Cada vez es más difícil la adolescencia, a las y los jóvenes les ha tocado vivir una época de muchos cambios; debido a los alcances de la ciencia, a cambios dramáticos en el seno familiar, en las instituciones educativas; y la violencia manifiesta en cada ámbito de la sociedad.
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Creo que algunas veces nosotros las madres y padres contribuimos de manera razonable a la desadaptación de nuestros hijos e hijas en tanto al temor de perderlos para siempre. Ya que no existe ningún lugar seguro para que nuestros descendientes no tengan que atravesar por situaciones adversas ligadas al fenómeno de violencia; también el uso de alcohol y drogas se encuentra con una muy fácil disponibilidad para ellas y ellos. Bueno, en fin de manera lógica nosotros queremos proteger a nuestros hijas e hijos de muchos peligros y hemos desarrollado problemas de ansiedad al vivir preocupados de manera constante acerca de ¿Dónde están?, ¿con quién están?, ¿qué están haciendo?, ¿a qué hora regresan?, ¿si pasó una ambulancia?, ¿si tuvo un accidente, un asalto o un secuestro? Esto de vivir con tantas preocupaciones y el mantenimiento de un pensamiento fatídico es lo que caracteriza al trastorno de ansiedad generalizada. Pero en nuestro medio social tenemos elementos reales que nos indican el surgimiento de esta conducta como parte de un mecanismo de supervivencia para nosotros y nosotras mismas, así como de nuestra familia.
Como consecuencia en ocasiones se obstaculiza el desarrollo y desenvolvimiento social de los nuestros con una actitud bastante protectora. Pero ello también conlleva a experiencias adversas en el desarrollo de la personalidad y la felicidad de nuestros tan amados hijos e hijas.
He observado con preocupación cómo algunos adolescentes comienzan a aislarse de su vida social e inclusive rechazan ir a estudiar. En Japón es descrito que muchos, pero muchos jóvenes viven en una profunda tristeza, desconectados de otros seres humanos. Al parecer el fenómeno crece con la desadaptación a una sociedad muy competitiva, en donde no cabe la expresión de sentimientos genuinos.
En el año 2000, la prensa internacional empezó a tomar interés por este fenómeno que supuestamente se produce sólo en Japón. El cual ha sido denominado como síndrome de HIKIKOMORI, cuya traducción literal es recogimiento, alejamiento.
El Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar japonés define oficialmente al síndrome; como el hecho de negarse un individuo a salir físicamente de la casa de sus padres, con el consiguiente alejamiento de la sociedad a través de un encierro voluntario por un período superior a seis meses. «Sólo existen estimaciones sobre el número de personas que se encuentran en esa situación, que oscila entre trescientas mil y un millón. Se trata de jóvenes entre 14 y 35 años, y la mayoría de las familias afectadas se esfuerza en ocultarlo».
La duración de la clausura que puede acabar transcurriendo entre las cuatro paredes de una habitación y sin ningún tipo de contacto directo ni siquiera con los parientes cercanos, se dilata varios años. Pero el fenómeno se manifiesta de manera gradual.
í‰l o la adolescente empiezan a mostrar desinterés escolar, se observa triste, habla cada día menos, pierde sus amistades. Algunos elementos en su entorno pueden tener importancia, sobre todo la discriminación por parte de los compañeros: porque tiene sobrepeso o acné, alguna diferencia social, económica, cultural. No logra encajar con las reglas del grupo; y el grupo los convierte en «Recha» (rechazado social).
Quisiera que emprendiéramos una reflexión sobre este tema, considero que el síndrome descrito en Japón de manera primaria se encuentra también fuera de ese contexto social y no se ha visualizado con su merecida importancia en otros países incluyendo Guatemala.