Desde el año pasado, en el mítico museo de Louvre, en París, se exhibe la muestra «Les Funérailles de Monna Lisa» (Los funerales de Mona Lisa) del artista Yan Pei-Ming, nacido en China, pero desarrollado en Francia.
mcordero@lahora.com.gt
Yan Pei-Ming nació en Shanghai en 1960, pero desde hace 25 años que vive en Francia. Su obra se caracteriza por trabajos de tamaños gigantes y por la utilización de tonalidades blanco y negro, o rojo y blanco. Trabaja con grandes brochas, las cuales mueve con rapidez, a fin de llenar los espacios del lienzo.
En febrero de este año, el museo del Louvre anunció su exposición Los funerales de Mona Lisa, el cual permaneció hasta mayo. Precisamente, se decidió instalar esta exposición en la sala contigua a la célebre «Gioconda» de Leonardo Da Vinci, quizá la pintura que más llama la atención de turistas del museo, o más de Francia.
El Louvre es lo suficientemente grande como para no ver todas las obras en un día, ni siquiera en una semana. Y, a pesar de esa amplitud, la sala en donde está expuesta la Mona Lisa siempre está repleta de turistas que desean tomar(se) una foto.
Entre tanta gente, es casi imposible apreciar el cuadro, el cual, además, está protegido por un cerco, para evitar que se acerquen demasiado, lo cual no ocurre con la mayoría de obras expuestas.
Es pues, que la Mona Lisa se ha convertido en un objeto de consumo turístico, el cual ni siquiera llega a ser apreciado en su totalidad, y basta, para ello, tomar una fotografía para creer que se ha poseído.
Quizá la razón de este consumo, es que la Mona Lisa es uno de los símbolos de París, y tomarse una foto en esa sala, significa la permanencia en París, y por extensión, se podría pensar que esta ciudad también se ha convertido en una especie de objeto de consumo, el cual no puede poseerse, sino sólo en fotografías.
Pei-Ming, siguiendo la escuela de desmitificadores, al estilo de Warhol, creó esta exposición en la cual el sentido es éste: la Mona Lisa, la obra de arte -quizá perfecta- de Leonardo, ha dejado de serlo para convertirse en un fetiche turístico.