Honorato de Balzac


José Luis López Garcí­a

Los crí­ticos lo han llamado un genio de la literatura, un analista de una sociedad francesa en su tiempo, un crí­tico de la burguesí­a desde todos los ángulos, o un trabajador incansable. Escribió cerca de cien novelas y relatos, magistralmente, y también se le llamó el padre del realismo literario. En sus narraciones nos pinta de cuerpo entero las vanidades, y el estilo de vida de muchos personajes de la época inmersos en una sociedad hipócrita, voluble y orgullosa. La humanidad siempre ha sido la misma en todos los tiempos, y Balzac supo captar los sí­ntomas y consecuencias del ser humano a las mil maravillas.

Se cuenta que el padre de Balzac, no querí­a que su hijo fuese escritor sino notario, pero el célebre autor de la comedia humana insistió en ser literato. Y es que para el padre el Balzac, ser literato era morirse de hambre y tení­a el concepto muy certero de que en literatura, «o se es rey o se es nada». Pero Balzac insistió sin ninguna duda en ser rey…

Escritor incansable y prolijo, dormí­a de las seis de la tarde hasta media noche, bebiendo algo así­ como 30 tazas de café en ese lapso, sin que le perjudicara al principio su salud. Para escribir tení­a un método muy peculiar, se dice que cuando trabajaba en sus novelas, para no confundirse con sus personajes, utilizaba muñecas que llevaban un rótulo con su nombre correspondiente. Y cuando algún personaje morí­a en sus historias, tiraba la muñeca correspondiente debajo de la cama.

Honorato de Balzac (1799-1850) tení­a un sistema antes de ponerse a escribir. Durante semanas enteras no trabajaba sino deambulaba por las calles de Parí­s, sin rumbo fijo, luego aparecí­a de pronto en alguna ciudad pequeña de provincia. Su labor consistí­a en observar o estudiar las costumbres de las gentes, buscando temas para sus obras. Luego se encerraba a escribir ignorando el mundo y sus problemas. Pese a su fecunda labor literaria, Balzac fue un hombre con muchas deudas. Se cuenta que hubo alguien que por una obra le iba a pagar tres mil francos, pero cuando supo en que lugar y en que ambiente viví­a el célebre escritor, únicamente le ofreció pagarle trescientos francos, y Balzac sin ninguna protesta aceptó esa humillante cantidad.