El hombre tiene la habilidad de razonar, evaluar y analizar las cosas, y está en capacidad de juzgar lo que es bueno y qué es lo malo. Puede pensar, percibir y decidir, con voluntad propia, lo que juzgue conveniente y todo esto le es posible porque es dueño del don de libre albedrío que le ha dado el Espíritu Santo.
Un comportamiento correcto cristiano es ponerse en las manos de La Providencia, o sea de Dios, y como todos conocemos a nuestros coetáneos, estamos al tanto de sus temores, sus esperanzas, sus entusiasmos y sus desilusiones, y en consecuencia podemos ofrecerles el compartir con ellos la «buena noticia» de un Dios que se hizo hombre, padeció, murió físicamente y resucitó para salvar a la humanidad; pues el corazón humano anhela un mundo en el que reine el amor, donde los bienes sean compartidos, donde se edifique la unidad, donde la libertad encuentre su propio sentido, y la fe puede dar respuesta a estas aspiraciones, si todos nos reunimos en oración y pedimos la bendición para que estas aspiraciones se hagan realidad.
Recordemos lo que ocurrió con la liberación de Egipto donde Israel sufría una esclavitud, para la época, insoportable, sentimiento generalizado que captó Moisés, y todos en una sola voz y con una acción decidida y compartida, en uso de su libre albedrío, decidieron y lograron escapar hacia nuevas tierras que el Creador les había ofrecido.
Este pequeño relato desea esbozar un mensaje que se estima pertinente. No es suficiente cualquier innumerable cantidad de oraciones, si las personas todas no están conscientemente involucradas y convencidas de las intenciones y de la forma de solución de los problemas que nos aquejan, y que haciendo uso de su libre albedrío, piensen y actúen en forma unificada, como ocurrió, según la historia, en Egipto en tiempos de Moisés.