Cada dos o tres años, los medios guatemaltecos nos presentan noticias que provocan ropas desgarradas por parte de la clase política y alta sociedad. Y es que, de vez en cuando, se recuerda que en nuestro país hay hambre, mucha más de la que podríamos imaginar con las tripas.
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La desnutrición crónica no surge de la noche a la mañana, por lo que si nos asombramos de la hambruna que recientemente se «alertó» en los medios de comunicación, es porque vivimos dándole la espalda a nuestra realidad.
Las condiciones de sobrevivencia en el interior del país han estado casi siempre en el límite. El guatemalteco que vive por debajo de la línea de pobreza, no anda preocupado por la secretividad en las comisiones de postulación, o haciendo conjeturas sobre quién mató a Rodrigo Rosenberg. El guatemalteco pobre y extremadamente pobre, vive preocupado en el día a día, en qué comerá hoy.
Por ello, el consumismo salvaje -el pseudocapitalismo que más bien es el avorazamiento empresarial- ha empujado a más de la mitad de la población a la miseria, a conformarse con alimentarse con lo mínimo. Sin embargo, vivir con lo mínimo es vivir al límite, esperando sólo la gota que rebalse el vaso; una sequía, un terremoto o una tormenta tropical, desnuda nuestra paupérrima situación.
Pero esto no se trata de gobiernos temporales, que hoy son y mañana se queman en el fuego, sino más bien de un sistema económico injusto, que ha durado décadas, quizá siglos, y que está constituido para formar cuasi esclavos del mercado laboral, que los obliga a vender su fuerza de trabajo a un salario mínimo, que ni siquiera alcanza para una canasta básica vital.
Y mientras nos quita el tiempo cuestiones como si Eduardo Arévalo Lacs debe estar en prisión o en el hospital, o si el padre Orantes debe o no salir antes de tiempo de prisión, la justicia verdadera -no el Estado entrampado con leyes en el que vivimos- nunca ha llegado. Si nuestra sociedad fuera justa, no habría hambruna y las clínicas de reducción de peso no tendrían razón de existir en nuestro territorio.
Esta sequía, esta hambruna, sólo son consecuencias del pseudocapitalismo salvaje, de un Estado depredador que sólo ansía extraer los metales de las minas, sin importar si las regalías quedan en la comunidad; un pseudocapitalismo que pretende desviar ríos para los sembradíos de palma africana, sin importar que provoquen la desertificación de las aún tierras comunales parceladas.
Muy en el fondo, sabemos que la pobreza alimentaria es sólo la más triste consecuencia de la mala distribución de tierras, en un país en donde la agricultura aún sigue siendo la principal actividad que genera los alimentos en la mayoría de casas del país. En el interior, sobre todo fuera de los principales círculos urbanos, el guatemalteco promedio no está pendiente de que el tipo de cambio haya aumentado significativamente… ¿para qué? Si todavía se vive en un sistema de trueque, en donde se come o se intercambia lo que se cosecha.
Nuestro sistema es injusto, y esta hambruna sufrida principalmente en el corredor seco de oriente, no es más que el espejo más esperpentizado de lo que realmente somos. Y más que hambre de alimentos, en realidad hay mucha hambre y sed de justicia. Sólo quisiera recordar que las grandes hambrunas siempre han precedido a las grandes revoluciones, como en Francia o en Rusia. (http://diarioparanoico.blogspot.com)