El poeta que supo amar y con sus versos encantar a un continente


Roberto Cifuentes E.

José Joaquí­n Palma, uno de los grandes poetas que supo amar, supo cantar. Con sus versos encantó a un continente. Peregrino por la libertad, fue ofreciendo palmas de heroí­smo y rosas de galanterí­a. En San Salvador de Bayamo, el dí­a 11 de septiembre de 1844, nació José Joaquí­n Palma, en una modesta casa situada en la calle de San Vicente Ferrer, contigua al extinto convento de Santo Domingo. A los veinte años, Palma salió del colegio, se ocupó en el periodismo y junto con Francisco Maceo Osorio, publicaron La Regeneración, donde dioa conocer sus primeros ensayos poéticos.


Palma fue regidor del Ayuntamiento libre de Bayamo y suscribió con Ramón Céspedes Barreno la moción que reclamaba la abolición de la esclavitud en Cuba. La vida de Palma en la revolución le acerca a Céspedes. Es su ayudante de campo, su hombre de confianza. En la contienda no pierde Palma su vocación nativa por la poesí­a. En 1873 sale de Cuba. Va primero a Jamaica, más tarde a Nueva York, posteriormente a América Central.

Ya aquí­ Palma hizo de Guatemala «su segunda patria, aquí­ formó su hogar, disertó en la cátedra y encontró sus mejores amigos». Aquí­ también, un dos de agosto de 1911 se marchó a la eternidad musitando las palabras de Martí­: «Lejos nos lleva el duelo de la patria: apenas si, de tanto sufrir, nos queda ya en el pecho fuego para calentar a nuestra mujer y nuestros hijos. Pero puesto que la poesí­a ungió tus labios con las mieles del verso, canta, amigo mí­o». El poeta de Bayamo tení­a aptitudes para cultivar diversos géneros de poesí­a, pero la lí­rica lo hace sobresalir, con la música de sus versos, penetrados de dulcí­sima melancolí­a:

¡Angélica, si el alma herida

ya por la vejez odiosa,

volver pudiera a la hermosa

primavera de la vida!

Si de la ilusión perdida

me reanima el calor;

si el oleaje del dolor

tan rudo no me batiera,

Yo de tu hermosura fuera

caballero y trovador.

¡Cómo en mis fábulas bellas

te revelara cantando

lo que se dicen temblando

las flores y las estrellas!

las misteriosas querellas

que en lánguido suspirar

riega la brisa al pasar;

¡y te fingiera en mi anhelo

mucho del azul del cielo,

mucho del azul del mar!

Yo te hablara en mis canciones

de fantásticos jardines,

de gallardos paladines

y de góticos salones:

te contara tradiciones

de paí­ses extranjeros.

te fingiera los primeros

suspiros, las ansias vivas,

de castellanas cautivas

por ingratos caballeros.

¡Pero el otoño me hiere

y es infecunda la idea,

el pensamiento no crea

y hasta el corazón se muere!

al espí­ritu se adhiere

profunda melancolí­a;

no vuela la fantasí­a,

que en este mar sin aurora

pliega sus alas y llora

el ángel de la poesí­a.

Estos versos fueron dedicados a Angélica Bethancourt. El poema tiene siete décimas, por razones de espacio sólo se incluyen 4. Palma también galanteaba a Guatemala, identificado con ella, quizás a falta de la propia, nos dejó escrita la letra de nuestro Himno Nacional, además de poemas alusivos a nuestros conflictos y a nuestras esperanzas, así­ como su agradecimiento a la hospitalidad guatemalteca:

A impulsos de los azares

que me lanzan a occidente,

yo he venido del oriente

con mi lira y mis cantares.

Al calor de estos hogares

revive la inspiración,

vuela la imaginación,

y tornan en dulce calma

las esperanzas del alma

y la fe del corazón.

¿Quién soy?… átomo liviano

que va por el mundo errante,

un oscuro y delirante

trovador republicano:

¿qué busco? un soto lejano

en que poder descansar:

¡qué quiero? ¡Sentir y amar!

y aquí­ lo haré, pues contemplo,

de la libertad el templo,

de la justicia el altar.

¡Oh!, qué cuadro tan hermoso

ver un pueblo congregado

celebrando entusiasmado

su nacimiento dichoso!

Ante el sí­mbolo glorioso

de su heroica redención,

ante la potente acción

que le hace andar adelante,

yo coloco en este instante

el alma y el corazón.

¡Oh, Guatemala!, ¡te vi,

y al verte de luz vestida,

yo respiré con tu vida,

con tu corazón sentí­!

Tus aplausos recibí­

en mágicos embelesos;

aquí­ los conservo impresos,

y unidos a mis canciones

por los blandos eslabones

de una cadena de besos.

¡Guatemala!, ¡es este dí­a

luz y emblema de tu gloria,

que así­ lo escribió la historia

y lo aclama la poesí­a!

Con tu indomable energí­a

de ardiente republicana,

con tu aliento de espartana

y con tu constancia extrema,

te has ceñido la diadema

de señora y soberana.

¡Guatemala!, tu hermosura

tiene al cielo enamorado,

él de flores ha bordado

tu soberbia vestidura:

dio a tus brisas la dulzura

del arpado ruiseñor,

y pareces al cantor

una sirena dormida

en el aire sostenida

por los genios del amor.

Esos cantos fueron escritos el 15 de septiembre de 1875 y dedicados a Guatemala. Aquí­ solamente he copiado seis de las 1diez décimas del poema. Palma también era excelente improvisador y así­ quedó demostrado en una velada lí­rico-literaria dedicada al doctor Marco Aurelio Soto, presidente de Honduras, quien estaba de visita en Guatemala.

Esa velada fue celebrada en el llamado Teatro Nacional (después llamado Teatro Colón) durante la época del general Justo Rufino Barrios.

El escritor nacional Rafael Spinola dejó anotado que «cuando le tocó a Palma decir una poesí­a, siendo de tal dulzura y de tan magistral la manera de recitarlos, que una tempestad de aplausos fue la ovación que el poeta recibió al concluir. Palma tuvo que presentarse repetidas veces al proscenio para agradecer al público».

Para agradecer esa espontánea manifestación, Palma, después de meditar breves momentos, exaltada su imaginación improvisó estas décimas:

«Â¡Las mujeres son tan bellas!

las formaron los amores

de la esencia de las flores

y la luz de las estrellas.

Donde están inspiran ellas

sueños de dulces placeres;

que derraman estos versos

gracias, ternura y fragancia,

pero… tienen la constancia

prendida con alfileres.

¿Quién no cura sus enojos;

quién no olvida sus agravios

viendo el coral de sus labios,

viendo el cielo de sus ojos?

Ellas transforman abrojos

en perfumados rosales,

tristeza en festivales

y? son sus bocas purpurinas

unas máquinas divinas

de mentiras celestiales.

Aquí­ se aduermen pesares,

aquí­ se sueñan amores,

en esta noche de flores,

de música y cantares.

Esas gracias singulares

que aquí­ lucen su esplendor,

reciban con el amor

más respetuoso y sincero

aplausos del caballero

y versos del trovador.»

Afortunadamente, esas tres décimas fueron copiadas por algún taquí­grafo presente en dicha velada lí­rico-literaria. Luego, esos versos circularon en los periódicos de la época. Palma escribió estas décimas en honor al doctor Marco Aurelio Soto:

Hace cinco primaveras

que cual un alción marino,

en alas del torbellino

yo visité estas riberas.

Entonces las santas fieras

de una noble indignación

me daban inspiración,

y en mi alma se retorcí­an

y feroces me mordí­an

las fibras del corazón.

Entonces con ansiedad

y apoyado en la arpa mí­a

la América recorrí­a

sediento de libertad.

Concordia y fraternidad

predicando en santo ardor,

llegué a esta tierra de amor

que tanta hermosura encierra,

para hacerme de esta tierra

caballero y trovador.

¡Oh, Guatemala! te vi

y al consagrarte mi acento

yo respiré con tu aliento,

con tu corazón sentí­.

Tus aplausos recibí­

en mágicos embelesos;

aquí­ los conservo impresos

ligados a mis canciones,

por los dulces eslabones

de una cadena de besos.

Bordan tu lujosa falda

que sostienen las hurí­es,

mariposas carmesí­es

y quetzales de esmeralda.

La primavera enguirnalda

tu frente con azahares

y tus genios tutelares

forman rutilantes, bellas,

de tus sonrisas, estrellas,

de tus suspiros, cantares.

Tus mujeres parecen

blancas, vaporosas hadas,

que sobre nubes rosadas

soñando amores se mecen.

Estrellas que resplandecen

a través de ní­veo velo,

jazmines del patrio suelo,

aves de pintadas plumas,

lirios formados de espumas

bañados en luz del cielo.

Su acento sabe imitar

la conversación que a solas

forman temblando las olas

con las espumas del mar.

hay en su dulce mirar

del astro la irradiación;

cual entreabierto botón

su boca ostenta sonrisas;

en su aliento el de las brisas;

del ángel, su corazón.

El presidente de Honduras

me dice fino y cortés,

que eche flores a los pies

de estas hermosas criaturas.

Son flores frescas y puras

de aquellas verdes sabanas,

por eso en ansias ufanas

formo guirnaldas risueñas

de azucenas hondureñas

y margaritas cubanas.

¡Me dice que mi laúd,

siempre de ficción desnudo,

consagro un ¡hurra!, un saludo

a esta noble juventud:

Que su eterna gratitud

será la viva expresión

que da en cambio a esta ovación;

que repita en mis cantares

que al dejar estos hogares,

aquí­ deja el corazón!

Posteriormente, Palma escribe versos de dolor ante tanta lágrima cubana por el fusilamiento de estudiantes de medicina en La Habana:

Cuando protervia homicida

bate sus palmas triunfales;

cuando rugen los pujantes

huracanes de la vida;

cuando cae la fe vencida

al soplo de la impiedad;

cuando la odiosa maldad

empapa la tierra en llanto,

debe el bardo con su canto

consolar la humanidad.

Pero las canciones mí­as

inspiradas en un crimen,

no gemirán como gimen

los trenos de Jeremí­as.

Serán canciones sombrí­as,

más llenas de patrio anhelo,

y pedirán por consuelo

entre el fragor de la guerra,

la venganza de la tierra

y la justicia del cielo.

¡Qué cuadro?! Tiembla de horror

a su recuerdo La Habana.

¡Nunca la conciencia humana

fue presa de más pavor!,

llora aquí­, ante el opresor,

un niño de espanto lleno;

sueña allí­ el cantar obsceno

de los ministros del crimen,

mientras las madres oprimen

sus hijos contra su seno.

Allá, la cárcel sombrí­a,

do la niñez yace inerte;

más allá, voces de muerte

en salvaje griterí­a:

quejas de amarga agoní­a

llevan las auras livianas,

mientras responden ufanas,

en mar de sangrientas olas,

carcajadas españolas

a las lágrimas cubanas.

Entre la horrenda explosión

de aquella hecatombe impí­a,

se oyó un tierno: ¡Madre mí­a?!

¡Hijo de mi corazón?!

Una postrer conmoción

de afectos tan soberanos,

fue ahogada por los villanos

aplausos de la victoria?

¡Qué así­ se cubren de gloria

los leones castellanos!

¿Esos que tintos están

en sangre inocente, son

los hidalgos de Aragón,

los caballeros de Orán?

¡Con qué arrogancia van

al son de sus atambores!

¡Cómo demandan loores

belicosos y arrogantes!

¡Ocultad a los infantes,

que pasan los vencedores!

Desque recibió esa herida

la odalisca de Occidente,

lleva el pesar en la frente

y la clámide caí­da.

Su mirada entristecida

tiembla entre lágrimas bellas;

melancólicas querellas

derrama, con penas sumas,

sobre su trono de espumas,

bajo su dosel de estrellas.

Ya no la aduermen sus mares

con festivo movimiento,

ni besa cantando el viento

su melena de palmares.

Sus floridos limonares

melancólicos levantan

quejas, que el alma quebrantan;

ayes que el seno destrozan,

y parece que sollozan

sus pájaros cuando cantan.

Más? ¿qué importa sus prolijos

dolores? ¡Qué los tormentos

de los cadalsos sangrientos

en que sucumben sus hijos;

si allá, con los ojos fijos

en el cielo americano,

combaten con fiera mano,

llevando en su alma de fuego,

con el espí­ritu griego,

todo el aliento romano?

¡Dormid!, dormid y esperad!

pues cuando extienda en su cielo,

como un palio de consuelo

su mano, la libertad;

cuando la odiosa maldad

rompa sus puñales crueles,

tendrá Cuba en sus vergeles,

entre palmas y cantares,

para los muertos, altares?

para los vivos, laureles?

No deben quedar en el olvido las décimas recitadas en el Teatro Colón por M. Ariza P., con motivo del estreno del Himno Nacional de Guatemala, la ví­spera de inaugurarse una Exposición Centroamericana.

¡Mañana?! cuando la aurora

abra las puertas al dí­a,

y el ave vierta armoní­a

de su garganta sonora,

nuestra enseña redentora

dará al viento su hermosura,

¡ella!, que por ser más pura

y honrar más al patrio suelo,

le robó su azul al cielo

y a la nieve su blancura.

¡Oh dulce patria!, mañana

serás de grandeza ejemplo,

abriéndole un nuevo templo

a la industria americana:

donde en liza soberana

el ingenio se enaltece,

donde todo resplandece

en lazo estrecho y sublime,

desde el libro que redime

hasta el lienzo que ennoblece.

Y ¡cuán bello será ver

de nuestra fecunda tierra

las fuerzas vivas que encierra

de riqueza y de poder!

Allí­ el arte, allí­ el saber

de la ciencia vencedora;

allí­, en lid arrobadora

Ceres, con granos opimos,

Pomona con sus racimos

y con sus guirnaldas Flora?

En esta noche inmortal

aquí­ el pueblo se congrega

a las notas, su alma entrega,

de nuestro Himno Nacional;

El será el numen triunfal

que ilustrará nuestra historia,

él nos guiará a la victoria,

al volar de cumbre en cumbre,

gritando a la muchedumbre

¡por la patria y por la gloria!

Mañana, si a sus legiones

él llamara en son de guerra,

ensordeciendo la sierra,

inflando corazones;

a los penetrantes sones

de la voz arrebatada

de su inspiración sagrada,

nuestros padres se alzarí­an

y sus tumbas romperí­an

para ceñirse la espada.

Y fe en parí­s? y en lejanos

lustros de guerra? Y ¿luego?…

un hombre ardiendo en el fuego

de los principios humanos

hizo versos soberanos

con tonos abrasadores,

y a sus ecos tronadores

las masas en ira herví­an,

y las cabezas caí­an

de monarcas y traidores.

¿Qué es un himno?… una canción

que condensa libre y fiera,

el amor, el alma entera

de un pueblo, de una nación;

es justicia, es redención,

cuando canta la igualdad,

es viento de tempestad

en que los héroes se encienden,

cuando iracundos defienden

su tierra y su libertad.

¡Guatemala!, entre laureles

alzas la frente festiva

tú, la descendiente altiva

de los reyes cakchiqueles;

ciñe tus lindos joyeles,

y al son de tu himno marcial,

abre con mano triunfal

tu primera exposición,

¡ejemplo de paz y de unión

de la América Central!.

Manuel de la Cruz no dudó en calificar a José Joaquí­n Palma como el Prí­ncipe de la trova y el Rey de la elegí­a en la poesí­a cubana. Y Rubén Darí­o lo consagra con este apóstrofe: «Pulsa, oh amigo, tu guzla oriental; adula a las dulces reinas que nos tiranizan y nos enloquecen; ofrenda el rayo de sol de tu madrigal y el rayo de luna de tu serenata; sé el del triunfo en las cortes de amor; y defiéndete con tu sueño, mientras pasa agitando sus terribles alas sobre tu cabeza la negra y áspera tormenta humana.»

En Internet


http://guatemala-en-decima.blogspot.com/

«Poesí­as de J. Joaquí­n Palma». Cuarta edición. Guatemala: Tipografí­a Nacional de Guatemala, (Colección «Los de Ayer» -segunda época- IV volumen), 1962. Una publicación de la Hemeroteca, adscrita a la Biblioteca Nacional, en homenaje al cincuentenario de la muerte (2 de agosto de 1911) del autor de la letra del Himno Nacional.