VISIí“N HISTí“RICA DE SANTIAGO DE GUATEMALA EN EL SIGLO XIX


Ruinas de Palacio de los Capitanes Generales en La Antigua Guatemala a mediados del siglo XIX. Al frente del mismo, las galeras (

Santiago de Guatemala, la antigua capital del Reyno de Goahtemala después de su destrucción en el siglo XVIII en el esplendor de su gloria barroca por los terremotos de Santa Marta de 1773 quedó suspendida en el tiempo, desmadejando poesí­a e historia y ha sido siempre objeto de admiración y profunda devoción por parte de soñadores, poetas y músicos.

Celso Lara

Plaza de La Antigua Guatemala a mediados del siglo XIX. Véase la Catedral con sus torres campanarios, el Palacio de los Capitanes Generales y la fuente del Conde de La Gomera. Grabado anónima publico por Jacobo Haefkens en Holanda en 1860.Convento y arco de Santa Catarina a mediados del siglo XIX. Escena de la vida cotidiana. Grabado anónimo que aparece en el libro de viajes de Jacobo Haefkens en 1860.

Como un homenaje a un año más de su fundación el 25 de julio de 1542 en el Valle de Panchoy, reproducimos la visión que los viajeros del siglo XIX tuvieron por esta maravillosa ciudad colonial que vive con un pie en el Siglo de las Luces y el otro en el siglo XXI, sin perder su encanto, a pesar del abandono que los hombres de este paí­s la mantienen, en especial las autoridades culturales:

George A. Thompson, diplomático británico que visitó Guatemala en 1825, describe así­ la ciudad en ruinas:

«Hacia el sur quedan los restos del enorme convento de Cristo: la fachada y una parte de la pared lateral tienen todaví­a la apariencia, por lo fresca que se ve la construcción, de que acaban de ser construidas; pero es lo único que queda para decirnos dónde estuvo. Todo el resto del terreno es ahora un amplio cementerio donde quedaron sepultadas cerca de doscientas personas bajo los escombros, que apenas se pueden ver entre la abundante vegetación que los cubre. Toda la ciudad muestra un extraordinario panorama de romántica ruina. Hubo en ella no menos de cincuenta o sesenta edificios religiosos, vestigios de los cuales aún se pueden apreciar con mirada observadora; entre otros, se yerguen columnas aisladas como enormes fantasmas en medio de un sombrí­o bosque».

Mas adelante dice: «Serí­a de la opinión que la ciudad ocupaba una extensión tan grande como la de la actual México y casi el doble de la nueva capital de Guatemala. Las casas eran originalmente de dos pisos, con ricos frisos esculpidos sobre las puertas y ventanas; pero las construcciones posteriores, que se han edificado de acuerdo con lo que prescribe la Ley, no pasan de dieciocho pies con sólo un piso, en el mismo estilo que las de la nueva ciudad.

Ha desaparecido ya el miedo a los terremotos (hace veinticinco años que ocurrió el último), están edificando residencias por todas partes, sin prestar la menor atención a la comodidad o al ornato. En realidad, hay tan pocas residencias que dos o tres familias se ven forzadas a vivir en la misma casa, y como los habitantes de la Nueva suelen venir para recrearse con el cambio de ambiente, en la temporada de excursiones se consiguen más bien por amor que por dinero».

Henry Dunn, quien visitó Guatemala en 1827 describe de esta manera la vieja ciudad de Santiago en ruinas:

«La vista de la ciudad desde la lejaní­a es muy agradable, su localización es bella y la llanura donde se encuentra es muy fértil. Al acercarse y entrar por sus calles, el visitante es sorprendido con la singular perspectiva que presenta Conventos, iglesias, palacios y edificios públicos de diverso tipo, se muestran ante su mirada todos en ruina y casi cubiertos de musgo; paredes con grandes aberturas y piedras enormes que amenazan listas a caer sobre el que va pasando, permanecen igual que hace cincuenta años, cuando los habitantes la abandonaron, temerosos de ser soterrados por los escombros… Muchos de estos edificios son de calidad arquitectónica superior muy por encima de edificios similares en la nueva capital».

John L. Stephens en su extraordinario libro Viaje a Centroamérica, Chiapas y Yucatán, apunta lo siguiente en relación con La Antigua Guatemala:

«A cada lado se encontraban las ruinas de las iglesias, de conventos y de las residencias privadas, grandes y valiosas, algunas reducidas a escombros, otras con las fachadas aún en pie, ricamente decoradas con estuco, agrietadas y con grandes aberturas, sin techo y sin puertas ni ventanas y con árboles creciendo en el interior hasta arriba de los muros. Muchas casas ya han sido reparadas, la ciudad está repoblada y presenta un extraño contraste de ruina y restauración».

Por su parte, Elisha Oscar Crosby Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos en los tiempos de Rafael Carrera, dice hacia 1864 de la ciudad en ruinas:

«Siempre fue motivo de gran placer para mí­ visitar La Antigua, e iba a menudo a pasar algunos dí­as? el clima y los alrededores son tan encantadores que todo el ambiente parece pleno de espiritualidad poética».

José Martí­ en su libro Guatemala siempre amó la ciudad de La Antigua Guatemala. He aquí­ el bello trozo literario con que la describe:

«Henos aquí­, por esta ví­a hermosí­sima, en la vieja capital. ¡Vieja cúpula rota! ¡Pobre muro caí­do! ¡Triste alero quebrado! ¡Ancho balcón desierto! Largas calles, antes pobladas, hoy son series larguí­simas de muros; sobre el alto cimborrio verde oscuro, ha echado otro la hiedra: la frondosa alameda, amplia, serena y grave, llora sobre las ruinas. Pero hay aún mucha vida en aquella muerte. Los pulmones, roí­dos por la orgí­a, el corazón hinchado por el pesar; el cerebro, fatigado por el pensamiento; los ojos, enfermos por la labor; la sangre envenenada hallan igual alivio en aquellas corrientes de agua yaria y pura, en aquella paz amable y pintoresca, ante la soberbia arcada del palacio roto enfrente del deforme, pero ingenioso Neptuno de Julián Perales, talento artí­stico nativo, y en aquel aire pletórico de existencia, libre siempre de miasma y de contagio. Se va a La Antigua pisando flores. Se viene de La Antigua brindando vida. Verdad es que los nopales se arruinaron, que el color solferino mató a la cochinilla, que el terror y la pobreza diezmaron la opulenta población; pero para el enfermo y el poeta -otro enfermo sin cura- para el artista y el literato, que es también otro artista, siempre habrá vida nueva en aquella tierra virginal, corona fresca de aquella ciudad grandiosa y correcta, con sus ferradas y altas ventanas, a modo de Zaragoza; con sus aleros vastos, a modo de la vieja Valladolid. Y en cada flor azul que crece por entre las grietas de las torres, en cada alba paloma que se posa sobre los trozos de las naves, en cada mujer bella, aseada y fragante que cruza por aquellas calles tan limpias, tan simpáticas, tan rectas, tomó el pincel múltiples tintes, hallan las liras amorosos sones. Y cantando a la vieja ciudad – ¡tan amarillo es el musgo! – ¡Tan rumosa es la alameda!- hallarán los bardos noví­sima poesí­a. Que para hacer poesí­a hermosa, no hay como volver fuera: a la Naturaleza; y dentro: del alma».

Finalmente, L.C. Lane de California escribe en 1883 los siguientes párrafos sobre la ciudad del Señor Santiago:

«Una visita a La Antigua muestra al viajero un magní­fico conjunto de ruinas que sobrepasan cualquier otra cosa de esta clase en alguna parte de América. Ví­ allí­ las paredes caí­das o a medio caer? que son ejemplo suficiente para mostrar su pasada grandeza».

Si esto apuntaron los viajeros del siglo XIX de Santiago de Guatemala en ruinas, que más no se dirá en el futuro, siempre y cuando los encargados por Ley realmente se preocupen por mantener nuestra ciudad formadora. Ojalá no leguemos a las generaciones futuras sólo el recuerdo de una herencia que no supimos conservar. Vieja ciudad en ruinas vestida de flores y leyendas. Representación fiel de los guatemaltecos que todaví­a sueñan con su Historia, sus tradiciones y su futuro.