Agricultura y Feria del Libro


«Serí­a muy alentador ver a escritores, escritoras y casas editoriales encabezar una campaña que promueva un paí­s de lectores y el fin de la desnutrición infantil en el paí­s»

Desde el viernes 24 de julio está abierta, por 10 dí­as, en el Parque de la Industria, la Sexta Feria Internacional del Libro en Guatemala, Filgua. Al igual que el año anterior, el lema de la feria es: «Vamos por un paí­s de lectores». En la columna del 9 de agosto del año pasado, publicada por este vespertino, Diario La Hora, señalé que para cumplir con el objetivo trazado por el lema de la feria hay que afrontar como sociedad, problemas fundamentales que en estos momentos, no permiten crear lectores y lectoras en todos los estratos sociales que conforman esto que llamamos Guatemala. En esa nota expresé que entre los principales flagelos contra un potencial paí­s de lectores está la desnutrición crónica infantil que deja sin la capacidad fisiológica de leer y entender lo leí­do a uno de cada dos niños menores de cinco años a nivel nacional y dos de cada tres niños indí­genas.

Pablo Siguenza Ramí­rez
pablosiguenzaram@gmail.com

Esa desnutrición crónica infantil se vive de manera más profunda en las áreas rurales del paí­s. De manera paradójica, es en el campo donde se producen la mayorí­a de alimentos que los centros urbanos consumen. Otra paradoja es que la agricultura y la escritura/lectura nacieron juntas en los anales de la historia de la humanidad y hoy parecieran estar más lejos que nunca: un agricultor promedio en los paí­ses subdesarrollados tiene poco acceso a la lectura.

La agricultura fue la actividad que permitió a las civilizaciones antiguas desarrollarse en centros poblados y facilitó las condiciones de tiempo y espacio para el desarrollo de la escritura y la lectura como manifestaciones culturales. Con el paso de los siglos la agricultura se consolidó como actividad principal de la economí­a mundial y con ello la importancia del control, uso y tenencia de la tierra. Con la vorágine de descubrimientos cientí­ficos e inventos que sucedieron en los últimos tres siglos, más un discurso hegemónico modernizante, se ha instaurado en el imaginario colectivo mundial y nacional, la idea que penaliza al campo y las actividades de la población campesina, como el atraso y principal obstáculo para el desarrollo. Ante el evidente fracaso de los modelos de modernidad productiva y consumista, materializados en las crisis económica, financiera y ambiental a escala planetaria, debemos repensar nuestros criterios acerca de lo que el campo significa para la humanidad. Una nueva valorización de la vida campesina puede darnos algunas claves para corregir el rumbo.

Los campesinos y campesinas de hoy, enfrentan muchos más retos y dificultades para su producción y reproducción que uno o dos siglos atrás. En paí­ses como Guatemala, en el que una porción importante de la población campesina, es además indí­gena, es importante señalar que junto a las contrariedades de tipo económico que han enfrentado, se añaden los vejámenes y maltratos que han sufrido por su condición étnica. Una mayorí­a indí­gena que es minorí­a polí­tica y económica y que de manera estratégica fue separada, secularmente, de la educación formal y de la posibilidad de leer y escribir en idioma español o en cualquiera de sus idiomas maternos.

A propósito de estos temas, se desarrolló el martes 28 de julio en la Feria del Libro, un conversatorio denominado «Comunidades Indí­genas y Campesinas en el siglo XXI» con la participación del antropólogo Máximo Ba Tiul; Francisco Mateo Morales del Consejo de Pueblos de Occidente; Rosalinda Hernández Alarcón, periodista y escritora feminista; y Gonzalo Gamboa, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesionales y comunidades que buscan respuestas conjuntas a problemas nacionales. Es un buen ejemplo a seguir.