Mendelssohn, la esencia de su música


En el Tema Musical de este viernes continuaremos con Félix Mendelssohn, donde abordaremos la esencia de su música y como homenaje a Casiopea, esposa dorada quien es fin del llanto y principio del sueño, ángel que olvidó su eternidad en mis estancias.

Celso Lara

Muchos estudiosos de la obra de Mendelssohn son de la opinión que la distancia que separa a éste de los más grandes maestros es muy poca. Ciertamente son muchos los aspectos de la música de Mendelssohn que pueden justificar esta proximidad (La distinción, el buen gusto, la sólida construcción, el relieve de la forma bien hecha, la elegancia expresiva); pero no es menos cierto que esta aproximación, con todos sus valores, no puede salvar la distancia que establece el arte esencialmente formal del autor de La gruta del Fingal.

Por la época de creación, Mendelssohn es uno de los compositores que abrieron el perí­odo romántico, pero también puede ser considerado como el último de los músicos clásicos. Llevó a las formas más caras del clasicismo -sonata, sinfoní­a, concierto- los gérmenes del incipiente romanticismo, pero se mantuvo muy vinculado a las estructuras y los conceptos establecidos por una tradición antigua. Esta caracterí­stica constituye su mejor cualidad y al mismo tiempo es el punto menos sólido de su personalidad.

Mendelssohn expuso sus ideas musicales con tanta facilidad que no hubo de salvar el menor obstáculo expresivo; todo en él es encantadoramente espontáneo, claro y proporcionado, pero al equilibro, a la aristocracia del trazo les falta la vibración interna y la emoción trascendida.

Felix era un hombre de existencia feliz, hizo lo que mejor se avení­a con su naturaleza, y así­ nunca falta en su música el gusto por lo refinado y lo culto, la pulcritud lí­rica y la expresión poética, tuvo todos los puntos necesarios para seducir musicalmente, pero estuvieron ayunos de profundidad en el sentimiento.

Mendelssohn escribió doce sinfoní­as para orquesta de cuerdas, destinadas a la interpretación familiar y prácticamente ignoradas durante mucho tiempo. Son composiciones de un adolescente que en el momento de componer las últimas de la serie sólo tení­a 14 años. Sin embargo, no deja de ser llamativa la inteligente utilización de la técnica.

En algunas de estas sinfoní­as es fácil advertir el ascendente mozartiano, y en otras, cuando Mendelssohn practica el estilo fugado, no es difí­cil descubrir la devoción del joven compositor por la obra de Juan Sebastián Bach.

Después de estas doce sinfoní­as, que generalmente no figuran en la lista de las composiciones de Felix, el artista escribió la que podrí­amos clasificar como la número 13, pero que en realidad es conocida como número 1 en do menor, terminada a los 15 años.

Esta circunstancia nos lleva a considerar la confusión existente en la numeración de las sinfoní­as para cuerdas de Mendelssohn, originadas por el hecho de que el orden numérico se basa principalmente en las fechas de publicación, más que en el de creación.

De la producción orquestal de Mendelssohn son las sinfoní­as números 3, 4 y 5 las más conocidas, aunque el orden de popularidad habrí­a que iniciarlo con la cuarta. Y la de mayor belleza con la tercera. En cualquier caso, son obras que no hacen sino confirmar la personalidad de un músico que, no podemos dudarlo, tuvo una oculta inquietud pasional mucho más viva de lo que podemos apreciar en sus obras, por ellas deducimos que el artista no hizo nada para dar libertad a sus impulsos creadores en el sentido de manifestarse con un carácter más profundo y pasional. Ello se aprecia en su música orquestal con mayor intensidad que en cualquier otro género.

Mendelssohn se dejó llevar por una estética hedonista, o lo que es lo mismo, obedece a un deseo culturizador de los sentidos sin exigir del corazón una disposición excitada.

La primera sinfoní­a, comenzada a los 12 años de edad y terminada en 1824, ha desaparecido prácticamente de las salas de conciertos. Su sinfoní­a numero 5 es conocida como De la Reforma porque Mendelssohn la escribió en conmemoración del tercer centenario de la Reforma Luterana de 1530.