Al rescate de parque de diversiones


Paseando a sus perros, este hombre disfruta en Coney Island en Nueva York donde existen planes para renovarla.

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<p>A Stephen Baker no le importa acostarse sobre una cama de clavos en Coney Island, lo que sí­ le preocupa es un nuevo plan aprobado este miércoles por el Consejo municipal que cambiará el futuro del legendario parque de diversiones de Nueva York.</p>
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«Van a destruir la magia», dice Baker, de 42 años, descansando entre dos números de un show que incluye además una tragasables y una «mujer elefante».

Todos -incluyendo a Baker y sus colegas- admiten que el parque de Coney Island, en la costa atlántica de Brooklyn, necesita renovarse.

Muchas de las atracciones más famosas del siglo XX, como Astroland, han desaparecido o dejado viejas ruinas oxidadas.

El aroma de los hotdogs, que según la leyenda se inventaron en este lugar, se mezcla con el de la orina y la basura acumulada en la calle. Borrachos tirados en la vereda hacen singular competencia al Tren Fantasma.

El miércoles, el Consejo municipal aprobó el plan de recuperación. «El Consejo nos ha permitido insuflar una nueva vida a un tesoro de la ciudad que estaba en decadencia desde hace décadas», dijo el alcalde Michael Bloomberg.

Pero lo que Bloomberg llama «revitalización», muchos defensores de Coney Island la consideran un plan para convertir un tesoro nacional en una operación inmobiliaria especulativa.

«Es un plan para los ricos», dice Baker, un hombre de bigotes que asegura ostentar el récord mundial de velocidad para meterse clavos con un martillo en la nariz.

El declive se inició hace más de medio siglo, cuando una crisis urbana, cambios sociales y la especulación inmobiliaria empezaron a cambiar la realidad del barrio.

Hoy en dí­a la zona es una extraña mezcla de atracciones y atrocidades.

Terrenos vací­os alternan con pequeños negocios como el restaurante de hotdogs Nathan»s Famous, escenario de un torneo anual donde gana el que come más salchichas.

Atracciones venerables como la rueda gigante Wonder Wheel y la montaña rusa Cyclone cohabitan con tiendas de baratijas con música rap de fondo.

En ociosas tardes de verano, los animadores invitan a los potenciales clientes a ver un show de la mujer sin cabeza, la mujer sirena o la vaca con dos cabezas.

Robert McKeiver, un chofer de 60 años, recuerda haber venido de niño y dice que «estaba repleto de gente». «Hay que hacer algo, esto deberí­a abrir los 365 dí­as del año y no solo en temporada, y con cosas para hacer en espacios cubiertos».

El nuevo plan de la ciudad promete «un barrio de diversión y entretenimiento que restablezca a Coney Island como un lugar de esparcimiento abierto y accesible todo el año».

Eso, de acuerdo con la propuesta oficial, incluirá una renovación completa del lugar, agregando entretenimientos, hoteles y edificios residenciales, manteniendo «el carácter único de Coney Island».

Pero la gente de Coney Island, operadores, artistas e historiadores locales, temen que el plan caiga en manos de un promotor inmobiliario, Thor Equities, que ya controla buena parte de la zona.

Asociaciones como Salven a Coney Island dicen que la superficie para atracciones al aire libre disminuirá, mientras que el resto será inundado con tiendas al estilo mall y cuatro hoteles que cambiarán para siempre el paisaje.

Mientras la ciudad promete más viviendas económicas, algunos sospechan que se construirán condominios más lujosos para el mercado especulativo.

Monica Ghee, que desafí­a a los turistas a medir su fuerza con un martillo gigante, dice que se siente indefensa mientras los ricos debaten qué hacer con su querido parque.

«Nos están apretando para que nos vayamos y vengan los ricos», dice Ghee, una mujer delgada de 59 años. «Me gustarí­a que perdurase como es, pero ya es demasiado tarde. En cuanto a todos esos condominios de moda, espero estar muerta y enterrada para entonces y no tener que verlos».

Pero el cambio ya es palpable. En una tarde reciente, los curiosos admiraban en la calle a un gigantesco Cadillac de 1959 que pasaba por la avenida Surf, con sus alerones verticales en la parte trasera y sus llantas blancas, que recuerdan una época pasada de prosperidad y fantasí­a. «Ese tiempo ya no volverá», dice al pasar un hombre a los admiradores del automóvil.