Muchas expectativas favorables respecto a la situación de los inmigrantes guatemaltecos y latinoamericanos en general que residen en Estados Unidos, alentó la elección del presidente Barack Obama; pero conforme transcurren los meses las circunstancias para los indocumentados en vez de mejorar han empeorado.
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Agentes de inmigración siguen cometiendo abusos al ingresar violentamente y sin orden judicial a precarias viviendas ocupadas por indocumentados, violando la propia Constitución de Estados Unidos, fuera de las redadas que realizan en fábricas y granjas, con el fin de expulsar masivamente a ilegales en aquella nación, como se comprueba con frecuencia en nuestro país cuando arriban al aeropuerto La Aurora decenas de guatemaltecos en vuelos especiales.
Pero la política de inmigración norteamericana llega al extremo en algunos estados cercanos a la frontera con México, donde la cárcel o multas de hasta 10 mil dólares es la suerte que corren los estadounidenses que conforman grupos humanitarios que intentan ayudar a indocumentados que atraviesan al desierto de Arizona, por el hecho de dejar botellas con agua para salvar la vida de los inmigrantes.
Alice Olstein, estudiante de periodismo que colabora con La Opinión digital, dio a conocer que durante los últimos meses se han registrado choques entre voluntarios y agentes del Departamento del Interior, porque norteamericanos de Arizona que no han perdido la sensibilidad humana son acusados de tirar basura y dañar el medio ambiente en zonas naturales protegidas cerca de la frontera, al dejar botellas de agua, para que sacien su sed quienes se atreven a cruzar el desierto.
Durante muchos años, el estado de Arizona ha sido uno de los cruces principales de la migración de indocumentados a Estados Unidos, pero actualmente, a causa de la recesión, la militarización de la frontera y otros factores, el número de inmigrantes está descendiendo, aunque el índice de mortalidad se ha incrementado, especialmente por los numerosos ilegales que mueren de inanición en el desierto.
Precisamente, sensibilizados por la agonía y el sufrimiento de los indocumentados, es que norteamericanos de buen corazón que integran grupos humanitarios se dedican a dejar botellas de agua, con el riesgo de que sean acusados de «tirar basura intencionalmente» y como consecuencia de ese supuesto grave delito van a parar a la cárcel si no pagan elevadas multas.
En Los íngeles, el sacerdote católico Richard Estrada, quien encabeza otro grupo humanitario que mantiene 150 estaciones de agua para ayudar a los indocumentados, ha denunciado que los voluntarios que colaboran con él son intimidados por las autoridades, pero el ministro religioso no cede en su labor porque «si alguien tiene sed y puedes salvar una vida, hay que hacerlo».
La próxima semana delegados de organizaciones humanitarias con sede en Tucson (Arizona) se reunirán en Washington con el Secretario del Interior de Estados Unidos, para gestionar que los agentes de inmigración no sigan acosando a los norteamericanos que ayudan a los inmigrantes a no morir por falta de agua. Ojalá que sean atendidos, porque lo menos que puede esperarse de un ser humano es darle de beber al sediento, sobre todo cuando se trata de un forastero abandonado a su suerte.
(En el desierto de Arizona, el inmigrante ilegal Romualdo Tishudo escucha que uno de dos globos que giran en el aire le dice al otro: -¡Cuidado con ese cactus! -¿Cuál cactussssssssssssssssss?)  Â