Guatemala: he aquí­ a tus hijos


Fue grotesco. La crueldad se reflejaba en sus ojos y se trasladaba hasta sus pies como corriente eléctrica en un cable. Estaban excitados a más no poder y tras cada patada emanaban gritos de evidente satisfacción. Yo no pude con eso, pero mi intervención nada logró. Tras expresarse soezmente hacia mí­ y darme un empujón que casi le cuesta el retrovisor a un carro estacionado en la avenida, dieron el último golpe, que no dudo dejó sin vida unas cuadras después a ese ser indefenso. Luego con total normalidad, o al menos la que les permití­a el alcohol ingerido, doblaron la esquina quedando casi a mis pies un charco de sangre.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Nadie dijo nada, total, era sólo un perro, nadie se acercó a mí­ al contemplar la escena del empellón de esos brutos borrachos. Me tomó unos minutos aceptar la indiferencia y luego subí­ a mi carro, arrepentida de haber salido esa noche, como tantas otras antes, en los que la estupidez adquirida a través del licor transforma a algunas personas en animales, aunque quizá esta última aseveración sea errónea, porque los animales no obran de forma tan irracional.

Habrá quien diga que es absurdo intentar defender a un perro, o más aún expresarse en contra de quienes carentes de sentimientos abusan de su nobleza, tomando en cuenta los altos í­ndices de violencia que se viven en el paí­s.

Sin embargo, considero que acciones como esta no son más que el reflejo de lo anterior: de la violencia, de la descomposición social, resabios de un tiempo de guerra, vestigios de inconformidad y resentimiento.

Actitudes así­, son en gran medida una muestra de lo que se vive en los hogares, de cómo el egoí­smo impera y nos hace ignorar el dolor ajeno, sea éste el de una persona o el de una mascota.

Así­ como esa noche la gente que me rodeaba ignoró al perro, lo hizo también conmigo, y eso pasa diariamente en las calles, al ver a gente llorando tras haber sido asaltada, volteamos al otro lado, sucede cuando vemos a alguien pedir ayuda y nos hacemos los locos, ocurre en las casas, en las oficinas, en todos los espacios.

Vivimos, sobrevivimos y sálvese el que pueda y el que no, ni modo. Abusamos del alcohol o aun sin él, a veces nos envalentonados y violentamos a quienes creemos más débiles. Atropellamos, fustigamos, es más, nos burlamos, y descargamos en los demás, hombres, mujeres, niños, niñas, hijos, hijas, esposas, compañeros de trabajo, vecinos, toda nuestra frustración, fracasos y miedos.