Todos los hombres que se cruzaban con Silvia Pazolli se detenían para admirarla y para envidiar la suerte de su esposo, su eterno acompañante.
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Ella parecía la más bella y pura de las princesas; y un ángel que anunciaba las delicias del cielo; indudablemente, cuando ella nació, la madre Naturaleza había estado del más excelente humor.
Desafortunadamente, todos sus admiradores le descubrían de inmediato un grave defecto:
Ella sólo tenía ojos para su marido y su adoración por él era perfecta e indestructible.
En esa pareja, el amor demostraba otro de sus milagros, pues Silvia, linda entre las lindas, estaba entregada en cuerpo y alma a su cónyuge, un hombre ciego que la miraba únicamente con el corazón.
LOS CONTRASTES LE DAN AL AMOR MíS SABOR, COLOR Y OLOR.