El apoyo entregado por Estados Unidos a la intervención armada etíope en Somalia ilustra el fracaso de Washington en utilizar los medios diplomáticos más que los militares para ayudar a sus aliados en una región enfrentada a la amenaza islamista, estiman expertos estadounidenses.
El Departamento de Estado norteamericano justificó el apoyo entregado a Addis Abeba al explicar que la operación militar etíope era necesaria para detener la presión de las milicias islamistas sobre el gobierno de transición de Somalia, que es respaldado por las potencias occidentales.
Pero, dicen algunos especialistas, esta actitud demuestra la incapacidad del gobierno de George W. Bush para encontrar una solución negociada a la crisis entre el gobierno somalí de transición y la Unión de Tribunales Islámicos.
Las instituciones de transición, que asumieron en 2004, se han mostrado hasta el momento incapaces para restablecer el orden en el país ante la potenciación de los islamistas durante 2006.
«Estados Unidos persigue una política exclusivamente militar en Somalia, exenta de todo elemento para la búsqueda de la paz», estima John Prendergast, un experto en temas africanos del International Crisis Group, una ONG cuya misión es prevenir y resolver conflictos armados.
Por eso, dice el experto, los diplomáticos estadounidenses «brillaron por su ausencia» durante diciembre, mientras la Unión Europea tomaba la iniciativa para intentar reanudar el diálogo entre las partes en conflicto en Somalia.
«El resultado es que Etiopía y los tribunales islámicos creen que Washington apoyaba una solución militar en Somalia, lo que atizó las tensiones y alejó las perspectivas de paz», agrega Prendergast.
La última intervención directa de Washington en el Cuerno de ífrica derivó en una pesadilla. En agosto de 1992, un año después de la caída de Mohamed Siad Barré, Estados Unidos organizó un puente aéreo humanitario para transportar alimentos en una Somalia entregada a los señores de la guerra y, a partir de diciembre, envió soldados para intentar imponer la calma.
Pero en octubre de 1993 milicianos somalíes derribaron dos helicópteros Blackhawk, matando a 18 soldados estadounidenses. Por ello, las fuerzas norteamericanas redujeron sus operaciones de combate contra los jefes de la guerra, antes de abandonar definitivamente Somalia en marzo de 1994.
Más de un decenio después, a nombre de la «guerra contra el terrorismo», Washington apoya a sus ex enemigos señores de la guerra que se enfrentan al creciente poder de los tribunales islámicos. Estados Unidos los acusa de estar vinculados a la organización terrorista Al-Qaida, lo que ellos desmienten.
Por esto «no ha habido esfuerzos diplomáticos intensos de parte de Estados Unidos para que tengan lugar conversaciones» entre el gobierno de transición y los tribunales islámicos, estima Ken Menkaus, un especialista en Somalia de la Universidad de Davidson en Carolina del Norte (este).
A comienzos de diciembre, Estados Unidos apoyó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU autorizando la creación por parte de países africanos de una fuerza de paz en Somalia para ayudar a afianzarse al gobierno y a promover un diálogo con los tribunales islámicos.
Sin embargo, las manifestaciones de hostilidad que se desataron en la capital, Mogadiscio, contra el despliegue de esta fuerza de paz africana, malograron este proyecto.
La esperanza de Estados Unidos es que la intervención etíope al lado de las fuerzas leales somalíes, obligue a los islamistas a reconocer que no pueden controlar militarmente el país y a volver a la mesa de negociaciones.
La apuesta es arriesgada, afirma Menkaus, quien destaca que Etiopía podría también meterse en un atolladero al enfrentarse a una guerrilla islamista, lo que sería «muy peligroso para Etiopía y para toda la región».