamundos británico Banksy, de quien se desconoce el rostro.

Tiene un lenguaje especí­fico. Los grafitis son una firma que se efectúa en algunos segundos; las «caligrafí­as» («throw-ups») son más complejas, con letras de colores, y requieren entre dos a tres minutos.

Finalmente, están los frescos, que insumen varias horas a sus autores.

Los artistas tienen objetivos diferentes, algunos quieren «grafitear» lo más posible simplemente con su firma, otros tienen ambiciones más artí­sticas. «Podrí­an haber sido escultores o hacer pintura al óleo», asegura Felisbret.

El grafiti es considerado en Estados Unidos como un delito menor, con penas de hasta mil dólares y/o un año de cárcel.

Por supuesto, la economí­a se encargó de recuperar estas pintadas para pasarlas al mundo de la moda y del comercio. Así­, sus autores salieron de la clandestinidad nocturna para colaborar con diseñadores de príªt í  porter o fabricantes de videojuegos.

En las décadas de 1970 y 1980, los vagones del metro de Nueva York estaban totalmente cubiertos por grafitis. Hoy ya no es el caso, pero se puede observar este tipo de pintadas por toda la ciudad, en los puentes, fachadas de edificios, cortinas metálicas de las tiendas o andenes de las estaciones de tren.