Eduardo Blandón
Hay inquietud por el futuro. Siempre la ha habido. Pero escritores como Alvin Toffler en los años setentas nos enseñaron que signo de inteligencia es también saber anticiparse a lo venidero. Desde entonces y para nuestra fortuna vivimos en clave profética: levantamos la vista sobre la ciudad y tratamos de otear el horizonte para estar preparados.
En aquellos años, en su «Shock del futuro», Toffler también dedicó un capítulo a la educación del mañana. Avizoró retos, advirtió peligros y planteó nuevos senderos de tránsito. Nada fue inútil. Puede decirse que aún y cuando hoy se consideren esas reflexiones como pasadas de moda (que no lo son, me parece), en su momento fueron el chispazo inicial que despertó las conciencias tranquilas de quienes hacían educación y no se atrevían a cambiar ni a mirar el futuro.
Pero, ¿son equivalentes Toffler y Morin? No, para nada. En lo único que concuerdan, a mi manera de ver, es en el interés por reflexionar en lo que ambos llaman «educación del futuro». Morin es un intelectual francés mucho más exquisito que Toffler. Hay mucho más erudición en la expresión de sus ideas y también más filosofía (y páginas de contenido). Con todo, el texto es absolutamente legible.
La portada del libro anuncia que «los siete saberes necesarios» fue elaborado por el filósofo francés para la UNESCO «como contribución a la reflexión internacional sobre cómo educar para un futuro sostenible». Por consiguiente, el texto es el resultado de una solicitud para compartir ideas educativas en vista a desafíos futuros. ¿Y de qué habla Morin? Entremos al libro.
La conciencia que subyace en el texto es la convicción de que vivimos en tiempos absolutamente desconocidos, nunca antes vividos y absolutamente originales. Los indicios parecen obvios: la biotecnología, la informática y la globalización económica, entre otros. Esto nos pone en una situación interesante que, según Morin, nos debe conducir tanto a reconocer las posibilidades que ofrece este nuevo período histórico como a estar atentos también frente a sus amenazas y peligros.
La única forma que tenemos para sobrevivir los embates futuros proviene de la educación. Sólo ella podrá prepararnos y anticiparnos a lo que vendrá a efecto de poder navegar apropiadamente sin correr el riesgo de hundirnos. Si seguimos haciendo lo mismo, obtendremos iguales resultados y, como vamos, arribaremos a la decadencia y a la muerte. Se trata, por tanto de, o nueva educación (educación para el futuro) o muerte. No hay otra opción.
Con esta convicción anuncia los siete saberes que considera «sine qua non» para que la cultura, la sociedad y, por consiguiente, nosotros mismos, sobrevivamos. Estos son: 1. Enseñar el saber sobre las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión; 2. Enseñar un conocimiento pertinente; 3. Enseñar la condición humana; 4. Enseñar la identidad terrenal; 5. Enseñar las incertidumbres; 6. Enseñar la comprensión; 7. Enseñar la ética.
En la primera parte, Morin nos pone en guardia sobre nuestras certezas. Afirma que nada parece definitivo en el conocimiento humano. Existimos en una cierta burbuja, escribe, en un mundo de ilusión y fantasía. Por eso la constante del error en los seres humanos. No hay tales evidencias en el acto de conocer, insiste el filósofo, éste no es un proceso de reflejo de la realidad, sino de su interpretación.
«Todo conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión. La educación del futuro debe afrontar el problema desde estos dos aspectos: error e ilusión. El mayor error sería subestimar el problema del error; la mayor ilusión sería subestimar el problema de la ilusión. El reconocimiento del error y de la ilusión es tan difícil que el error y la ilusión no se reconocen en absoluto».
En otro orden de ideas, Morin se muestra convencido de que la educación del futuro debe ser «pertinente». Debe responder a los desafíos concretos que el mundo le presenta. Una educación que no nace de una realidad concreta es un acto condenado al extravío, a la vagabundez y a la inutilidad. La educación no pertinente hace que los estudiantes se abandonen en el aburrimiento y no sientan, a la vez, ningún interés por las materias enseñadas.
«A este problema universal está enfrentada la educación del futuro, porque hay una inadecuación cada vez más amplia, profunda y grave, por un lado entre nuestros saberes desunidos, divididos, compartimentados y, por el otro, realidades o problemas cada vez más polidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales, planetarios. En esta inadecuación devienen invisible: el contexto, lo global, lo multidimensional y lo complejo».
En cuanto a «enseñar la condición humana», consiste en un llamado de Morin a la vuelta a la antropología. El filósofo parece decir que de nada sirve la comprensión del mundo entero, la sabiduría técnica o la contemplación religiosa de los dioses, si se desconoce la naturaleza humana. La educación del futuro debe enseñar al hombre a efecto de que se aprecie su dignidad y se valore su estatus en el mundo. Para esta comprensión hace falta estudiar desde todos los saberes la condición humana.
Luego hace falta enseñar la identidad terrenal. Esta iniciación, dice el autor, conducirá a las personas a tomar conciencia de su vínculo con el planeta y a sensibilizarlos para que protejan su propio hábitat. Agrega que es en este ámbito de la educación en la que los hombres se juegan su futuro. Morin recuerda que vivimos en constante riesgo ecológico y que tenemos que actuar con responsabilidad en el tema.
«La unión planetaria es la exigencia racional mínima de un mundo limitado e interdependiente. Tal unión necesita de una conciencia y de un sentido de pertenencia mutuo que nos ligue a nuestra Tierra considerada como primer y última Patria. Si la noción de patria comprende una idea común, una relación de afiliación afectiva a una sustancia tanto maternal como paternal (incluso en el término femenino-masculino de patria), en fin, una comunidad de destino, entonces se puede avanzar en la noción Tierra-Patria».
En fin, como se ve, el presente libro puede ser interesante para la provocación de una reflexión pedagógica. Puede servir como base para un seminario entre profesores, reflexiones conjuntas o, incluso, para simplemente la lectura personal. Yo recomendaría que, al final de la lectura, se hiciera el ejercicio de hacer su propio «decálogo» de saberes necesarios para el futuro. Podría ser interesante desde nuestra realidad guatemalteca.
AUTOR: Edgar Morin
TRADUCCIí“N: Mercedes Vallejo Gómez
PAíS: ESPAí‘A
EDITORIAL: Paidós
COLECCIí“N: Compactos
Aí‘O: 2001
PíGINAS: 143
ISBN: 978-84-493-1076-8