La Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua) dio inicio la semana pasada. Gran esfuerzo supone haber decidido realizarla cada año, porque básicamente ese es el evento vitrina donde más proyección alcanzan las letras y los libros en nuestro país.
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Sin embargo, hay algo en la Filgua -y no sólo la de este año- que no marcha bien.
Como objetivo de Filgua se quiere hacer de Guatemala «un país de lectores», lo cual está bien, y como estrategia se ha elegido enfocarse en la niñez para inculcarles, desde pequeños, el hábito de la lectura.
El mercado de la literatura infantil ha mejorado exponencialmente. Los esfuerzos editoriales no sólo se basan en ofrecer mejores historias y libros más atractivos, sino que también han motivado un cambio en la pedagogía de la lectura, para lo cual ofrecen talleres a maestros.
El problema es que de un tiempo para acá la literatura infantil ha dejado de ser «La isla del Tesoro» de Stevenson, y ahora es eminentemente Harry Potter; y si es así, algo debe estar mal.
La nueva pedagogía de la lectura infantil se encamina a mejorar la historia, ofrecer ediciones más gráficas, con diagramaciones adecuadas para neolectores y evitar léxico complicado y contemporáneo, a fin de que el niño no se pierda en la comprensión de los significados.
De esa cuenta, se ha desestimado utilizar libros clásicos de la literatura infantil, como Kippling, Saint-Exí¹pery, Salgari, «Mío Cid» y «El Lazarillo de Tormes», aduciendo que éstos presentan un lenguaje anacrónico, y que el contexto ya no es comprensible. Lastimosamente, con esta visión, se desestima la labor del maestro, como guía de la lectura, y se pretende -desde un modelo neoliberal de la educación- restar la dependencia del catedrático, y volver cada vez más la educación a distancia, para lo cual se necesitan historias que no necesiten guías, como «Crepúsculo» o «Hanna Montana».
Incluso, el Ministerio de Educación, desde hace años, ha obviado la lista de lecturas obligatorias (o cuando menos recomendables), a fin de no entorpecer las intenciones de las grandes editoriales para imponer sus paquetes de libros en colegios, con historias sencillas, que supuestamente impulsan el deseo de leer.
Hay varios peligros en ello, y uno es que -si bien se adquiere el hábito de lectura-, el aprendizaje es soso, y en lugar de que la lectura sea una experiencia enriquecedora, sólo se están preparando consumidores de libros como «Código da Vinci» o la revista «Selecciones».
Por muchos años, incluso siglos, se han utilizado los libros clásicos para inducir a la lectura, y muchos recordaremos historias asombrosas y que aún ahora deslumbrarían a nuestros hijos, como el Cid Campeador que dominaba a un león sólo con la mirada, o Sigfrido -del «Cantar de los Nibelungos»- que tenía una capa de invisibilidad o un dragón cuya sangre lo hacía imbatible. Pero las grandes editoriales transnacionales han decidido obviar estas historias -haciéndonos creer que son aburridas y difíciles de comprender- para vendernos Harry Potter, quien, curiosamente, domina serpientes con su mirada, vive entre dragones y, alguna vez, recibió una capa de invisibilidad. (http://diarioparanoico.blogspot.com)