Todavía molesto por el asesinato del niño secuestrado y el posterior crimen cometido contra otro menor en un billar, llegué a la casa de mi hija y me encontré un cuadro que me descompuso porque una compañera de mi nieta recibió al mediodía la terrible noticia de que su mamá había sido asesinada a cuchilladas en el interior de su negocio en el sector que conocemos como «la Carretera a El Salvador». Cómo jocotes le puede explicar uno a los niños de hoy que vivimos en un país donde no existe el menor respeto a la vida, ni instituciones que se hagan cargo de administrar justicia y que esas cosas se repiten todos los días afectando a personas de todos los estratos sociales y en todas las regiones del país.
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«Â¿Por qué en Guatemala hay tanta gente mala?» La desgarradora pregunta de un nieto obliga a serias y profundas reflexiones, puesto que acaso no sea cuestión de la cantidad de los malos, sino de la indiferencia y el conformismo de los que no lo son. Yo me rebelo ante la idea de ser comparsa en apuntalar un sistema en el que estamos fomentando el crimen y la cultura de la muerte como parte esencial de nuestra vida y más preocupados por enseñar a nuestros hijos cómo sobrevivir en esta jungla que a enseñarles realmente los valores que debieran servir para construir una sociedad distinta, donde impere la justicia y se trabaje por el bien común.
Objetivamente hablando, tenemos que preguntarnos qué está haciendo Guatemala para salir de la gravísima crisis institucional que padece. Una crisis que se traduce fundamentalmente en la incapacidad del Estado para cumplir con el más primario y esencial de sus fines, contenido en el mismo inicio de nuestra Constitución que fue un pacto social suscrito para garantizar a los habitantes del país la vida y la seguridad. Algunos podrán pensar que la solución está en cambiar de gobierno, pero realistamente hablando, la estructura actual está tan podrida que aún si se diera ese cambio de gobierno, la situación no cambiaría porque el sistema está hecho para alentar la corrupción, para alentar el crimen organizado, para alentar el enriquecimiento rápido y para garantizar que todo eso se haga en el marco de la más absoluta impunidad.
Esperar a que el gobierno y las autoridades compongan la situación es inútil porque, además, no es su prioridad. A ellos les interesan otras cosas, como las próximas elecciones en las que tienen puesto todo su empeño, todo su corazón y todo su entendimiento. Que mueran seis mil personas cada año en lo que falta para el día de los comicios no es relevante, porque confían en que el clientelismo les dará los sufragios suficientes para lograr el triunfo y prolongar cuatro años más, por lo menos, su control del erario público que parece ser lo único que les importa.
Y nosotros, el pueblo, refunfuñamos hoy y lo haremos dentro de unos días, cuando otro crimen nos lastime directa o indirectamente, pero de allí no pasamos. Y nuestra indiferencia es el caldo de cultivo para que esto se siga haciendo mierda a pasos agigantados. Este país se está hundiendo y los ciudadanos indiferentes lo permitimos con esa actitud de ver para otro lado, de no asumir compromisos, ni atrevernos a decir ¡Basta!