Giovanni Reale y Dario Antí­seri: Historia de la filosofí­a. Filosofí­a pagana antigua


Eduardo Blandón

El presente libro de Reale y Antí­seri es una segunda versión de su clásico texto de Historia de la Filosofí­a editado por Herder. Mientras que la primera obra es más seria y formal, este volumen editado por San Pablo, es más didáctico y resumido. Dirí­a que se trata de una joya que puede interesar tanto a profesores como a estudiantes.


El volumen, que es el primero de tantos otros para abarcar la historia de la filosofí­a, se centra en la filosofí­a antigua. Los capí­tulos que se abordan son los siguientes: I. Génesis, naturaleza y desarrollos de la filosofí­a antigua; II. Los naturalistas o filósofos de la «Physis»; III. La sofí­stica y el desplazamiento del eje de la investigación filosófica: del cosmos al hombre; IV. Sócrates y los socráticos menores; V. El nacimiento de la medicina como saber cientí­fico autónomo; VI. Platón y la academia antigua; VII. Aristóteles y el Peripato; VIII. El paso de la edad clásica a la edad helení­stica; IX. El florecimiento del cinismo en la edad helení­stica; X. Epicuro y la fundación del «Jardí­n»; XI. Génesis y desarrollo de la Stoá; XII. El escepticismo, el eclecticismo; XIII. Los desarrollos y las conquistas de la ciencia en la edad helení­stica; XIV. El neoestoicismo: Séneca, Epicteto y Marco Aurelio; XV. Neoescepticismo, Neoaristotelismo, platonismo medio, neopitagorismo, el «corpus «hermeticum» y los «oráculos caldeos»; XVI. Plotino y el neoplatonismo; XVII. La ciencia antigua en la edad imperial.

El mérito del libro consiste, además del desarrollo del pensamiento de los autores, en los cuadros sinópticos que presenta, resúmenes, mapas conceptuales y selección de texto por autor. Para el profesor que ya domina la temática es una guí­a por la sí­ntesis expuesta, para los estudiantes constituye un atajo para la aproximación rápida del desarrollo de las ideas. Es un libro valioso si a esto le agregamos que el precio es bastante menor al de la edición española.

A lo anterior hay que agregar que Reale y Antí­seri no se contentan con la exposición exclusiva de filósofos sino que reflexionan sobre el desarrollo de la ciencia en general. De aquí­ que dediquen capí­tulos enteros, por ejemplo, al nacimiento de la medicina, al «corpus hermeticum» y a la ciencia antigua en la edad imperial. Echemos un vistazo a lo que se dice del desarrollo de la medicina para tener una idea de sus aproximaciones.

Los autores afirman que los sacerdotes fueron los primeros en ejercer la práctica médica antigua. Los enfermos llegaban a los templos para que los religiosos, a través de ritos mágicos, les curaran de sus males. Estos a su vez aprendieron el arte a través de Asclepio, quien recibió los secretos de la medicina por medio de la divinidad Quirón. La medicina, sin embargo, no se desarrolló verdaderamente en los templos.

Gradualmente, dicen los autores, junto a los sacerdotes de Asclepio aparecieron también médicos laicos, que se distinguí­an de aquéllos gracias a una preparación especí­fica. Estos médicos ejercitaban su arte en tiendas y en viviendas fijas o viajando de uno a otro sitio (médicos ambulantes). Al lado de los templos de Asclepio surgieron escuelas para formar a dichos médicos, donde se reuní­an los enfermos y, por tanto, donde se hací­a posible una mayor cantidad y una mayor diversidad de casos patológicos. Este es el motivo por el que durante mucho tiempo se utilizó el nombre de «asclepí­ades» para denominar no sólo a los sacerdotes de Asclepio, sino a todos aquellos que practicaban el arte de curar las enfermedades, el arte propio del dios Asclepio, es decir, a todos los médicos.

Las escuelas médicas más famosas de la antigí¼edad, en consecuencia, surgieron en Crotona, en Cirene, en Rodas y en Cos. Sobre todo en Cos donde la medicina logró elevarse al más alto nivel, por los méritos particulares de Hipócrates, que aprovechando las experiencias de las anteriores generaciones de médicos supo otorgar a la medicina el estatuto de ciencia, esto es, de conocimiento que se procura con un método especí­fico.

Para Reale y Antí­seri la medicina no habrí­a sido posible sin esa mentalidad cientí­fica creada por los filósofos de la antigí¼edad. No cabe duda que la sensibilidad de esos filósofos llamados «fisiócratas» que se ubican en el siglo VIII antes de Cristo, preparó el terreno para que los hombres de ciencias experimentaran con la realidad, lejos de las especulaciones abstractas y a veces sin sentido.

Los autores le dan fuerza a sus afirmaciones citando a W. Jaeger quien, según ellos, ilustra a la perfección lo antes explicado.

«Siempre y en todo lugar ha habido médicos; pero el arte de sanar de los griegos se convirtió en arte metodológicamente consciente únicamente por la eficacia que sobre él ejerció la filosofí­a jónica de la naturaleza. Esta verdad no debe oscurecerse en lo más mí­nimo por el hecho de tomar en consideración la actitud declaradamente antifilosófica de la escuela hipocrática, a la que pertenecen las primeras obras que encontramos en la medicina griega. Sin el esfuerzo de búsqueda de los filósofos naturalistas jónicos más antiguos, dedicados a descubrir una explicación «natural» de cada fenómenos, sin su intento de relacionar cada efecto con una causa y de hallar en la cadena de causas y efectos un orden universal y necesario, sin su confianza inquebrantable en lograr penetrar todos los secretos del mundo a través de una observación de las cosas carentes de prejuicios y con la fuerza de un conocimiento racional, la medicina jamás se hubiese convertido en ciencia… Sin lugar a dudas, hoy se está en condiciones de aceptar que la medicina de los egipcios ya habí­a conseguido elevarse por encima de aquella práctica de los hechizos y conjuros que continuaba viva en las antiguas costumbres de la metrópoli griega en la época de Pí­ndaro. A pesar de ello, únicamente la medicina griega -en la escuela de aquellos pensadores de leyes universales que fueron los filósofos, sus precursores- pudo elaborar un sistema teórico que sirviese de base a un verdadero movimiento cientí­fico».

Con todo, el héroe de la medicina antigua fue Hipócrates. Fue éste quien la elevó al rango de ciencia tanto por los estudios realizados como por las obras que dejó para la posteridad. Los libros que se le atribuyen con un cierto margen de probabilidad son, La antigua medicina, que es una especie de manifiesto que proclama la autonomí­a del arte médico; El mal sagrado, que es una polémica en contra de la mentalidad de la medicina mágico-religiosa; El pronóstico, que es el descubrimiento de la dimensión esencial de la ciencia médica; Los aires, las aguas y los lugares, en el que se evidencian los estrechos ví­nculos que existen entre las enfermedades y el medio ambiente; las Epidemias, que son una enorme colección de casos clí­nicos; los famosos Aforismos, y el celebérrimo Juramento.

Reale y Antí­seri transcriben el famoso Juramento:

«Juro ante Apolo médico y ante Asclepio y ante Higí­a y ante Panacea y ante los dioses todos y las diosas, llamándolos a testimonio, mantenerme fiel en la medida de mis fuerzas y de mi juicio a este juramento y a este pacto escrito. Consideraré a quien me ha enseñado este arte igual que a mis propios padres y pondré en común con él mis bienes, y cuando tenga necesidad de ello le reembolsaré mi deuda, y a sus descendientes los consideraré como hermanos y les enseñaré este arte, si desean aprenderlo, sin compensación alguna ni compromisos escritos; trasmitiré las enseñanzas escritas y verbales y cualquier otra parte del saber a mis hijos, así­ como a los hijos de mi maestro y a los alumnos que han subscrito el pacto y el jurado de acuerdo con la costumbre médica, pero a nadie más. Utilizaré la dieta para ayudar a los enfermos en la medida de mis fuerzas y de mi juicio, pero me abstendré de producir daño e injusticia. No daré a nadie ningún fármaco mortal, aunque me lo pida, ni jamás propondré tal consejo: igualmente, no daré a las mujeres pesarios para provocar el aborto. Conservaré puros y santos mi vida y mi arte. Tampoco operaré a quien sufra cálculos renales, sino que dejaré actuar a hombres expertos en esta práctica. A cuantas casas entre, iré a ayudar a los enfermos, absteniéndome de lleva voluntariamente injusticia o daño, y especialmente de todo acto de lujuria sobre los cuerpos de mujeres y hombres, libres o esclavos. Cuantas cosas vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, e incluso fuera de ella, en mis relaciones con los hombres, si no tienen que divulgarse a los demás, las callaré como si fuesen un secreto sagrado. Si me mantengo fiel a este juramento y no lo olvido, que me sea dado gozar lo mejor de la vida y del arte, considerado con honor por todos y para siempre. En cambio, si lo transgredo y soy perjuro, que me suceda lo contrario a esto».

Para los interesados en la filosofí­a este es un libro que puede servir ya sea para iniciarse en el estudio de este saber o para tener acceso a un texto que siempre puede ser útil para volver al conocimiento. Vaya a librerí­a y piense que hace una buena inversión. Puede adquirirlo en Librerí­a Loyola.