Jesús Mosterí­n: Aristóteles. Historia del pensamiento


Eduardo Blandón

El presente libro de Jesús Mosterí­n puede conducirnos a equí­vocos: el tamaño de la obra (apenas 378 páginas), su presentación pequeña (es un libro de bolsillo) y hasta el lenguaje nada rebuscado podrí­an llevarnos a pensar que se trata de un texto de poco valor. Pero nada más falso que eso. El libro es adecuadí­simo para aquellos que no sólo se inician en la filosofí­a, sino incluso para el lector ocasional.


Mosterí­n es un filósofo español, nacido en Bilbao en 1941, cuyos dotes para comunicarse con el gran público no son casuales, lleva más de treinta obras escritas y una trayectoria de lujo en el quehacer filosófico. Estudió en España, Alemania y Estados Unidos. Es miembro del Center for Philosophy of Science de Pittsburg, miembro de Academia Europea de Londres y del Institut International de Philosophie de Parí­s. Por último, es también profesor de Investigación del Instituto de Filosofí­a en su España natal.

En este trabajo monográfico, Mosterí­n se enfrenta al reto de combinar la profundidad en la presentación de las ideas del Estagirita y la facilidad para explicar a los lectores los conceptos básicos del filósofo griego. Y lo logra en virtud de la facilidad del autor para expresar el pensamiento y sistematizar los contenidos. ¿Cómo distribuye el libro? Ahora vamos.

En el afán de favorecer a los lectores con un conocimiento completo del pensador griego, Mosterí­n aborda todos los temas que de Aristóteles le parecen importantes: 1. Vida de Aristóteles; 2. La poética; 3. La retórica; 4. La dialéctica. 5. El lenguaje; 6. La lógica formal; 7. La ciencia; 8. El cambio; 9. Cosmologí­a; 10. Zoologí­a; 11. Principios, ontologí­a y teologí­a; 12. í‰tica; y 13. Polí­tica.

Puede que a algún lector estos trece capí­tulos le parezcan inmensos, pero hay que advertir que hay trabajos mucho más largos y en ocasiones menos cordiales para la lectura, que el pequeño libro de Mosterí­n. Basta recordar, por ejemplo, la gran monografí­a de Werner Jaeger, titulada Aristóteles, o las entregas de Giovanni Reale, Introducción a Aristóteles y Guí­a de lectura de la «Metafí­sica» de Aristóteles. Este es un libro que se lee de un tirón y deja buen sabor en la boca.

Me entretendré ahora en presentar el capí­tulo relativo a la zoologí­a por considerarlo interesante y quizá novedoso para algunos lectores. Aristóteles fue, y esto lo ignoran muchos, un gran biólogo. Mosterí­n dice que pasó años de su vida observando animales y, producto de este ejercicio, fue su libro Historia de los animales. ¿Historia? No, no exactamente. Aristóteles hace una descripción de los animales que ha visto o se ha enterado por el testimonio de otros.

Su amor por los animales comenzó en casa al crecer en una familia de médicos, pero se incrementó en la Academia platónica. En ese lugar no sólo se hací­an ejercicios de clasificación de especies, sino que se leí­an las obras que Platón habí­a escrito con ese propósito. Fruto de esas lecturas fue su primera obra titulada Sobre los animales fabulosos, ahora desaparecida. Le seguirí­an otros trabajos titulados: Sobre las plantas -su único tratado de botánica-, Planchas anatómicas -colección de esquemas y dibujos de anatomí­a-, Partes de los animales -tratado de anatomí­a comparada teórica- y Sobre la marcha de los animales -estudio sobre la locomoción animal-.

Mosterí­n afirma que «Historia de los animales es la más extensa de todas las obras de Aristóteles. Está dividida en nueve libros. Los cuatro primeros constituyen un inventario de datos de anatomí­a comparada, empezando por la de humán, siguiendo por la del resto de los animales sanguí­neos (es decir, que tienen sangre roja), y acabando por la de los no-sanguí­neos. Los tres libros siguientes estudian los diversos modos de reproducción que se dan en el reino animal. Los dos últimos libros reúnen cuanto entonces se sabí­a sobre las costumbres, el carácter y los modos de vida de los diversos animales, y constituyen el más remoto precedente de la etologí­a y la ecologí­a actuales».

Las fuentes de información de Aristóteles son variadas: sus lecturas de libros, el testimonio de los expertos por él interrogados y sus propias observaciones. Muchos datos los saca de sus lecturas de Hipócrates que él conocí­a bien, aunque nunca lo cita. Los textos de los filósofos anteriores son también una fuente frecuentemente usada: las opiniones de Heráclito, Alkmaion, Empédocles y Demócrito. En sus obras biológicas no cita nunca a Platón, sin embargo, conoce perfectamente el Timeo platónico, cuya última parte está dedicada a la anatomí­a y fisiologí­a de los seres vivos.

«Una de las fuentes más importantes de información sobre los animales exóticos es la constituida por los libros de historiadores y viajeros, sobre todo por la Historia de Heródoto, de la que saca casi todo lo que dice de los animales africanos, y en especial egipcios, como el hipopótamo, el cocodrilo, el camello y otros. Le sigue incluso en sus errores. Así­ Aristóteles repite varias veces que «todos los animales mueven la mandí­bula inferior, a excepción del cocodrilo, que solo mueve la superior». Esto es completamente falso».

Interesante en Aristóteles (aunque a veces no brillantemente concebidas) son sus investigaciones sobre la naturaleza de los machos y las hembras. í‰l fue el primero en distinguir los caracteres sexuales primarios de los secundarios, en señalar que la determinación del sexo se sitúa ya en el primer estadio del desarrollo del embrión y en describir correctamente el funcionamiento de la placenta y del cordón umbilical. Pero cuando se refiere al papel de los sexos en la concepción fantasea y se atiene al pensamiento de su tiempo.

Para Aristóteles, solo el padre transmite su herencia, y solo su esperma contiene gametos. La madre se limita a recoger ese esperma en su seno y a proporcionarle materia y alimento. La hembra, en cuanto hembra, insiste, es el elemento pasivo, y el macho, en cuanto macho, el elemento activo del que procede el principio del cambio.

Aristóteles llega a decir cosas tan escandalosas (al menos si las vemos desde ahora) como que «el infante tiene forma como de mujer, y la mujer parece un hombre estéril. La hembra está caracterizada por una impotencia, por ser incapaz de destilar por cocción el esperma a partir de los alimentos digeridos (es decir, de la sangre, o del lí­quido análogo en los animales no sanguí­neos), debido a la frialdad de su naturaleza».

O eso de que «el que no se parece a sus padres ya es en cierto modo un monstruo, pues en esos casos la naturaleza se ha desviado de alguna manera del género. El primer comienzo de esa desviación es que se origine una hembra y no un macho».

Como puede observar, el libro tiene su atractivo. Por eso, no está de más sugerí­rselo. Puede adquirirlo en Librerí­a Loyola.