¡Urge campaña contra la rabia!


Con rostro de indignación, y haciendo pucheros de indignación, los guatemaltecos nos enteramos -gracias a oportunas fotografí­as- sobre la trifulca ocurrida en el Congreso de Guatemala la semana pasada. «Â¡Ushh, qué horror! Y lo peor es que en frente de los embajadores. ¡Qué dirán de nosotros en las Europas y en Estados Unidos»

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

¿Y estos diputados fueron quienes aprobaron la Ley de Armas? Qué bueno que en el hemiciclo sólo permiten tener vasos con agua, y no pistolas. Y es que, con razón, sentimos vergí¼enza ajena de nuestros mal llamados «Padres de la Patria». No por nada, el guatemalteco común y corriente se siente ajeno a la polí­tica, porque preferimos nuestra condición de orfandad, antes de reconocer a tales progenitores.

Pero eso de ser los «Padres de la Patria» es un decir. Ni siquiera pueden denominarse como los «representantes del pueblo». Es cierto; ellos representan a cierto sector de la población, el que cree participar en un proceso electoral, no para decidir el bien común, sino porque se siente en la necesidad de elegir a alguien que defienda el interés personal, tal y como está ocurriendo con las comisiones de postulación para el Organismo Judicial, donde las planillas participan para tener un «su con quien» para protegerse después.

Estos boxeadores -convertidos en diputados- no son más que el resultado de una época. De una posguerra, en donde nos acostumbramos a golpear o a quedarnos callados. El problema es que la participación electoral ha estado denominada por quienes gritan más duro -aunque no tengan argumentos, ideas ni propuestas-, y por ello la polí­tica se ha convertido en un ejercicio violento.

Mientras tanto, quienes callan (o callamos) y no participan, probablemente es porque la guerra les heredó la lección a mejor no meterse. Los gobiernos civiles no han atendido a las demandas de resarcimiento -no sólo económico- sino uno más urgente, como el psicológico. Aún vivimos con muchos conflictos internos, que estamos acostumbrados a expresar a golpes de vaso de agua pura.

Yo creí­a -pero ahora ya no- que debí­a pasar una generación para que empiece a solucionarse todo. Es decir, una generación que no se haya amamantado con la violencia de la guerra, y que en sus actitudes no lo reflejen. Sin embargo, creo que la nueva generación -la mí­a y la que viene- aún se sigue mamando golpes y gritos, que vienen a caer como balde (vaso) de agua frí­a, sobre el aún no iniciado camino hacia la paz social.

Pero es necesario ver que no sólo en el Congreso de la República se da esta violencia. Basta ver nuestro entorno; en el tráfico, es preferible el bocinazo y el grito, en vez de dar ví­a a quien la pide. Nuestra poca solidaridad, nuestra indiferencia, también son formas violentas. La forma en que nos tratamos, los chismes de oficina, los viejos rencores en nuestras relaciones personales, son sólo muestras de que somos tan violentos como los diputados. Incluso, hasta nuestras palabras soeces han dejado de ser una caracterí­stica lingí¼í­stica pintoresca, y ahora expresan nuestra frustración y odio.

Es urgente, pues, que el Ministerio de Salud Pública inicie una campaña de vacunación contra la rabia, pero no en los perros, sino en los seres humanos. (http://diarioparanoico.blogspot.com)