Pensativo, cabizbajo y sin mirar a las cámaras: ayer el presidente Barack Obama caminó así hasta el helicóptero en el que viajaba a Camp David para unos días de vacaciones, a tono con las duras decisiones que le esperan a la vuelta.
Adulado por la prensa en las primeras semanas de su presidencia, Barack Obama se prepara a iniciar su primer otoño presidencial con la perspectiva de ver decidirse en los próximos meses el futuro de su mandato.
El miércoles 9 de septiembre, durante una alocución ante las dos cámaras del Congreso, Obama reagrupará sus tropas con una consigna: hacer aprobar la reforma del sistema de salud.
Su proyecto, que busca ofrecer una cobertura sanitaria a los 46 millones de estadounidenses que carecen de ella, fue tratado con dureza este verano boreal por sus adversarios republicanos.
Obama habló entonces de complot, pero el daño ya está hecho: la popularidad de su reforma baja, lo mismo que la suya.
La popularidad de Obama es de 54%, según un sondeo de Gallup publicado ayer, y si pasa por debajo del 50% antes de noviembre habrá caído más rápido que cualquiera de sus predecesores, a excepción de Bill Clinton.
«Los desengaños políticos del presidente son el corolario del volumen de reformas que cuenta llevar a cabo y de las turbulencias del momento», atempera Bruce Buchanan, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Texas (sur).
El fracaso de la reforma del sistema sanitario hipotecaría gravemente el resto del mandato del primer presidente negro de la historia de Estados Unidos. Pero a pesar de los esfuerzos republicanos, los votos de los demócratas en el Congreso alcanzan para que sea adoptada.
Incluso una victoria parcial en esta cuestión le daría a Obama un aura de reformador social desconocida en el país desde Lyndon B. Johnson en los años 60.
De no ser así, la salvación podría venir de parte de la economía.
De hecho, todos los analistas coinciden en que lo peor de la recesión pasó. «Vamos en la dirección correcta», dijo Obama el martes.
Pero en este plano queda el espinoso capítulo del desempleo, que podría alcanzar el 10% y provocar fuertes dolores de cabeza a los demócratas que se presenten a las elecciones legislativas de medio mandato el año que viene.
Por otra parte, otro frente -esta vez extranjero- es Afganistán.
Obama decidió enviar allí a otros 21 mil soldados, pero la intensidad del combate no decae. Agosto fue el mes más mortífero para las tropas estadounidenses desde la invasión de fines de 2001.
Una encuesta de CNN difundida el martes indica que 57% de los estadounidenses se oponen ahora a la ocupación. Difícil «vender» la guerra en esas condiciones, a lo que se suman acusaciones de fraude contra el gobernante saliente Hamid Karzai.
Respecto a Irán, sigue haciendo oídos sordos al pedido estadounidense de suspender su programa nuclear.
Mientras, las negociaciones de paz entre Israel y los palestinos se encuentran estancadas.
Finalmente, Obama aún debe saldar la «herencia» del gobierno de George W. Bush, empezando por la cuestión de las torturas de la CIA a prisioneros sospechosos de terrorismo.
En ese marco, también debe precisar qué piensa hacer con los cerca de 300 prisioneros que están en la base estadounidense de Guantánamo (Cuba). La cuestión se volverá más apremiante conforme se acerque 2010, cuando deberá cerrarse la prisión.