Harold Soberanis
Es conocido que el Materialismo Dialéctico y el Materialismo Histórico son dos esferas de una concepción general de la realidad que pretende interpretar, dicha realidad, desde una posición fundamentalmente material. En este sentido, esta concepción se convierte en una filosofía o teoría general del universo.
Sin embargo, dicha filosofía no es sólo una interpretación de la realidad, no es sólo una teoría que nos explica los fundamentos de esa realidad, sino que es, sobre todo, la insistencia en la posibilidad de transformación de dicha realidad. Es decir que, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico no se agotan en la pura interpretación de los hechos puesto que, lo que buscan en última instancia, es interpretar y comprender la realidad social con el fin principal de transformarla, modificarla de manera radical, esto es, desde la raíz.
Para muchos críticos de esta filosofía materialista, llevar a cabo una transformación radical de la realidad, realidad social en la que estamos inmersos, es una utopía, en el sentido de ser algo irrealizable, una quimera propia de poetas o soñadores.
Sin embargo, la utopía, como ya he escrito en otras ocasiones, no es sinónimo de irrealizable, no debemos entenderla como algo imposible, sino todo lo contrario, es decir, como la posibilidad de lo concreto.
Ahora bien, la realización de la utopía implica una práctica concreta puesto que alcanzarla no es posible desde la pura teoría. Esta, la teoría, debe articularse coherentemente con la praxis, como única vía posible de realización. De ahí la importancia de desarrollar una praxis lógicamente articulada, que despliegue las posibilidades infinitas de transformación de la realidad.
Considerar estas posibilidades y emprender acciones concretas que nos lleven a su realización, no es la utopía renacentista que vislumbraba una sociedad perfecta donde no existían conflictos entre los hombres. Es más bien la consideración de la utopía posible, la utopía que puede realizarse siempre y cuando se den las condiciones materiales para ello pero, sobre todo, los hombres emprendan acciones que la hagan real.
De esa cuenta, utopía y praxis son dos elementos de un proyecto político que debe desarrollarse en un movimiento dialéctico continuo, que vaya superando las etapas precedentes y desemboque en una sociedad humana más justa e igualitaria. Vislumbrar esta utopía no es una quimera, no es algo imposible.
Toda teoría debe tener un lado práctico, en el sentido de ser el instrumento por medio del cual se logre concretar. Por lo tanto, la praxis es fundamental para cualquier proyecto político. A su vez, la praxis debe estar sustentada en una teoría coherente.
El materialismo dialéctico y el materialismo histórico, como concepciones de la realidad, constituyen una utopía, la única que puede emancipar al hombre de las cadenas de la opresión que ha producido un sistema perverso en sí mismo. Ahora bien, la posibilidad de que dicha utopía se realice no depende únicamente de la coherencia que posea la teoría que la sostiene, sino también de la praxis que pueda desarrollarse.
Dicha praxis será el reflejo de acciones concretas que, hombres concretos, puedan emprender y que vayan posibilitando dialécticamente, la realización de la utopía.
Esta articulación, utopía-praxis, debe desarrollarse sobre la concepción materialista de la realidad, pero sin caer en mecanicismos, pues éstos no explican la realidad como es.
La utopía es emancipación del hombre, por lo tanto, implica una idea de humanismo, pero no de un humanismo idealista que disocia al hombre de su condición material en la sociedad, sino de un humanismo que resalta y profundiza la condición material primaria del ser humano. Considerar al hombre desde una perspectiva idealista, es negarle su verdadero ser. No se puede hablar, por lo tanto, del Hombre como una abstracción, sino del hombre concreto inmerso en un sistema económico específico cuya base es material. De ahí que al hablar del hombre debamos pensar en el hombre concreto y no en una abstracción dual. El hombre es, principalmente, materia y su mundo, primordialmente, material.
Por eso, la praxis que debe desarrollarse y que desemboca en la realización de la utopía, es una praxis concreta cuya base es material e implica una concepción del ser humano como un ser único, cuyo correlato fundamental es el mundo material en el que se encuentra. Esto es, una antropología materialista.
Solamente pensando la utopía como posible, se podrán desarrollar aquellas acciones que nos conduzcan a ella. Tales acciones deberán estar fundadas en una teoría coherente que logre explicar las condiciones reales del ser humano. A mi juicio, la única concepción filosófica que logra hacer esta explicación coherentemente, es el Marxismo. Por eso hay que releer el pensamiento de Marx a la luz de las condiciones actuales. Tal lectura, objetiva y crítica, nos permitirá ajustar aquellas tesis marxistas que necesiten adecuarse a los tiempos que vivimos, sin olvidar la praxis como vía de realización de la utopía.
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