«ílvaro Colom imita a Hugo Chávez con programa radial». Con ese tituló un periódico guatemalteco informó esta mañana sobre el programa radiofónico semanal que el presidente guatemalteco ha nominado como «Despacho Presidencial». No me cabe duda que para aquellos cuyo nombre «Hugo Chávez» pone furibundos, desequilibrados y con alteraciones nerviosas el titular habrá sido una bomba matinal de altos kilotones. Esa es la forma cómo los medios nos fastidian cotidianamente y nos inoculan sus miedos y obsesiones, siendo nosotros pobres víctimas de odios que no hemos inventado.
           Estoy seguro que «Hugo Chávez» no ha sido ni es el único presidente del mundo al que se le ha ocurrido la idea de comunicarse con sus ciudadanos a través de la radio, la prensa o la televisión, pero, eso sí, la idea es «mosquear» a la gente e insistir en que el presidente Colom es un pelele que imita a ojos cerrados al tal dictador venezolano. El propósito es malévolo y tendencioso, ruin, poco objetivo y cargado de ideología. ¿Puede tomar en serio alguien a un periódico con semejante tendencia? No me lo creo, pero eso nos invita a leer lo que se nos mediatiza, con mucho cuidado, a no ser confiados ni demasiado benévolos.
           La idea de que un Presidente se dirija por medio de un programa radial a sus ciudadanos no me parece mala en sí misma, pero en nuestro caso merece un análisis. En primer lugar, creo que si existiera un deseo legítimo de cercanía con la población para escucharlos directamente sería valiosa la iniciativa. Sin embargo, desafortunadamente, esos programas son un instrumento para la propaganda, la descalificación y la tribuna perfecta para la apología y la manipulación.  Todo esto desvirtúa un concepto original y valioso.
           En segundo lugar, los programas son orientados y convertidos en una burla para los que escuchan. Habitualmente, los presidentes cuentan con un grupo de partidarios con servicios de teléfono para lanzar vivas y porras al mandatario. Quienes dirigen el programa impiden hablar con libertad, cortan las llamadas o inducen las opiniones. Por el otro lado, los de la oposición también ponen a sus jaurías para arruinarle el banquete al gobernante y eso que podría ser un programa de cierta altura, se convierte en un ring de lucha libre.
           Si los presidentes hicieran de los programas radiales un espacio para anunciar políticas, explicar cambios y dar resultados sinceros del trabajo realizado sería maravilloso. Pero los programas terminan siendo el lugar preferido de los mandatarios para inventar estadísticas, hablar de proyectos no realizados y sueños y quimeras inexistentes. Son programas echados a la perdición y al saco roto. No se preparan, se improvisan y no hay una política inteligente de conducción.
           Todo esto podría resultar muy negativo para un programa que apenas comenzó hoy por la mañana. Pero no es mi intención ser aguafiestas, el propósito de este artículo es que el Presidente y sus peludos (¿todavía están?) piensen bien en la potencialidad del programa y no lo desvirtúen. Por ahora ya empezaron con el pie izquierdo porque la derechona irracional ya comenzó con el prejuicio ese de: «Se trata de un programa mediante el cual imitarán a Hugo Chávez». Mientras los dejamos que se piquen el hígado, veamos si algo bueno puede salir de esa, como mínima, interesante iniciativa.