El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, visitó el martes la base científica de Ny Alesund, en el archipiélago noruego de Svalbard, en el corazón del írtico, para medir el impacto del calentamiento global a 100 días de la decisiva cumbre climática de Copenhague.
Es la primera vez que un secretario general de Naciones Unidas acude a esta localidad, la más septentrional del mundo, a tan sólo 1 mil 231 km del Polo Norte, según Bendik Eithun Halgunset, asesor científico de Kings Bay, la compañía que gestiona la base.
Ban, ex ministro surcoreano de Relaciones Exteriores, inició su programa con una visita a la estación administrada por su país en este pueblo dedicado exclusivamente a la investigación internacional.
Aisladas del resto del mundo, entre 15 y 180 personas, según las temporadas, trabajan en la base en diferentes campos, casi todos ellos relacionados con el cambio climático (estudios atmosféricos, biología terrestre y marina, glaciología, geodesia, oceanografía…)
Noruega, Alemania, Francia, China, India, Corea del Sur, Reino Unido, Holanda, Japón e Italia disponen de instalaciones científicas en Ny Alesund, donde no hay redes de telefonía móvil para no interferir en el funcionamiento de los instrumentos de medición.
Con esta visita de dos días al Gran Norte, el secretario general quiere sensibilizar a la comunidad internacional sobre el peligro del cambio climático cuando faltan 100 días para la cumbre de Copenhague, que considera «crucial».
Bajo la égida de la ONU, esta cumbre tiene por objetivo encontrar un acuerdo internacional destinado a suceder al protocolo de Kioto sobre la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, consideradas responsables del cambio climático.
«Una de las razones más importantes de mi visita a Noruega es ver con mis propios ojos los cambios dramáticos en el írtico y descubrir lo que esto significa para la Humanidad», declaró Ban Ki-moon el lunes en Oslo, antes de poner rumbo a Svalbard.
Antes de la cumbre de Copenhague, la ONU prevé organizar un encuentro internacional de alto nivel en Nueva York el 22 de septiembre, precisó Ban.
«Llevaré en el equipaje todo cuanto haya aprendido» en Svalbard, dijo.
Abrigado con el grueso uniforme rojo y azul oscuro del Instituto polar noruego, para protegerse de las bajas temperaturas, Ban también visitó el martes la estación de Zeppelin, un centro de medición atmosférica plantado en lo alto de una colina que señorea Ny Alesund y al que se accede en un pequeño teleférico.
En este rincón del planeta las visitas de los osos polares a las colonias humanas no son raras, pero durante la estancia de Ban ninguno de estos plantígrados hizo acto de presencia, contó Halgunset.
Las condiciones meteorológicas trastocaron algo el resto del programa. Por culpa de la lluvia, Ban irá en un buque guardacostas, y no en helicóptero como estaba previsto, al barco de investigación noruego «Lance», que estudia la banquisa.
Acompañado por su esposa y el ministro de Medio Ambiente noruego Erik Solheim, Ban se desplazó a Longyearbyen, capital de Svalbard.
También visitará un depósito de semillas que se suele comparar con un Arca de Noé verde por su capacidad para albergar hasta 4,5 millones de muestras de granos vegetales en previsión de los golpes a la biodiversidad.
Enfriar el planeta mediante procedimientos dignos de la ciencia ficción es una iniciativa que podría servir como último recurso si fracasa la lucha contra el calentamiento climático, aunque su puesta en práctica es incierta y arriesgada.
Presentado el martes en Londres por la prestigiosa Royal Society, el estudio sobre la «geoingeniería» cae como una advertencia a tres meses de la conferencia internacional de Copenhague, en la que todos los países del planeta intentarán alcanzar un acuerdo para afrontar el calentamiento global.
«Es una verdad desagradable, pero (…) la geoingeniería y sus consecuencias son el precio que tendríamos que pagar por nuestra incapacidad para actuar contra el cambio climático», explicó el profesor John Shepherd, de la universidad de Southampton, que presidió un panel de 12 científicos.
El informe, titulado «Geoingeniería del clima: ciencia, gobernanza e incertidumbre», pasa en revista dos categorías de proyectos: los que pretenden «regular» el calor procedente del sol, y los que quieren reducir la tasa de CO2 en la atmósfera.
Entre las ideas apuntadas en la primera categoría, la de colocar inmensos espejos en el cielo para devolver al espacio una parte de la radiación solar, cubrir inmensas extensiones desérticas con una película reflectora, o incluso crear nubes sobre los océanos mediante grandes pulverizadores instalados en barcos que recorrerían el planeta entero.
Otra hipótesis: liberar dióxido de azufre (SO2) en la atmósfera para atenuar la fuerza de los rayos solares que alcanzan la tierra, reproduciendo lo que ocurre cuando una gran erupción volcánica. El fenómeno, no obstante, podría tener un impacto en la capa de ozono y modificar notablemente las precipitaciones.
Algunas de estas técnicas podrían en teoría rebajar las temperaturas rápidamente. Sin embargo, el informe advierte que no permitirían hacer bajar la concentración de CO2, que entre otras cosas genera una peligrosa acidificación de los océanos.
Los científicos prefieren las técnicas que permiten retirar de la atmósfera CO2, uno de los principales gases de efecto invernadero, considerando que podrían aplicarse las que son «seguras, eficaces y abordables» financieramente.
La construcción de inmensas torres en todo el mundo para «capturar» las moléculas de CO2 presentes en el aire parece técnicamente factible, pero plantea entre otras cosas la difícil cuestión del almacenamiento.
Otra proposición original: pintar de blanco tejados, carreteras y aceras para reflejar los rayos del sol. ¿La ventaja? Se trata de una medida simple y sin peligros. El inconveniente es que sólo haría bajar la temperatura localmente, en las ciudades muy cálidas, y que el procedimiento sería insuficiente para rebajar la temperatura media del planeta.
«Ninguna de las tecnologías de geoingeniería abordadas hasta ahora es una varita mágica, y todas presentan riesgos e incertidumbres», concluyó Shepherd.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se alarmó en Ginebra por la aceleración del calentamiento climático que, según él, está hundiendo al mundo en «el abismo».
«Tenemos el pie pegado al acelerador y nos hundimos hacia el abismo», soltó Ban ante la tercera Conferencia de la ONU sobre el Clima, reunida en Ginebra desde comienzos de esta semana.
El secretario general de la ONU, que acaba de volver del írtico, donde pudo constatar los estragos del cambio climático, advirtió que «lo que sucede ahora» tendría que haber llegado mucho más tarde, según los pronósticos de los científicos.
«Los científicos han sido acusados durante años de ser alarmistas. Pero los verdaderos alarmistas son los que dicen que no podemos permitirnos iniciar una acción contra el clima porque eso ralentizaría el crecimiento económico», declaró Ban.
«Están equivocados. El cambio climático podría desencadenar un desastre masivo», previno, muy preocupado por las decenas de millones de personas amenazadas en zonas costeras por el aumento del nivel de los mares que provoca el deshielo del írtico.
«Â¿Qué van a hacer cuando las tempestades empujen el mar hacia el interior de las tierras? ¿A dónde irán?», se preguntó.
Ban depositó todas sus esperanzas en un encuentro internacional de alto nivel que se celebrará el 22 de septiembre en Nueva York por iniciativa de las Naciones Unidas, pero lamentó la lentitud y el carácter limitado de las negociaciones con vistas a la Cumbre de Copenhague de diciembre.
Auspiciada por la ONU, la cumbre de Copenhague intentará hallar un acuerdo internacional para suceder al protocolo de Kioto sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, considerados los principales responsables del calentamiento global.
«No nos quedan más que 15 días de negociaciones (en Nueva York) antes de Copenhague. No podemos contentarnos con progresos limitados. Necesitamos progresos rápidos», dijo.
«En Nueva York, espero negociaciones sinceras y constructivas. Espero que se tiendan puentes. Espero resultados importantes», dijo Ban ante los representantes y ministros de unos 150 países participantes en la Conferencia de Ginebra.
«La respuesta está en un crecimiento (económico) verde, un crecimiento sostenible», insistió el jefe de la ONU.
Consideró que «nos hace falta una política que ponga un precio al dióxido de carbono. Un política que envíe una señal fuerte del mercado a las empresas pioneras para un futuro con un nivel bajo de dióxido de carbono».
«Necesitamos un programa de inversión público para la energía renovable. Necesitamos transferencias de tecnología para una eficacia energética», reiteró.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) «estima que la inversión para alcanzar nuestros objetivos en materia de emisiones (de gases de efecto invernadero) no representaría más que el 2% del PIB mundial anual de aquí a 2030», recordó el secretario general de la ONU.
Esta inversión supondría «menos polución, una mejor salud pública, una mejora de la seguridad alimentaria, menos riesgos de emigraciones masivas y de inestabilidad política, más empleos en la economía verde», concluyó.