El presidente Gerald Ford, que murió ayer a los 93 años, hizo de la reconciliación de un país traumatizado por el escándalo de Watergate su prioridad al amnistiar a su predecesor, Richard Nixon, luego de asumir la presidencia.
Al acceder a la presidencia el 9 de agosto de 1974, prometió sanar «las heridas internas de Watergate». «Nuestra larga pesadilla nacional terminó», declaró, apenas Nixon dejó la Casa Blanca sumido en la desgracia, más de dos años después de que fueran colocados micrófonos en las oficinas de la oposición demócrata.
Menos de un mes más tarde, el 8 de septiembre de 1974, Gerald Ford tomó la decisión más controvertida de su breve presidencia: eximir al ex presidente Nixon de todo cargo por los delitos que pudiera haber cometido en el ejercicio del poder. El le concedió un perdón «total, libre y absoluto», aunque la investigación del caso Watergate no había terminado.
Al explicar que había consultado largamente con su conciencia, Ford expresó que las dificultades de Richard Nixon y su familia eran «una tragedia norteamericana, en la que todos hemos tenido un papel. Ella podría durar mucho más todavía si no hay nadie que le ponga fin. Yo concluí que era el único que podía hacerlo y, si podía, debía hacerlo».
Esta iniciativa chocó con una opinión pública que al comienzo había recibido con alivio la llegada a la Casa Blanca de este legislador experto y ex deportista con reputación de gran integridad.
Una encuesta de la firma Harris reveló que el 60% de los estadounidenses era contrario a amnistiar a Richard Nixon, lo que fue considerado como un factor principal del fracaso de Ford en las elecciones presidenciales de 1976, ganadas por el demócrata Jimmy Carter.
Muchos consideraron que la amnistía impediría para siempre que salieran a la luz todos los detalles del escándalo de Watergate y la implicación personal del presidente Nixon.
Circuló el tenaz rumor de que Nixon le había exigido que se comprometiera a amnistiarlo antes de escogerlo como vicepresidente en 1973, hecho que Ford no cesó de desmentir.
«Era necesario que yo sacara ese tema de mi escritorio en el Salón Oval para que pudiera concentrarme en los problemas de 260 millones de estadounidenses más que en los problemas de un solo hombre», explicó en 2000 al diario USA Today.
Sin embargo, reconoció que la decisión fue difícil de tomar. Pero «yo estoy muy convencido (de su buen fundamento) hoy como hace 30 años, y afortunadamente la opinión pública lo comprende ahora y me respalda más que antes», agregó.
De hecho, en 2001, la amnistía a Richard Nixon fue reconocida como una muestra de coraje excepcional, distinguida por un premio de la Fundación Kennedy. «Fue un gran acto de valentía política, porque él sabía cuál era la actitud de la opinión pública», remarcó entonces el periodista John Seigenthaler, presidente del comité que decidió el premio.
«La historia le dio la razón», expresó el senador demócrata Edward Kennedy.
Al abstenerse de intervenir en los debates políticos luego de su retiro, cultivar una amistad con su sucesor demócrata, Jimmy Carter, y no criticar a los mandatarios que le siguieron, Gerald Ford profesó un principio cardinal: «Sigo convencido de que la verdad es el cimiento que debe tener el gobierno, no solamente nuestro gobierno, sino la propia civilización», repitió en 2002, tal como lo dijo al asumir sus funciones.