Juan B. Juárez
La escultura en piedra de Diana Fernández (Guatemala, 1959) ilustra inequívocamente aquel viejo concepto de la «espiritualización de la materia» que, según Worringer, fue el leitmotiv y el gran logro de la arquitectura gótica, cuyas catedrales, en efecto, eran pétreas y enérgicas plegarias que aspiraban al Altísimo. Habría que precisar, sin embargo, que en la escultura de Diana Fernández la espiritualización que supone su arduo y paciente trabajo formativo no supone la desmaterialización de la piedra sino, al contrario, la afirmación más decidida y respetuosa de sus características más propias. En este aspecto, en su obra se cumple la exigencia filosófica de dejar que las cosas sean lo que son, pues en ella la piedra es más piedra que nunca y como tal brilla, pesa, resiste y empuja.
Diríase, en consecuencia, que su trabajo parte de las sugerencias que le plantea la piedra: aquí las vetas del mármol, allá la transparencia y los estallidos cristalinos del alabastro, etc.; lo que supone una auscultación atenta y profunda de las cualidades ocultas de cada piedra en particular, de manera, pues, que la forma escultórica final no resulta enteramente del sometimiento del material a un diseño caprichoso de la artista sino más bien de un diálogo en el que ambos, materia y artista, dicen y escuchan, se dicen y se escuchan. De allí esa naturalidad de las formas que se derivan con naturalidad de las rotundas cualidades de la piedra y de las sutiles y persistentes necesidades estilísticas y expresivas de Diana Fernández. Así, al final, en cada una de sus esculturas no se puede observar las propiedades intrínsecas del material sin reparar el mismo tiempo en el proceso de formación artística y en las características de un estilo personal: ambos aspectos tienen el mismo peso y destacan ante nuestros ojos con la misma fuerza e intensidad.
Materia y proceso formativo expuestos ante nuestros ojos, la escultura en piedra de Diana Fernández no oculta nada: al contrario, para el que sabe ver, revela lo que misteriosamente las piedras le dicen a la artista y lo que ella le confía a las piedras. Desde esta perspectiva resulta muy esclarecedor que uno de los motivos más recurrentes sea las aves en vuelo. Intenso y concentrado deseo de la piedra. Alas traslúcidas de luz propia y sombra blanca. ígnea llamarada del alabastro naranja. Suave cadencia sostenida por el viento.
La determinación y persistencia de la piedra por elevarse desde sus honduras geológicas para ver el cielo y guardarlo en el brillo de su transparencia mineral le prestan al trabajo de Diana Fernández una dilatada dimensión temporal, o mejor dicho, intemporal, y también un sentido a sus afanes de artista por encima de las veleidades del tiempo histórico: esa desgarradura por donde se derrama la vida.