Juan B. Juárez
«Travesía hacia el olvido» es el sugestivo título de la serie de pinturas que Ricardo Morales (Guatemala, 1983) expone actualmente en la galería El Túnel y que nos permitimos comentar en virtud de la seriedad y la originalidad de la propuesta del joven artista que, dejando de lado los reclamos de una contemporaneidad mal digerida, apuesta por un trabajo sobre un tema eterno y universal, pero siempre angustiosamente vigente, y una ejecución que, según mi opinión, tiene, consecuentemente al tema, grandes aciertos expresivos.
Un único y persistente motivo ?la bicicleta? enmarcado en una variable geometría de hondos colores terrosos sirve al joven artista para desarrollar el tema profundo de la experiencia humana del tiempo como una secuencia que parte de la vivencia intensa ?la pulsión vital?, atraviesa diversas fases del recuerdo y finalmente se dispersa, o se funde, en el olvido.
Consecuente con el tema que explora y, sobre todo, expresa, las imágenes de sus cuadros no están propiamente pintadas sino más bien grabadas sobre una materia orgánicamente texturada que registra no sólo la impronta de los sucesos ?las vivencias? sino también el proceso de su paulatino deterioro, de su inexorable desvanecimiento.
Pero la materia de su reflexión no son las vivencias memorables que recoge ?y falsea? la historia y la literatura anecdótica sino las cotidianas que, en la periferia de la vida consciente, como la fina arena de la clepsidra, determinan las circunstancias invisibles de la existencia y la intensa sensación de estar viviendo y, por tanto, derivando, sin mayores consecuencias, al otro lado del reloj de arena. Así, registro simbólico de ese proceso, la pintura de Ricardo Morales no se afana en recrear esas vivencias desvanecidas, sino que simplemente imagina al tiempo, esa dimensión en la que transcurre la vida, que atraviesa la existencia en un viaje que conduce afuera de él, al olvido.
El juego geométrico en el que Ricardo Morales enmarca sus evocadas imágenes deja entrever que el verdadero tema de su pintura es el tiempo y sus efectos sobre los recuerdos y la memoria. La geometría y el juego le proporcionan, en efecto, la perspectiva intemporal y los elementos simbólicos, conceptuales y formales que le permiten observar y recrear sin nostalgia esas experiencias que un día fueron vivamente grabadas en el tejido vivo de su memoria y sometidas, por tanto, a la acción desgastadora del tiempo y del olvido.
Desde esa perspectiva, el núcleo significativo de su obra parece surgir de la intuición profunda de que los humanos vivimos más ineludiblemente en el tiempo que en el espacio; intuición existencial de la que su trabajo extrae la conclusión de que el tiempo es lo permanente, que no pasa, como acostumbramos a decir, sino que es la vida la que transita por él en un viaje que si bien tiene estaciones, etapas y ciclos, también tiene sus propios límites inexorables. De esa cuenta, lo que se registra en sus cuadros es precisamente el paulatino deterioro de los recuerdos; pero no sólo de ellos. Los recuerdos son vida pasada depositada en la materia orgánica de la memoria y recordar ?parecen decirnos los cuadros de Ricardo Morales? es revivir los ciclos y las estancias de ese viaje ?las vivencias? y encontrar en medio de cada recuerdo los estragos que causa el olvido, aspecto este que, a diferencia de lo que usualmente todos hacemos, su obra no elude sino que, al contrario, enfrenta decididamente.
La geometría y el juego que parecen enmarcar esa intuición profunda son algo más que simples elementos formales. La primera pertenece al reino intemporal de las formas puras, de las proporciones y las relaciones signadas por los números armónicos; el segundo, es el reino de las representaciones rituales y las repeticiones cíclicas que, según Octavio Paz, linda con el tiempo sagrado; y ambas, la geometría y el juego, están, por determinación de su propia esencia, fuera del tiempo. Dentro del itinerario de la travesía hacia el olvido emprendida por Ricardo Morales, sin embargo, el juego geométrico es lo que abre la posibilidad de disponer simbólicamente de la memoria, de tenerla presente ya no como un recuerdo sino como una bitácora, de armarla y rearmarla cada vez de un modo diferente y precisar en cada caso la cercanía del olvido. Eso explica, sin duda, el carácter «modular» de sus dípticos, trípticos y polípticos y la persistencia de un mismo motivo ?simbólico, por otro lado?que registra en la fragilidad de su estructura formal y en la intensidad de las texturas y relieves diferentes grados de desvanecimiento de la imagen, que van desde la huella fresca grabada por la vivencia inmediata hasta los simples vestigios desdibujados, fundidos ya en la estructura nerviosa de la memoria.
Pero la travesía hacia el olvido de Ricardo Morales no es un estudio científico sobre la memoria; es más bien una metáfora de la vida ?de la vida temporal realmente vivida de los individuos, para ser más precisos?que se da como sucesión de vivencias que no se cristaliza en conceptos ni se articula en historias: la pulsión vital que se desvanece en el tiempo y en el olvido.