La última esperanza para 41 africanos en busca de asilo


Costa Rica se ha convertido para los 41 africanos retenidos en el Centro de Acogida de Extranjeros de San José en la tabla de salvación tras meses de peligroso viaje con la ayuda de traficantes.


Llegados en diferentes grupos, por diferentes rutas y en diferentes fechas, el destino ha unido a estos 24 eritreos, 9 etí­opes, 8 somalí­es y una guineana -en total tres mujeres y seis menores de edad- que esperan que Costa Rica les conceda asilo polí­tico.

«Buscamos un paí­s democrático amigable con los emigrantes», dice Samir (nombre ficticio), un eritreo de 27 años con un diploma de electrónica, que espera «trabajar y ayudar» a la familia que todaví­a le queda en su paí­s y que vendió parte de sus tierras y sus pertenencias para financiarle el viaje.

Samir pagó 7.000 dólares a los traficantes que hace un par de meses lo dejaron varado en el Caribe costarricense, después de un largo viaje de cuatro meses que lo llevó por Sudán, Kenia, Sudáfrica, Brasil, Ecuador y Colombia y cuyo supuesto destino final era Canadá.

Ahora, al igual que sus compañeros, «espera la decisión del gobierno costarricense» mientras se quejan de que estén retenidos en este desvencijado centro de la capital.

En él comparten las estrechas celdas y las 24 horas de los largos dí­as con «narcotraficantes y criminales» y otros candidatos a la inmigración ilegal de origen chino, colombiano, mexicano, estadounidense, cubano o jamaicano, que esperan la deportación.

Algunos, como los chinos, llevan más de seis meses esperando ser devueltos a su paí­s, pero las aerolí­neas que vuelan a Costa Rica se resisten.

«Es duro vivir aquí­, no somos criminales. No es el lugar correcto», se queja David, un etí­ope de 27 años, que recuerda que los africanos tienen «casi todos educación y capacitación profesional» y encima tienen que soportar los partidos de fútbol, que supone el pasatiempo preferido de la mayorí­a en el centro de detención.

Consciente de que la principal barrera que encontrará, si el gobierno costarricense por fin les concede el asilo polí­tico, es la lengua para encontrar un buen trabajo, reclaman un profesor de español para aumentar su vocabulario que por ahora se resume a un bien aprendido «pura vida», el saludo costarricense por antonomasia.

«Pero estamos dispuestos a empezar de cero», asegura David, que con su tí­tulo en administración de empresas llegó a Costa Rica el 25 de junio «entre la vida y la muerte», huyendo de de la sinrazón polí­tica que se ha adueñado de su paí­s y dejando atrás a su esposa y a su hijo de un año de quienes no ha vuelto a saber nada, dice.

«No tení­a problemas económicos», asegura.

Tampoco los tení­a su compañero Johanes, de 24 años, periodista del ministerio de Defensa de Eritrea. «Sólo queremos libertad, dejamos nuestro paí­s por la simple razón de la libertad», asegura tras haber pasado antes por Dubai, donde vive un hermano.

Yaree, una guineana de 22 años, que perdió a su padre, a su hermano y a su marido y nada sabe de su madre y dos hermanos que también se vieron obligados a huir de su paí­s tras el último golpe de Estado, se queja de que «nadie les diga nada» en referencia a las autoridades costarricenses que están estudiando «de forma individual» las 41 solicitudes de asilo.

Y es que Costa Rica «no era su punto de destino», reconoce Julio Aragón, jefe de gestión de Centros de Aprehensión, pese a que ahora todos juran y perjuran que el pequeño paí­s centroamericano, que ya alberga cerca de medio millón de inmigrantes, la mayorí­a nicaragí¼enses, era su destino final.

«No estamos ante emigrantes analfabetos o desplazados», dice Aragón, lo que no hace más que mostrar el «drama que está viviendo Africa» y la «triste expectativa de caer en una red de tráfico que los ve como mercancí­as».

Los africanos han interpuesto una denuncia contra dichas redes del tráfico de personas, lo que ya les elimina de la categorí­a de deportables y parecen firmes candidatos al asilo polí­tico.

«El comportamiento de este primer grupo va a marcar la polí­tica del gobierno de los que sigan», dice Aragón.