Lucha desigual


Estados Unidos, bajo la administración del presidente Obama, ha reconocido que en el tema de la droga ellos tienen una asignatura pendiente mientras exista la gran demanda que plantean los consumidores norteamericanos y de esa cuenta ha intensificado su ayuda a México y Colombia, paí­ses a los que se destina el grueso de la ayuda para el combate del narcotráfico. Y justamente la presión ejercida en México contra los grandes cárteles de ese paí­s provocó un desplazamiento de la actividad ilí­cita hacia Guatemala, aprovechando la enorme fragilidad de un Estado carcomido por la corrupción y en el que, como se demostró ayer, la fuga de información hace imposible el logro de resultados.


Guatemala apenas ha recibido pequeño aporte dentro del Plan Mérida y esos recursos han sido señalados como absolutamente insuficientes dado el poder que las millonarias ganancias significa para los que se dedican al tráfico de estupefacientes de distinto tipo. La lucha se plantea totalmente desigual porque es un hecho irrefutable que nuestras instituciones se encuentran penetradas por el crimen organizado y por lo tanto no se puede confiar en ellas para abanderar la lucha. Ayer los agentes de la DEA, siglas en inglés de la agencia antinarcóticos de Estados Unidos, se dieron cuenta del poderí­o bélico, además de la enorme riqueza, que tienen los grupos guatemaltecos que realizan el trasiego. Serí­a bueno que ilustraran al Embajador con lo que vieron para que éste, a su vez, pueda trasladar a sus superiores en el Departamento de Estado una visión objetiva de lo que en Guatemala se tiene que enfrentar y el enorme desequilibrio que hay entre el monto de la ayuda del Plan Mérida y el recurso que tienen a su disposición los traficantes.

Desafortunadamente luego de sendas declaraciones de la señora Clinton y el mismo presidente Obama sobre la necesidad de revisar la polí­tica antinarcóticos de Estados Unidos, no hay hechos que respalden esa idea de un nuevo enfoque del problema. Se trata, pues, de un cambio lí­rico y cosmético, pero en la práctica se sigue pretendiendo que en nuestros paí­ses se libre la lucha y que nosotros pongamos, como ha ocurrido hasta hoy, los muertos porque se trata de enfrentamientos que al final resultan mucho más sangrientos y terribles que los presenciados durante nuestro conflicto armado interno.

El reconocimiento de la enorme responsabilidad que tiene el consumidor norteamericano en el problema del tráfico de drogas es un paso inicial, pero absolutamente insuficiente si no se traduce en revisión a fondo de la estrategia global. Por una parte se imponen acciones para reducir la demanda que implican hechos en el frente interno y, por la otra, mayor aporte para financiar una guerra que, al fin de cuentas, es más de ellos que de nadie.