Diego Rivera inédito


Una mansión ubicada en el balneario mexicano de Acapulco (sur) cuyo principal valor son seis murales, tres de ellos desconocidos, pintados por el artista mexicano Diego Rivera al final de su vida, fue puesta a la venta a un precio base de seis millones de dólares.


En la «Casa de los vientos», construida sobre un acantilado en la época de esplendor de Acapulco, «hay (tres) murales dentro que no se conocen, sólo se conocen los que dan a la calle», que han convertido a esta residencia en un í­cono cultural e histórico del centro turí­stico, dijo Carlos Phillips, hijo de la fallecida Dolores Olmedo, dueña original del inmueble.

La casa, construida en 1940 por Olmedo, una sofisticada coleccionista de arte mexicana y amiga cercana de los pintores Frida Kahlo y Diego Rivera, guarda entre sus muros la historia de afecto que el artista mantuvo con Dolores. Rivera pintó esos murales en el ocaso de su vida entre 1955 y 1957, año de su muerte.

En el estudio del artista, un espacio de 351 metros cuadrados edificados en forma independiente de la casa, «hay un mural hecho con piedras de colores naturales que relata el viaje de Diego a la (entonces) Unión Soviética», describió Phillips, responsable de la venta de la mansión, cuyo valor de base es de seis millones de dólares.

«Exekatlkalli», que en náhuatl quiere decir «Casa de los vientos», tiene en su fachada un mural con la «Coatlicue», conocida como «la dama serpiente», y en otra pared la imagen de «Quetzalcoalt», que significa «serpiente emplumada», ambos dioses aztecas.

En los muros del frente de la casa, Diego también trazó un sapo con un corazón en la mano, animal con el que el pintor gustaba representarse a si mismo e imagen en la que quiso dejar plasmado su cariño por Olmedo, quien fuera su mecenas y amiga de toda la vida.

Una paloma de la paz, un avión, el sapo volando con el corazón en la mano, la hoz y el martillo y cuatro estrellas, que simbolizan a cada uno de los hijos de Dolores, son parte del lenguaje de Diego para representar en un mural del estudio «la carta de amor que envió a Lola mientras él viví­a en la Unión Soviética» en 1956.

Olmedo, quien murió en 2002, dejó la propiedad en herencia a sus nietos, que actualmente viven en Estados Unidos y quieren venderla.

Diego Rivera es uno de los pocos pintores mexicanos cuya obra no puede salir del paí­s por ser considerada patrimonio cultural de México, pero eso no impide que la propiedad pueda ser adquirida por particulares, añadió Phillips.

El terreno de 3.303 metros cuadrados posee el estudio de Diego, de tres pisos con murales en los techos, y una casa de dos pisos, cinco habitaciones y seis baños, así­ como un jardí­n con follajes tropicales, árboles frutales y una gran piscina frente al Océano Pací­fico.

Desde la casa se pueden observar los tradicionales clavados de La Quebrada, uno de los mayores atractivos de Acapulco.

Los dueños han rechazado algunas propuestas para que los murales se muevan de Acapulco porque serí­a muy costoso y les gustarí­a que la propiedad quedara en manos de las autoridades o de alguna asociación que la destine a espacio cultural.

«Si hubiera interés (de las autoridades) se tomarí­a muy en cuenta una oferta», sostuvo Phillips.

Por lo pronto, los admiradores de Rivera tendrán que conformarse con contemplar los murales de la fachada porque los trazos del interior seguirán siendo una historia privada.

La casa «no se abre al público, (los murales) son propiedad privada y así­ se quiere conservar para que quien se interese» decida qué hacer con ella, puntualizó Phillips Olmedo.