La llamada Acta de Independencia se suscribió en lo que entonces se conocía como Palacio Nacional situado en el lado poniente de la rectangular Plaza de Armas (conocida más tarde como «Parque Central» y actualmente con el rimbombante e impuesto nombre de «Plaza de la Constitución»). En cada costado de las plazas españolas del Nuevo Mundo se representaban los principales poderes, para la potestad más importante se tenía reservado el lado oriente, el este, el lugar por donde aparece el sol matutino, como simbolismo del origen de la luz del mundo. A los laterales estaban representados los otros poderes: el poder real -con su palacio-, el poder local -con el ayuntamiento- y el de los comerciantes ricos -con los portales de comercio. El original Palacio Nacional quedó destruido en el terremoto de 1917, en su lugar se encuentra actualmente un quiosco con una inscripción que nadie lee. En uno de sus salones se reunieron los alzados. Sí, técnicamente eran «alzados» pues se estaban rebelando contra el orden establecido por Su Majestad y consignado en la Constitución de Cádiz de 1812 que establecía que «el Gobierno de la Nación española es una Monarquía moderada hereditaria», que «la potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey» y que «la potestad de hacer ejecutar las leyes reside en el Rey». La misma Constitución se imponía «a los ciudadanos españoles de ambos hemisferios» y definía al territorio español que abarcaba «en la Península con sus posesiones e islas adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de ífrica. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nueva Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno». Ese era claramente el orden establecido, atentar contra ello implicaba un acto de sublevación. Todo indica que la chispa que prendió fuego a este último capítulo de la independencia (había habido varias intentonas antes) surgió en Ciudad Real, Comitán y Tuxtla, en donde habían «proclamado y jurado dicha independencia» y, más aun «excitan a que se haga lo mismo en esta ciudad [de Guatemala]». Valiente y decidida la acción de los chiapanecos que abiertamente «se tiraban al agua» desafiando al poderío español e invitaban a que los demás pueblos de Centro América lo hicieran. Curiosamente Chiapas no siguió más adelante el paso de las demás provincias centroamericanas sino que se anexó, en 1848, a la República Mexicana. Pero aquí debemos ubicarnos en el momento histórico y resaltar dos hechos muy importantes, en primer lugar México ardía en abierta rebeldía independentista desde 1810 (desde el Grito de Dolores el 16 de septiembre, fecha que por pura casualidad casi coincide con la de la independencia centroamericana), o sea 11 años antes, rebelión que estaba triunfando y por otro lado se venía consolidando el proyecto político de integración que habría de conducir al Imperio de Agustín de Iturbide, un imperio tan efímero como extenso pues comprendía desde Oregón hasta Panamá, incluyendo casi la mitad oeste de los actuales Estados Unidos. Por eso en Chiapas se sentían fuertes vientos de los huracanes que azotaban México. De ahí la invitación para que Centroamérica se adhiriera a la causa independentista, incluyendo una insinuación para integrarse al proyecto mexicano (como de hecho se hizo). Por eso el pueblo de la capital guatemalteca estaba agitado y promovió esa reunión en la citada sede de gobierno. No existen reportes sobre el clima; en principio debemos suponer que por ser mediados de septiembre, antes de la era industrial, era una mañana de sábado lluviosa. Con lluvia o sin ella el pueblo se juntó espontáneamente en la Plaza y al Palacio Nacional ingresaron los ciudadanos notables.
Nota. Las citas son textuales de la Constitución de Cádiz y del Acta de Independencia; los subrayados son agregados.